mariposas

Gracias por escucharme

Escuchar y que te escuchen, querer y que te quieran, amar y ser amado, es lo que todos deseamos en lo más profundo de nuestro ser, aunque esté de moda negarlo.

Quizá sea para lo único que merece la pena vivir porque el resto de cuestiones como el dinero, el poder o el reconocimiento público valen de bien poco y se basan más bien en el interés.

Una de las cosas más bonitas que te pueden ocurrir es tener a alguien a tu lado que te pregunte ¿eres feliz? Y veas en sus ojos que realmente le importa tu respuesta.

Esas son las personas que debes luchar por mantener a tu lado, esas son las personas que a ti también deben importarte, esas son las personas a las que debes corresponderles, sin miedo, sin aprensión.

Apoyo, comprensión, amistad, esos son los sentimientos que deberían conectarnos con la vida, lo que debería hacer latir nuestros corazones.

Lo que antes compartíamos, la música, la lectura, el tiempo libre, ahora se han convertido en un disfrute individual, pareciera que nos avergüenza reconocer que disfrutaríamos mucho más en compañía que estando solos.

Se ha puesto de moda un individualismo feroz, que va mucho más allá de que tengamos nuestros espacios de soledad.

Despierta y huele las rosas, ¿hay algo más importante en la vida?

Deberíamos promover espacios de encuentro, espacios de disfrute y espacios donde compartir nuestras vidas.

Espacios donde dejar latir nuestros corazones sin la presión de la sociedad, los condicionantes sociales o el miedo al que dirán.

Un espacio donde decirle a alguien “gracias por escucharme”.

Y a ti ¿quién te escucha?

Arriésgate

Sentada en un banco del Retiro —observando como navegaban pausadamente algunas parejas— Carmen no pudo reprimir un suspiro que transmitía resignación.

Vivía a escasos quince minutos del parque y nunca había tenido la oportunidad de navegar ese pequeño lago con alguien a su lado.

Aunque su vida discurría plácidamente entre su trabajo, los quehaceres de alguien que vive sola y sus aficiones, estaba cayendo en una rutina perniciosa.

Después de la charla que mantuvo con su amiga María, le embargó una sensación de fracaso vital impropio de su carácter.

Como si la ayuda y motivación que intentara transmitirle a ella se la hubiera hurtado a si misma.

Dicho de otra manera, se había visto retratada en su amiga y quizá por eso mismo supo lo que realmente le ocurría a María.

Un año antes —en una pequeña escapada a Barcelona— se encontraba disfrutando de una copa nocturna y solitaria en una de las múltiples terrazas de Las Ramblas, cuando de pronto la tranquilidad de aquel momento se vio enturbiada por un dicharachero grupo que se acomodó en unas cuantas mesas a escasos metros de ella.

Al verla sola la invitaron a unirse a ellos y ella aceptó encantada pues de eso se trataba este viaje, de conocer gente nueva.

De aquella casualidad nació una amistad que se mantenía ahí, en la distancia.

A él, Xavi —catalán de pura cepa— se le veía encantado a su lado y pronto entre sus amigos comenzaron las típicas bromas del emparejamiento fortuito y que suerte y todo esto.

En el transcurso de la velada Xavi le contó que era profesor de matemáticas en un instituto del centro y que después de cinco años de un duro trabajo de preparación había conseguido su plaza fija.

Ahora ya con la estabilidad económica de la que disfrutaba había decidido comprarse un ático y estaba ultimando en esos días el papeleo.

Parecía una buena persona –de esas que ya van quedando pocas– educado, atento y muy detallista con ella.

Carmen le miraba y en su interior lo único que acertaba a pensar era que porqué no viviría el tal Xavi en Madrid.

No volvieron a verse, se despidieron y cada uno siguió su camino.

Ella al día siguiente ya se volvía para Madrid, pero mantuvieron el contacto vía email y sobretodo whatsapp, porque en estos tiempos las llamadas telefónicas, esas en que se pueden definir los matices de lo que estas contando y se siente al interlocutor realmente mas cercano, esas estaban en desuso.

Lo mas impersonal de las comunicaciones nos estaba ganando la partida.

