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Mal cuerpo

Tenía mal cuerpo, algo de temperatura y esporádicamente alguna náusea sin motivo aparente.

A eso de las diez de la mañana pidió el resto del día y se fue a su casa, de camino pasó por la farmacia y compró un par de cajas de paracetamol y aspirinas. 

Al llegar se cambió de ropa, una camiseta del Barça y un pantalón corto fue lo primero que encontró y le pareció adecuado para estar en casa tranquilamente.

Se recostó en el sofá con la intención de descansar para luego aprovechar que estaba en casa y recoger un poco.

Cinco minutos después se había dormido profundamente al arrullo de la música de John Coltrane.

Cuando abrió la puerta le extrañó el silencio reinante, no era lo acostumbrado y se preocupó, pero al acercarse al sofá vio a María dulcemente dormida e intentó no hacer mucho ruido.

Subió a la alcoba, se cambio de ropa y bajó otra vez intentando no despertarla pero la encontró ya sentada desperezándose y al verlo se levantó para dale su abrazo de bienvenida.

Le explicó a Juan lo que le había ocurrido y como se había quedado dormida tan profundamente que ni siquiera había comido.

El la obligó a recostarse otra vez y se fue directo a la cocina para prepararle algo con lo que reponer fuerzas.

En unos minutos ya tenía una ensalada preparada y estaba casi listo una plato de papas fritas con una pechuga de pollo a la plancha, convenientemente aliñada con ajo y perejil.

Se sentaron juntos y él se preparó un café para acompañarla mientras comía. Comentaron un poco más detalladamente lo que le había pasado y los dos pensaron en una gripe tardía o en el denostado COVID que ya habían contraído en tres ocasiones antes.

Ahora se encontraba mejor pero si al día siguiente seguía igual pediría cita a su médico.

Ya que estaban tranquilamente en casa y no iban a salir a ningún lado decidieron echarle un vistazo a la aplicación del Gobierno que se habían descargado la noche anterior.

Faltaban solo tres días para la fecha límite de introducción de datos y una semana más para que el sistema entrase en funcionamiento.

Aquel sistema de control iba más allá de lo admisible, se comenzaba por introducir los típicos datos de DNI, domicilio, carnet de conducir o número de la Seguridad Social –muy menguada por los recortes– y se acababa con cuestiones muy personales como relaciones, aficiones, lugares que se frecuentaban para el ocio, comercios habituales en tus compras, etc

Era algo inaudito, todos estos datos cruzados con los informes de los diversos Agentes de Finca y Agentes de Barrio iban a configurar una radiografía exacta de todos los habitantes de la provincia y esto unido al control de ubicación vía GPS iba a derivar en un estado policial que pisotearía todas las libertades individuales del país.

Ninguno de los dos conseguía entender la sumisión –aparente al menos– de la mayoría de la población.

La ciudad se había convertido en un mar de rumores y murmullos, el griterío de los chiquillos en las plazas y los parques había sido sustituido por el sonido sordo de las pisadas de las botas de la Guardia Nacional.

Era jueves y llamaron al resto del grupo para quedar el sábado pero en lugar de hacerlo en su terraza de siempre, los invitaron a su casa para poder charlar con tranquilidad, decidieron también traer algunos platos preparados, comer todos juntos y pasar la tarde tranquilamente.

Juan observaba de soslayo a María y se daba cuenta de que –aunque ella intentaba sobreponerse– parecía estar cansada y un poco apagada de ánimo.

Le preparó una infusión y los dos se acomodaron en el sofá para pasar lo que restaba de le tarde tranquilamente viendo alguna película o alguna serie. 

El la acogió bajo su brazo y así acurrucados lo que realmente ocurrió es que se quedaron dormidos aunque la televisión siguió adelante con la serie que habían escogido.

Regreso

El punto de encuentro de nuestros amigos este sábado no iba a ser como siempre su terraza preferida en la Puerta del Sol.

Durante la semana –vía grupo de WhatsApp– se habían puesto de acuerdo en ir todos juntos a Chamartín, comer en uno de sus restaurantes y despedir a Luis que salía esa misma tarde rumbo a Santiago.

Así que a las dos de la tarde se dieron cita en la estación, todos menos Xavi que pasaba el fin de semana en Barcelona echando unas horas extra corrigiendo exámenes.

La ley de educación seguía siendo la misma pero las “recomendaciones” del Ministerio competente habían provocado la reaparición de los –ahora– omnipresentes exámenes y la constancia y el rigor de las calificaciones estaba saturando al profesorado y provocando el aumento de las deserciones entre el alumnado.

