El Búnker

El nuevo sistema de geolocalización y control poblacional estaba en marcha, esto quería decir que a partir de ahora los ciudadanos habían perdido –de facto– su libertad.

La coartada era conseguir una mayor seguridad en las calles y de esta manera proteger a la población.

En el Ministerio de Presidencia llevaban un mes en obras de acondicionamiento en la zona oeste del edificio.

Ahora al acceder a esa zona del Ministerio se podía observar como lo que antes eran una serie de amplios despachos ahora se habían convertido en una sola estancia inmensa en la cual se había instalado un flamante equipo informático de última generación y una de las paredes estaba ocupada por un gran mosaico de monitores sincronizados mostrando una cantidad ingente de datos y mapas con multitud de puntitos titilando por aquellas calles.

El servicio estaba a cargo de una docena de funcionarios en tres turnos de ocho horas los siete días de la semana, además de funcionar sin descanso las veinticuatro horas estaba replicado para evitar caídas del sistema.

En el interior del Ministerio se había extremado la seguridad con un nuevo sistema de videovigilancia y un incremento sustancial de los efectivos de la Guardia Nacional y en el exterior, el perímetro del edificio estaba ahora fuertemente protegido.

Aquel edificio se había convertido en un búnker y consecuentemente en un objetivo de la recién nacida resistencia.

Durante los primeros días de funcionamiento del nuevo sistema –fruto del primer filtrado de los informes remitidos por los Agentes– se sucedían las detenciones sin previo aviso, en cualquier lugar y a cualquier hora.

Al mismo tiempo que arrancaba este sistema la Guardia Nacional recibió una remesa de vehículos patrulla, tanquetas y camiones con cañones de agua, todo ello enfocado al control de manifestaciones y algaradas.

Los feroces recortes en Sanidad, Educación y Pensiones permitían ahora dilapidar ese dinero en todo este material antidisturbios.

Paralelamente a todo esto se había filtrado a la prensa que los cuatro centros penitenciarios de Madrid estaban siendo reformados para duplicar su capacidad a costa de reducir el ratio de metros cuadrados por prisionero.

El experimento en la Provincia de Madrid cada día se iba pareciendo más a un campo de concentración al aire libre.

Juan y María estaban preparando el viaje a Bilbao para ir a ver la exposición de Antonio, tal como le habían prometido a Luis.

De pronto se dieron cuenta de lo difícil que se había vuelto conseguir un salvoconducto para salir de Madrid.

Salieron a dar un paseo y comprobaron que los controles de acceso a Puerta del Sol –que creían temporales– se habían convertido en puestos permanentes y también se había establecido el mismo sistema en los accesos a la Plaza Mayor.

Cruzaron la plaza y se dirigieron hacia Neptuno por la Carrera de San Jerónimo.

La tarde –aunque la temperatura era agradable– exhibía un cielo gris plomizo que junto al ambiente silencioso de las calles de Madrid invitaba a la depresión.

Al llegar a la altura del Congreso no podían dar crédito a lo que veían, hasta hacía un par de semanas las dos largas banderas nacionales que adornaban la fachada compartían espacio con otras dos que exhibían el símbolo del partido del Gobierno pero ahora se habían sustituido por cuatro banderas nacionales con el mismo símbolo partidista en el centro de la bandera.

Los nuevos gobernantes se estaban apropiando de los símbolos del Estado a velocidad de vértigo.

Llegaron hasta Neptuno y decidieron volver dando un rodeo por Cibeles –a María le venía bien caminar–, para llegar a casa tuvieron que atravesar cuatro controles en diversos puntos del recorrido.

Las cosas se estaban poniendo realmente difíciles.