Ahora allí sentada mirando los barquillos navegar sentía que María iba a tener mas suerte que ella –cosa que no le molestaba en absoluto– pues su situación si decidía darle un empujón de verdad tendría que pasar irremediablemente por establecer una relación a distancia con Xavi.

Pensando en todo esto se le escapó una sonrisa que gradualmente se fue acrecentando hasta acabar en una sonora carcajada. ¿Que estaba diciendo? Si ni siquiera habían llegado a darse un beso.

Ya llevaba sentada allí una media hora y su amiga se retrasaba, lo cual no era habitual en ella.

Al fin divisó a lo lejos la delgada silueta de María –la flaca– a la que consideraba su hermana menor aunque realmente solo le llevaba unos tres meses de diferencia.

Pero le gustaba esa “sensación” de hermana mayor, –como buena Cancer le afloraba su vena protectora– y su amiga lo aceptaba de buen grado.

María le pidió disculpas por el retraso y después de darse un abrazo se dispusieron a dar un corto paseo por el parque.

Esta vez fue Carmen la que pidió consejo a su “hermana pequeña” sobre la débil relación que mantenía con Xavi, como podría enfocarlo para reforzar ese vínculo y que opinaba ella.

María se lo resumió todo en una sola frase; arriésgate y ya verás que en un par de meses estamos cenando los cuatro juntos en Barcelona.

A María se la veía realmente animada y deseando que acabase esta maldita semana laboral para desembarcar en ese fin de semana que se entreveía tan prometedor.

El resto del paseo discurrió con una de las típicas conversaciones que se tienen antes de una cita, es decir, y ¿que vestido me pongo? o ¿te parece mejor algo mas informal?

Los nervios estaban a flor de piel, pero si lo que nos pone nerviosos es una cuestión amorosa, el romanticismo o la belleza, bienvenidos sean esos nervios.

Las dos amigas enfrascadas en su animada charla habían salido del Parque del Retiro y se encontraban ya en las inmediaciones de Puerta del Sol.

Eran las ocho y media de la tarde y decidieron sin pensárselo mucho entrar en La Casa del Jamón, pues la caminata les había abierto el apetito.

Finalmente ya estaba decidido, sería un vestuario informal un buen vaquero ajustado, blusa blanca holgada y solo quedaba la duda de los zapatos si serían negros o blancos, lo que si estaba claro es que tendrían un taconazo de infarto.

Jueves

Jueves.

La semana avanzaba inexorable y aquella anciana necesitaba dar por concluidos los trámites para acceder a una ayuda del municipio.

Cuando llegó su turno se dirigió hacia el mostrador que le indicaron, donde una chica menuda la recibió con una gran sonrisa.

Era la tercera vez que aquella pobre mujer tenía que acudir para entregar más documentos —pareciera que cada vez que iba se les ocurría algo nuevo que pedir— pero esta vez no iba a ser como las dos anteriores.

Por lo de pronto se dirigía hacia la chica blandiendo su colorido bastón a modo de infructuosa amenaza.

Tal era su indignación y el ímpetu por llegar cuanto antes que trastabilló y precisamente aquella menuda funcionaria de afectuosa sonrisa consiguió llegar a tiempo de sostenerla y a fe que salvo a la anciana de una rotura de cadera inminente.

La ayudó a sentarse y le preguntó como se sentía y la mujer no pudo menos que cambiar de actitud y agradeciendo la ayuda le regaló también ella una sonrisa a la muchacha –se la había ganado–.

Una vez evitada la posible tragedia María preguntó a Petra –que así se llamaba la señora– en que podía ayudarla.

A aquellas alturas de la semana –jueves ya– el trabajo de atención al público –un público no muy educado ni considerado– estaba a punto de sobrepasar la paciencia de María.

A la rutina de su trabajo –que llevaba desempeñando hacía mas de tres años– se sumaba un nerviosismo extra que no lograba identificar.

O mas bien no quería darse por aludida, pues sabía muy bien a que se debía ese estado emocional y no, no estaba en “esos días” valiente tontería.

