Los poemas del alma

Se escriben sin tinta, no es preciso ningún papel especial, son versos escritos desde el deseo y la ternura.

Son metáforas vivas, son esos latidos en pieles compartidas, donde dos silencios se rozan –se tocan– y se comprenden sin palabra alguna.

No precisan de la gramática, no se atienen a ninguna regla y sus múltiples idiomas –aunque diferentes– no requieren ser traducidos.

Nacen del alma y hacia el alma van sin pedir nada a cambio.

Cuando los labios se rozan, el mundo calla, palidece.

Todo se detiene.

Es en ese momento cuando el alma, tímida, desnuda, asoma y recita su más sincero poema.

Cada nueva estrofa es un eco del amor, una suave rima que zozobra ente la carne y el espíritu.

El primero es un prólogo en donde se agolpan las promesas, furtivo, un arrebato desde el deseo contenido.

A partir de ahí se tornan profundos cual oda encendida que arde sin quemar.

Algunos saben a lluvia, otros a vino y demasiadas veces a fría despedida.

Otros destilan reencuentro, risa,… fuego.

Los hay que son puente y existen los que son abismo.

Pero todos –todos sin excepción– son poemas que nuestras almas escriben con manos temblorosas, con los ojos entrecerrados y esa misma alma abierta de par en par.

Son poesía no declamada, sentida, vivida y custodiada en ese tibio rincón de nuestra memoria.

Puede ser verso libre, rebelde, rompedor y asomar a nuestras almas a un nuevo universo.

Por momentos plegaria, y al instante calladas canciones, mudas melodías.

Pero siempre, –siempre– son almas encontrándose, comunicándose, compartiéndose, sin ruido, sin máscaras, sin miedos.

Porque no es solamente tocar, es confiar, es compartir –en un susurro– el alma.

Es permitir la expresión más pura del amor, esa que no precisa de explicación alguna.

Los poetas requieren del lenguaje para revelar su verdad, no obstante, el alma exige –para revelarse– el beso.

Los besos son los poemas del alma.

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