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Elecciones

Doce de la mañana, primavera de dos mil veintiséis, han pasado dos años en los que nuestro mundo –tal como lo conocíamos– ha dejado de existir.

Como de costumbre –cada sábado– a esa misma hora nuestros amigos se reunían en la terraza del Hotel Europa, a escasos metros del reloj de España.

A estas reuniones solían asistir Carlos, Ana, Carmen, María y Juan pero este sábado –después de tres meses– también había conseguido asistir Xavi.

Hacía ya un año que la movilidad entre ciudades estaba restringida en el país y se necesitaba un salvoconducto expedido por el Ministerio de Gobernación que revisaba exhaustivamente cada solicitud y solamente el quince por ciento conseguía tal privilegio.

Si, han oido bien, el Ministerio de la Gobernación.

El país –en dos mil veintiséis– no se parecía en nada al que conocíamos en dos mil veinticuatro.

Carmen estaba visiblemente contenta, llevaba tres meses a golpe de videoconferencia y además con la caída de la calidad que se había producido en el servicio este último año, los cortes eran constantes y era un suplicio mantener una conversación mínimamente coherente.

Los demás lo tenían un poco más fácil al vivir en la misma ciudad pero tenían que andarse con mucho ojo y no meterse en ningún lío de lo contrario la Guardia Nacional –en su mayoría afiliados del partido en el poder– tenía potestad para detenerte y meterte en un calabozo durante tres días sin ningún trámite previo.

Carlos y Ana no eran oficialmente pareja aún pero estaba claro que se tenían un especial cariño y cada vez que se reunían se les veía mas compenetrados.

María y Juan habían decidido hacía poco tiempo irse a vivir juntos, los alquileres se habían disparado al igual que el combustible, la luz, el agua por no decir nada de la comida.

Así que después de casi dos años tomaron la decisión y él dejó su piso –de alquiler– y se fue a vivir con María en su ático y el ahorro les permitía vivir mas desahogados y disfrutar de mucho más tiempo para ellos.

Xavi estaba dándole vueltas –junto con Carmen– a la posibilidad de trasladarse a vivir a Madrid, pero aun siendo un funcionario, el hecho de ser catalán era un impedimento muy importante en este nuevo orden.

Todo ocurrió –o mejor expresado– todo comenzó en junio de dos mil veinticuatro cuando se dieron a conocer los resultados de las elecciones europeas y sorpresivamente la extrema derecha consiguió colocarse como segunda fuerza continental por detrás de los populares y consiguieron formar un “gobierno” europeo.

La siguiente ficha en caer comenzaba a tambalearse en la península ibérica.

El impacto de los resultados europeos fue demoledor y supuso un retroceso inesperado en la economía, los derechos y las libertades en toda la Comunidad Europea.

En nuestro país como consecuencia del pacto de gobierno en Catalunya, y pese a todos los logros conseguidos, el Gobierno perdió el apoyo de votos cruciales para su supervivencia y hubo de convocar elecciones en octubre de ese mismo año.

Carlos y Juan –activistas de izquierdas en su juventud– en seguida supieron leer lo que estaba sucediendo y colaboraron activamente en la campaña de diversos partidos para intentar resistir el embate de la ultraderecha nacional, que a su vez arrastraba tras de si a la derecha de toda la vida.

Por su parte Xavi en Catalunya hacía lo propio pero resultaba inquietante el empuje y el auge del populismo que se venía gestando en los bajos fondos de nuestra democracia.

Los planteamientos simplistas de ciertos líderes intentando convencer a la población de que los problemas complejos se resuelven con fáciles y sencillas recetas de barra de bar iba calando rápidamente entre la ciudadanía.

Llegado el día de los comicios el resultado fue asombroso, la suma de las derechas arrojaban la infame cantidad de doscientos diputados.

El pueblo había hablado y tocaba acatar el resultado totalmente democrático de las elecciones.

Juan lo tenía claro, tantos años de desunión de la izquierda y una pulsión innata hacia la autodestrucción nos había llevado –finalmente– a entregar el país en bandeja de plata a la peor generación de políticos conservadores que había existido nunca.

María estaba asustada, en el Ayuntamiento ya se hablaba de cambios y recortes, controles exhaustivos de la información y se rumoreaba algo sobre una selección entre el personal para crear un cuerpo de control interno del funcionariado que abarcaría a las comunicaciones, tanto emails, mensajería e incluso las conversaciones telefónicas.

Un segundo nivel –que no se sabía quienes lo formaban– estaban dedicados a hacer de informantes de todo lo que ocurría en las instalaciones.

La administración –en menos de un mes– se transformó en virtuales campos de concentración.

El sistema se expandió como las ondas que provoca una piedra al caer en medio de un río.

Y controles y sistemas de espionaje parecidos se fueron activando en todos los barrios de Madrid afectando directamente a toda la población.

Carmen -siempre rebelde– ya había tenido un par de encontronazos con un par de chivatos que había descubierto en su planta y le costó un par de advertencias de sus superiores y alguna amenaza sobre un hipotético despido.

¿Despedir a una funcionaria? ¿donde se ha visto eso? –preguntó– y la respuesta la dejó sin palabras, porque aquel jefe de servicio le soltó; todo se andará tu danos seis meses mas y ya verás.

Ahí fue cuando realmente se dio cuenta de que aquella gente iba en serio y les esperaban tiempos muy difíciles.