Más allá del mar, más allá del dolor o más allá del arco iris; todas las promesas de algo mejor se encuentran “más allá”.
Y para llegar hasta ahí hemos de transitar siempre por un largo y tortuoso camino en la confianza de que podremos disfrutar de ese momento de calma que buscamos desesperadamente.
Son nuestros lugares seguros, suelen ser rincones apartados y aunque no seamos del todo conscientes de ello, todos tenemos —al menos— uno.
Puede ser un rincón en nuestra propia casa o un paraje a cientos de kilómetros, el caso es que cuando todo parece atropellarse en nuestras vidas corremos –sin mirar atrás– a nuestro lugar seguro, a ese rincón íntimo sin el que no podríamos vivir, ese lugar donde ser nosotros mismos sin miedo a ser heridos o rechazados.
De todas formas, aún estando en uno de nuestros lugares seguros hay ocasiones en las que no podemos dejar de sentir miedo.
Nuestros lugares seguros también pueden ser emocionales, una actividad que nos apasiona o esa persona de confianza que nos transmite seguridad y tranquilidad, aun en la lejanía, alguien que sabes que siempre estará ahí pase lo que pase, sin importar el tiempo que haya transcurrido desde la última vez que la viste.
Estos lugares, estos rincones, estas personas son un refugio donde descansar y recuperarnos de la intensidad de la vida cotidiana, de sus frustraciones y sus reveses.
Es importante –yo diría imprescindible– disponer de esos lugares seguros y esas personas con las que podamos no parar de hablar o –a veces– sentarnos a su lado sin decir una palabra.
“Busca un lugar donde distraerte y donde no pueda ocurrirte nada malo”.
El mago de Oz.