Lo que la estaba desestabilizando no era otra cosa que el miedo. Miedo a sus propias emociones, a sus propios sentimientos, a dejarse llevar y equivocarse, una vez mas.

Hasta ese momento, y desde el domingo anterior –si cuatro días, noventa y seis horas– sus manos habían andado y desandado el camino hacia su móvil en innumerables ocasiones.

Sus miedos la acercaban a aquel infernal aparato susurrándole que debía enviar un mensaje escusándose y anulando la cita?

Pero inmediatamente su otro yo –ese que la había hecho cometer ciertos errores en el pasado, es cierto– anulaba la orden y volvía a depositar aquel aparato en su lugar de descanso.

Consiguió –entre un desasosiego y otro– despachar a la anciana y por fin solucionar definitivamente su problema.

Aquella mujer se deshizo en muestras de gratitud hacia aquella menuda funcionaria que seguía sonriéndole y a su vez deseando que desapareciera de su vista.

Eran las diez de la mañana y automáticamente se levantó de su mesa, salió de su despacho y cerrando la puerta tras de si se fue a buscar a una de las pocas amigas que tenía allí dentro.

Carmen –que así se llamaba su amiga– al verla venir procedió de la misma manera y –sin decir palabra– las dos enfilaron escaleras abajo el camino de la cafetería mas cercana, para disfrutar de un momento de asueto.

Una vez acomodadas en “su” mesa de todos los días –la del rinconcito– desde donde disfrutaban de la vista del parque cercano y una generosa porción de cielo, lo cual se agradecía después de estar toda la mañana en unos despachos ínfimos, sin ventanas y mal ventilados, Carmen disparó primero.

Carmen conocía a María desde que tenía memoria, se habían criado juntas, habían compartido pupitre muchos años en el colegio y realmente solo se separaron al llegar a la Universidad.Pero nunca perdieron el contacto y cualquiera podría decir que eran mas que amigas, hermanas.

Y precisamente por esa relación tan estrecha que mantenían Carmen se había dado cuenta que algo no iba bien esa semana y viendo que María no soltaba prenda pasó directamente al interrogatorio.

Vamos a ver flaca, ¿a ti que te pasa esta semana que estas y no estas?

Ante un misil tan directo e inesperado María –la flaca– se apuntó a la reacción de todo el mundo; nada Carmen, a mi no me pasa nada, tómate el café que se te enfría.

Pero Carmen –enérgica y muy resuelta ella– no se iba a conformar con esa manera tan burda de intentar despejar el asunto e insistió.

Mira, de aquí no salimos hasta que me aclares que te ocurre, me tienes preocupada y no creo que yo me merezca que me tengas en vilo –chantaje emocional de libro–.

Y funcionó pues llegados a este punto María se convirtió en un torrente de palabras, emociones y lágrimas imparables.

¿Recuerdas a Juan? el informático, –balbuceó entre sollozos– pues creo que he cometido un error.

Nos encontramos el domingo y nos fuimos a San Ginés a desayunar y la verdad que lo pasamos bien y –al menos yo– me encontré muy a gusto y entonces me deje llevar y le propuse salir este próximo sábado a cenar.

Se lo propuse yo a él, tomé la iniciativa y después dándole vueltas no se si he obrado bien, ¿tendría que haber esperado que fuese el quien se lanzase? No se, estoy confusa y por momentos me asalta la idea de anularlo todo.

¿Y ya está? le espetó Carmen, ¿eso es todo?

Pues si, no hay nada mas que eso que te he contado.

Carmen no salía de su asombro, aquella no era su “flaca”, su amiga resuelta y atrevida en todo lo que se proponían.

Pero vamos a ver, en que siglo vives, a ti Juan te cae bien y quieres conocerlo mejor y cual es el problema, ¿que tu has tomado la iniciativa?, no me seas antigua.

Tu no eres así, quítate de encima esos miedos y te recordaré una palabra que tu me has enseñado a pronunciar muchas veces: arriésgate, si sale bien, magnifico y si no sale adelante no será ninguna catástrofe.

Sois amigos y adultos, bueno el te lleva unos cuantos años pero eso hoy en día no es un handicap.

