Javier Ledo Javier Ledo

El lago

Se intuía la cercanía del ocaso pues el sol se apresuraba en su viaje al fondo de la línea del horizonte.

Comenzaban a teñirse las nubes de un particular matiz rojizo como jamás había tenido la ocasión de disfrutar.

La suave brisa –con su frescura– mecía levemente las ramas de la arboleda que rodeaba el lago provocando a su vez un sutil vaivén de ondas en su superficie.

Asomaba ya, la natural melodía acompasada de centenares de grillos dando la bienvenida a la atrevida luna llena, –luna– que venía dispuesta a luchar por su lugar en el firmamento haciendo claudicar al maravilloso sol que había reinado durante todo ese día de otoño.

La manta, extendida sobre la hierba –delante de aquella pequeña cabaña– servía de improvisado refugio bajo el manto de las incipientes estrellas.

A un lado una bailarina hoguera proyectando danzarinas sombras que chisporroteaban sin cesar.

El ambiente era el ideal para compartir un delicioso chocolate caliente, de esos que se desean como si de un antojo se tratase.

En aquel momento –detenido el tiempo– le susurraban sus sueños, sus recuerdos y sus deseos, como si aquel lago –extendido a sus pies– hubiese resguardado sus secretos hasta ese momento.

El silencio, el paisaje y la paz envolvían aquel instante.

Algún chapoteo ocasional de algún pez rompiendo la superficie le recordaba que estaba allí y que compartía ese momento con los seres de aquel pequeño lago perdido en medio de las montañas.

En un breve espacio de tiempo se recostó y pudo observar –desaparecido ya el sol– un infinito manto de estrellas que, –según la tradición del lugar– eran sostenidas en el firmamento por miles de manos, esas que ya no estaban aquí.

Se incorporó para paladear un nuevo sorbo de chocolate –aún humeante– y se percató de la guitarra que estaba a su lado –abandonada a su suerte– silenciosa pero dispuesta siempre a emocionarnos.

Se aferró a ella y susurró –junto a un breve rasgueo– las primeras palabras que –sin darse cuenta– ocupaban su mente, y su corazón, desde hacía ya unas horas.

Desearía que estuvieras aquí.

Ojalá quisieras estar aquí.

Leer más
Javier Ledo Javier Ledo

Quédate conmigo

Vivimos con prisa, consumiendo días, horas y minutos que se convertirán en años.

Años de alegrías y tristezas, de triunfos y fracasos, en definitiva de experiencia acumulada.

En ese camino constante que es nuestra vida, creemos que nada ni nadie podrá frenar nuestro caminar diario.

Nos vamos rodeando de amigos, familia, y un sinfín de personas que se cruzarán en nuestras vidas en momentos diversos, que nos ayudarán y a los que ayudaremos a caminar sus propias vidas.

La vida se desarrolla implacable, sin pausa, y por momentos pareciera que nos arrastra sin control.

Pero con los años aprendemos a dominar nuestros tiempos, centramos nuestras metas, nos volvemos hacia los que nos rodean,… maduramos.

Es ahí –en ese justo momento– cuando llegamos a comprender que nuestras metas son fruto banal del condicionante social o laboral y nos damos cuenta de que lo más importante –lo verdaderamente importante– no es la consecución de un determinado reto.

El camino que has recorrido para llegar hasta ahí, las personas que te han acompañado y sobretodo si has sido feliz, eso es lo importante.

Ser feliz, esa es la razón suprema por la que vivir.

Si además consigues compartir tu felicidad con un ser querido,…

Pero la vida –aquella que iba deprisa y sin avisar– a veces –muchas veces– te pone a prueba y te verás a ti mismo intentando reconducir todas tus metas, tus anhelos y tus absurdos proyectos de futuro.

Hay un momento crucial en muchas de nuestras vidas, es cuando susurras ¡Quédate conmigo! y cuando ves que no surte efecto incrementas el volumen de tu voz y acabas gritando bajo las estrellas de cualquier lugar del mundo, pero no hay forma de volver atrás ni de retener ese momento.

Y ahí –justo ahí– te haces consciente verdaderamente del valor de cada momento, del valor de cada recuerdo y de lo absurdo de la vida.

Espero que nunca tengas que pronunciar esas malditas dos palabras.

No olvides ser feliz.

Atrévete.


Leer más