Siempre Lobos, siempre Lanzarote
Se agradecía la brisa a orillas del mar pues de otra forma el sol —que apretaba de lo lindo— sería inaguantable.
Al levantar la vista lo primero que se podía ver era la soledad, si la soledad puede verse si uno se fija bien.
Y justo ahí delante, tres pasos más allá de esa misma soledad se levanta majestuoso el islote de Lobos, que pareciera poder tocarse solo con estirar un poco el brazo.
El pequeño canal —el río— que lo separa de Fuerteventura —su hermana mayor— evoca viejas leyendas de piratas y tesoros hundidos o quizá enterrados a buen recaudo bajo la arena dorada de alguna de sus idílicas playas a la espera de que algún visionario loco lo encuentre.
Un poco más allá se divisa —imponente— nuestra compañera en medio de este océano que nos rodea, me refiero a Lanzarote.
Divisarla en el horizonte —además de recordarnos que no estamos solos en medio del mar— nos tranquiliza, podemos percibir que en un momento de necesidad, penuria o escasez, tenemos a nuestro alcance alguien en quien confiar.
El manto marino que se extiende ante nosotros pareciera una auténtica autopista de múltiples carriles por donde discurre de isla en isla la vida, nuestra vida.
Que volvamos a vernos
Nuestra rutina diaria está plagada de “hasta luego”, “ciao”, “nos hablamos” y muchas mas fórmulas que repetimos sin realmente prestar demasiada atención y sin dar importancia a algo que realmente la tiene –y mucha– como es una despedida.
Nunca somos conscientes de que muchas de estas despedidas no volverán a repetirse nunca más.
Vamos dejando por el camino viejos amigos y coleccionando recuerdos.
Vivimos en un ritmo frenético que no nos permite charlar con calma y compartir vivencias, sentimientos o deseos.
Además de esa sensación de que para todo nos falta tiempo, estamos convencidos –aunque sea inconscientemente– de que siempre estaremos aquí, de que siempre habrá otra oportunidad para esa charla para la que ayer no teníamos tiempo.
Y en muchas ocasiones –demasiadas– esas conversaciones pendientes nunca tendrán lugar, nunca llegarán a suceder porque habrá ocurrido algo que lo impide, a veces temporalmente pero en algunas ocasiones será definitivo.
Cada saludo, cada despedida, cada abrazo es un momento único que debe ser vivido con intensidad.
En este intenso día a día que nos envuelve hemos perdido de vista la realidad, esa realidad que nos hacía humanos y nos hemos vuelto mas mecánicos, mas autómatas por decirlo de alguna manera.
Vamos de aquí para allá empujados por una irrefrenable urgencia que no nos permite relacionarnos con la serenidad necesaria con nuestros amigos, compañeros, parejas, etc.
Seamos mas conscientes de lo valioso que es cada momento que compartimos con nuestros amigos y lo importante que debe ser no dejar ciertas cosas “para mañana” porque nunca sabemos si ese mañana llegará a existir.
Hay tiempo para todo, para la risa, para la fiesta, para el trabajo, para las relaciones, para aliviar a alguien en un mal momento.
No hay nada mas importante que el tiempo que nos dedicamos a nosotros mismos y nuestro entorno, pues –aun siendo importantes– en nuestros quehaceres diarios muy pocas cosas hay que sean realmente urgentes.
Esta podría ser una magnifica forma de despedirnos.
¡Que volvamos a vernos!
Un paraíso de detalles
Todos los días al abrir nuestra particular ventana al mundo este se nos presenta con sus mejores galas.
Maravillosas fotos de lugares paradisíacos, playas de blanca y fina arena bajo un cielo azul irresistible.
Paisajes idílicos que invitan a disfrutar de la vida en todo su esplendor.
Entre todo ese despliegue de interesada publicidad solemos pasar por alto muchos y variados detalles.
Y son los detalles los que dan valor al conjunto, los que convierten un paraje anodino e insulso en algo digno de visitar y disfrutar.
Esa hoja que luce un verde casi transparente que pareciera iluminar todo un paisaje.
Esa gota de agua reposando sobre el pétalo de una rosa antes de iniciar su irremediable camino hacia el suelo.
Esa ola rompiendo una y otra vez –día y noche– sobre esa playa que todos conocemos y pocos valoramos por el mero hecho de que “siempre” está ahí.
Esas palmeras que parecen disfrutar de un sensual baile al fondo del barranco.
Esa espuma de mar que una y otra vez acaricia las mismas piedras para –con el paso del tiempo– convertirlas en arena sobre la que podamos pasear con nuestros pies descalzos y fundirnos así con la madre tierra.
Ese minúsculo brote rodeado de arena que nos grita que aun bajo las condiciones climáticas mas adversas hay esperanza.
Esa araña –efímera– pero que cumple con su ciclo vital en el desarrollo de nuestro particular paraíso.
Ese acantilado batido una y otra vez por un furioso mar pero que resiste el paso del tiempo hasta que con toda seguridad llegue el momento en que sea vencido por la tenacidad del océano.
Todos esos detalles conforman nuestra vida, dan valor a nuestra existencia y nos convierten en personas con una suerte infinita al poder disfrutarlos cada día.
Si queremos apreciar el conjunto de nuestras islas en el futuro hemos de cuidar los detalles y valorar su trascendencia y lo que realmente aportan a la visión general de este paraíso.
