Me detuve en lo alto de aquella duna, frente a un mar que parecía conocer todos mis silencios.

La brisa me traía el sabor salado de un tiempo que ya no me pertenece, y la arena, resbalando entre mis dedos, me recordó lo fácil que es perder lo que uno ama.

Allí abajo, entre las rocas gastadas y el agua que retrocede con tristeza, vi reflejada mi propia nostalgia: un ir y venir de recuerdos que nunca terminan de romperse del todo.

Cada ola que se deshacía en la orilla parecía susurrarme nombres, lugares, abrazos que ahora solamente perviven en mi memoria.

Me quedé un largo rato observando, como si pudiera atrapar en mis ojos todo lo que alguna vez quise retener.

Pero el mar, sabio y paciente, me enseñó que hay que dejar partir…

aunque duela.

aunque pese.

aunque uno nunca esté realmente listo.

Hoy el mar me abrazó en su melancolía, y por un instante, no me sentí tan solo.

Siguiente
Siguiente

Lajares - Fuerteventura