Bajo esta cúpula dorada, tu alma se alza –ligera– buscando en lo alto un eco de eternidad.

Cada línea, cada destello, canta un antiguo himno, un susurro de siglos tejidos en fe y en arte.

Los colores vibran como un profundo latido, y su luz, tamizada por los ventanales, acaricia el mármol y las pinturas como dedos de un dios invisible.

Aquí, el tiempo no corre, se disuelve en una eterna inmensidad, dejando solamente la respiración del asombro.

Cada ángel pintado, cada estrella en lo alto, parece inclinarse hacia nosotros, como recordándonos que también nuestro espíritu fue hecho para volar.

La mirada se pierde en la danza de formas perfectas, y el corazón entiende sin palabras que hay algo más grande que él mismo, una promesa, un hogar más allá de nuestro mundo tangible.

En este refugio de luz y silencio, la belleza es oración, y el asombro, una puerta abierta hacia el infinito.

Aquí, simplemente mirar es ya una forma de creer.

Anterior
Anterior

Lajares - Fuerteventura