Ya sois mayorcitos y tenéis la vida bien encarrilada económicamente así que si os queréis dar una oportunidad ¿donde está el problema?

De todas formas, solo es una primera cita, ya habrá tiempo de preocuparse.

Conociéndolo te aseguro que él está mas nervioso que tu y –si me permites que te lo diga– ese nerviosismo tuyo, para mi, es una señal de que todo puede ir bien, porque quiere decir que te importa y te preocupa lo que pueda ocurrir.

Y sécate ya esas lágrimas y controla esos miedos.

Lo has hecho todo bien y ahora solo te queda esperar al sábado y disfrutarlo, sin obsesiones, sin miedos y verás que todo saldrá bien.

Como se dice ahora, déjate fluir y,… el lunes me cuentas todo con pelos y señales.

Madre mía las doce de la mañana, vámonos que no llegamos ni a fichar!!!

Paris, un inicio

El calendario suele ser el guardián de los recuerdos, el guardián de las casualidades, de esas casualidades en las que uno repara solamente al repasar sus vivencias y tener que situarlas en un contexto de tiempo y lugar.

Nos hacemos con nuestro particular calendario –ese que solamente conocemos nosotros– ese en el que se esconden nuestros sentimientos, nuestros sueños, nuestros deseos y algunas veces también nuestras propias frustraciones.

Todos tenemos “ese” particular calendario, todos tenemos ese lugar, ese instante, esa canción que, llegado el momento, nos evoca toda una vida.

Estamos en agosto, año 2004,… Paris.

Nos sumergimos en sus calles, en su aroma, en su sencillez y nos conquistó para siempre, allí aprendí a decir “mi niña linda” con fundamento, allí me enamore de sus rizos pelirrojos traspasados por esa luz parisina que no encontrarás en ningún otro lugar del mundo.

París te embriaga, te arrebata y te acoge de una manera tal que aun totalmente rodeado por la gente en la calle la sensación es que solamente existíamos nosotros dos.

Un beso en las calles de París es algo tan natural y al mismo tiempo tan especial que no se puede explicar con palabras los sentimientos que te atraviesan.

No necesitas nada más que esas calles y callejuelas para sentirte en otro mundo, para sentirte de verdad iniciando un sencillo y maravilloso cuento de hadas.

Y después están todos esos lugares de obligada visita, la torre Eiffel, el río Sena, los Campos Elíseos, el Sagrado Corazón y a sus espaldas Montmartre.

Como decía antes todos tenemos un lugar al que volver una y otra vez y el nuestro era Montmartre, su plaza repleta de pintores –de donde nos trajimos un retrato suyo hecho a vuela pluma–, sus callejones empedrados, la Casa Rosa, sus jardines.

Era aquí donde respirábamos la esencia de ese París añejo que te impregna de amor y hace aflorar todos esos sentimientos que por momentos te sorprenden a ti mismo.

Un paseo por el Sena en sus “bateaux” a la luz de la luna es algo indescriptible.

Enamorarse de París es sencillo y enamorarse en París es sublime y nosotros tuvimos esa suerte, tuvimos la suerte de comprender que tal como nos decía una de nuestras canciones de esa época, “éramos solo dos extraños concediéndonos deseos como dos enamorados, que vaciamos nuestras manos de desengaños y miedos y las llenamos de afecto”, de amor en este caso.

Y volvimos a París varias veces, y volvimos a Montmartre y seguíamos sintiendo las mismas mariposas revoloteando en nuestro interior.

Quince años después, 2019 volvimos a París por última vez sin saber que cerrábamos un ciclo.

Fue especial, como siempre y sincero como toda nuestra vida juntos.

Y después se presentó nuestro particular calendario, nuestro guardián de las casualidades y un mes de agosto como aquel de 2004 todo se acabó, porque si, porque los cuentos de hadas también tienen final, no son eternos.

Alguna lagrima se ha derramado sobre estas palabras que espero que les inspire algo bonito.

Así comenzó todo con un simple y maravilloso viaje a París, si pueden todavía están a tiempo, la Ciudad del Amor les espera y les puedo asegurar que vale la pena.

Besitos.