Tetir

Quédate conmigo

Vivimos con prisa, consumiendo días, horas y minutos que se convertirán en años.

Años de alegrías y tristezas, de triunfos y fracasos, en definitiva de experiencia acumulada.

En ese camino constante que es nuestra vida, creemos que nada ni nadie podrá frenar nuestro caminar diario.

Nos vamos rodeando de amigos, familia, y un sinfín de personas que se cruzarán en nuestras vidas en momentos diversos, que nos ayudarán y a los que ayudaremos a caminar sus propias vidas.

La vida se desarrolla implacable, sin pausa, y por momentos pareciera que nos arrastra sin control.

Pero con los años aprendemos a dominar nuestros tiempos, centramos nuestras metas, nos volvemos hacia los que nos rodean,… maduramos.

Es ahí –en ese justo momento– cuando llegamos a comprender que nuestras metas son fruto banal del condicionante social o laboral y nos damos cuenta de que lo más importante –lo verdaderamente importante– no es la consecución de un determinado reto.

El camino que has recorrido para llegar hasta ahí, las personas que te han acompañado y sobretodo si has sido feliz, eso es lo importante.

Ser feliz, esa es la razón suprema por la que vivir.

Si además consigues compartir tu felicidad con un ser querido,…

Pero la vida –aquella que iba deprisa y sin avisar– a veces –muchas veces– te pone a prueba y te verás a ti mismo intentando reconducir todas tus metas, tus anhelos y tus absurdos proyectos de futuro.

Hay un momento crucial en muchas de nuestras vidas, es cuando susurras ¡Quédate conmigo! y cuando ves que no surte efecto incrementas el volumen de tu voz y acabas gritando bajo las estrellas de cualquier lugar del mundo, pero no hay forma de volver atrás ni de retener ese momento.

Y ahí –justo ahí– te haces consciente verdaderamente del valor de cada momento, del valor de cada recuerdo y de lo absurdo de la vida.

Espero que nunca tengas que pronunciar esas malditas dos palabras.

No olvides ser feliz.

Atrévete.