Lo mismo aplica para las personas y las relaciones personales, aunque ese será tema para otro día, dale una vuelta,…
Quédate conmigo
Vivimos con prisa, consumiendo días, horas y minutos que se convertirán en años.
Años de alegrías y tristezas, de triunfos y fracasos, en definitiva de experiencia acumulada.
En ese camino constante que es nuestra vida, creemos que nada ni nadie podrá frenar nuestro caminar diario.
Nos vamos rodeando de amigos, familia, y un sinfín de personas que se cruzarán en nuestras vidas en momentos diversos, que nos ayudarán y a los que ayudaremos a caminar sus propias vidas.
La vida se desarrolla implacable, sin pausa, y por momentos pareciera que nos arrastra sin control.
Pero con los años aprendemos a dominar nuestros tiempos, centramos nuestras metas, nos volvemos hacia los que nos rodean,… maduramos.
Es ahí –en ese justo momento– cuando llegamos a comprender que nuestras metas son fruto banal del condicionante social o laboral y nos damos cuenta de que lo más importante –lo verdaderamente importante– no es la consecución de un determinado reto.
El camino que has recorrido para llegar hasta ahí, las personas que te han acompañado y sobretodo si has sido feliz, eso es lo importante.
Ser feliz, esa es la razón suprema por la que vivir.
Si además consigues compartir tu felicidad con un ser querido,…
Pero la vida –aquella que iba deprisa y sin avisar– a veces –muchas veces– te pone a prueba y te verás a ti mismo intentando reconducir todas tus metas, tus anhelos y tus absurdos proyectos de futuro.
Hay un momento crucial en muchas de nuestras vidas, es cuando susurras ¡Quédate conmigo! y cuando ves que no surte efecto incrementas el volumen de tu voz y acabas gritando bajo las estrellas de cualquier lugar del mundo, pero no hay forma de volver atrás ni de retener ese momento.
Y ahí –justo ahí– te haces consciente verdaderamente del valor de cada momento, del valor de cada recuerdo y de lo absurdo de la vida.
Espero que nunca tengas que pronunciar esas malditas dos palabras.
No olvides ser feliz.
Atrévete.
Paris, un inicio
El calendario suele ser el guardián de los recuerdos, el guardián de las casualidades, de esas casualidades en las que uno repara solamente al repasar sus vivencias y tener que situarlas en un contexto de tiempo y lugar.
Nos hacemos con nuestro particular calendario –ese que solamente conocemos nosotros– ese en el que se esconden nuestros sentimientos, nuestros sueños, nuestros deseos y algunas veces también nuestras propias frustraciones.
Todos tenemos “ese” particular calendario, todos tenemos ese lugar, ese instante, esa canción que, llegado el momento, nos evoca toda una vida.
Estamos en agosto, año 2004,… Paris.
Nos sumergimos en sus calles, en su aroma, en su sencillez y nos conquistó para siempre, allí aprendí a decir “mi niña linda” con fundamento, allí me enamore de sus rizos pelirrojos traspasados por esa luz parisina que no encontrarás en ningún otro lugar del mundo.
París te embriaga, te arrebata y te acoge de una manera tal que aun totalmente rodeado por la gente en la calle la sensación es que solamente existíamos nosotros dos.
Un beso en las calles de París es algo tan natural y al mismo tiempo tan especial que no se puede explicar con palabras los sentimientos que te atraviesan.
No necesitas nada más que esas calles y callejuelas para sentirte en otro mundo, para sentirte de verdad iniciando un sencillo y maravilloso cuento de hadas.
Y después están todos esos lugares de obligada visita, la torre Eiffel, el río Sena, los Campos Elíseos, el Sagrado Corazón y a sus espaldas Montmartre.
Como decía antes todos tenemos un lugar al que volver una y otra vez y el nuestro era Montmartre, su plaza repleta de pintores –de donde nos trajimos un retrato suyo hecho a vuela pluma–, sus callejones empedrados, la Casa Rosa, sus jardines.
Era aquí donde respirábamos la esencia de ese París añejo que te impregna de amor y hace aflorar todos esos sentimientos que por momentos te sorprenden a ti mismo.
Un paseo por el Sena en sus “bateaux” a la luz de la luna es algo indescriptible.
Enamorarse de París es sencillo y enamorarse en París es sublime y nosotros tuvimos esa suerte, tuvimos la suerte de comprender que tal como nos decía una de nuestras canciones de esa época, “éramos solo dos extraños concediéndonos deseos como dos enamorados, que vaciamos nuestras manos de desengaños y miedos y las llenamos de afecto”, de amor en este caso.
Y volvimos a París varias veces, y volvimos a Montmartre y seguíamos sintiendo las mismas mariposas revoloteando en nuestro interior.
Quince años después, 2019 volvimos a París por última vez sin saber que cerrábamos un ciclo.
Fue especial, como siempre y sincero como toda nuestra vida juntos.
Y después se presentó nuestro particular calendario, nuestro guardián de las casualidades y un mes de agosto como aquel de 2004 todo se acabó, porque si, porque los cuentos de hadas también tienen final, no son eternos.
Alguna lagrima se ha derramado sobre estas palabras que espero que les inspire algo bonito.
Así comenzó todo con un simple y maravilloso viaje a París, si pueden todavía están a tiempo, la Ciudad del Amor les espera y les puedo asegurar que vale la pena.
Besitos.