Llegaron como tenían previsto a las dos –en estos momentos ser puntual se había convertido en algo imprescindible– y se dirigieron directamente al restaurante elegido.

La decoración tenía un toque minimalista exquisito, formas rectas, colores muy claros y una iluminación impresionante, todo ello rodeado de unas magníficas cristaleras que dejaban ver una gran parte de la ciudad.

Se dirigieron a la mesa que el maitre les asignó y una vez que se hubieron sentado y se quedaron a solas, Carmen –que buscaba como rayos sentarse cómodamente– soltó; todo muy bonito pero las sillas no están a la altura, y los demás le dieron la razón.

Como se entremezclaban varias sensibilidades gastronómicas, al poco rato convivían en la mesa unas croquetas de jamón, una ensalada con setas, espárragos al grill, un par de chuletones de Avila y algún que otro picoteo más, todo ello regado por un albariño joven recomendado por el camarero que les atendía.

Carlos decidió compartir con el grupo el rumor –cada día mas intenso– de que se iba a promover la redacción de una nueva Constitución para dar cobertura a todos los cambios legislativos que se estaban produciendo de facto.

Ninguno parecía creerse lo que habían oído, o más bien lo que les ocurría es que no querían creérselo y tampoco acertaban a imaginar que podría hacer la ciudadanía para revertir todo lo que estaba ocurriendo.

Acabaron de comer y como el tren tenía su salida a media tarde se dieron un paseo por el interior de la estación visitando algunas tiendas de paso que se dirigían hacia una de las cafeterías.

Se acomodaron en la cafetería y pidieron unos cafés y algunas copas.

Aunque la situación del país era cada vez más extraña, intentaban olvidarla –al menos momentáneamente– para intentar seguir con sus vidas con “normalidad”.

Luis explicó al resto el proyecto que Antonio estaba preparando para exponer en Bilbao y les ofreció conseguirles entradas si se animaban a ir.

Lo comentaron durante un rato y como a todos le vendría bien salir de Madrid para despejarse un poco del ambiente rancio que se estaba apoderando de la ciudad decidieron que si, que irían un fin de semana a airearse un poco y de paso a deleitarse con la obra de Antonio.

Carmen telefoneó a Xavi y le contó el plan para ver si podía organizarse e ir con ellos, y aunque él tenía que revisar su programación le prometió que haría todo lo posible para estar disponible ese fin de semana porque estaba deseando volver a verla.

La distancia les había enseñado que era importante cuidar y brindar apoyo emocional a la otra persona y ellos lo estaban consiguiendo manteniendo una comunicación constante y aprovechando todas las oportunidades que se les presentaban para reunirse.

Carmen se despidió con un beso y quedó en llamarle mas tarde, ya desde casa.

Le confirmaron entonces a Luis que si, que entradas para todos y que se verían en Bilbao dentro de un mes.

Le acompañaron hasta el control y entre besos y abrazos todos le desearon mucha suerte y le advirtieron que fuese precavido durante el viaje.

Pidieron un taxi y se fueron a sus casas.

Carmen inició su videoconferencia con Xavi, María y Juan no quisieron desaprovechar la noche del sábado y corrieron a su alcoba y en el último momento Ana y Carlos decidieron irse a un local nocturno, famoso por su programación de música cubana.

El cambio

Había pasado ya media hora desde que llegaron a la terraza y pidieron unos refrescos, eso suponía que les quedaba una hora hasta que tuvieran que irse.

El nuevo Ministerio de Industria y Comercio controlaba directamente la política de horarios en los locales públicos y se establecía un máximo de tiempo de estancia para el consumo, una hora y media.

Siguieron comentando los acontecimientos del día y Juan –bajando la voz– comenzó a contarles algo difícil de creer.

Su empresa acaba de recibir un extraño pedido desde el Ministerio del Interior y con un plazo de entrega imposible; un mes.

Pararon todos los proyectos en marcha lo que significó muchas llamadas a clientes explicándoles lo sucedido y provoco muchos enfados y algunas cancelaciones.

El encargo consistía en diseñar una aplicación informática por cada uno de los ministerios existentes –es decir once apps– todas ellas conformadas en tres secciones, una sección con un sistema de acceso público para introducción y registro de datos, otra de acceso restringido a los comandos de control desplegados en cada sector y una tercera de acceso exclusivo a los servicios de tratamiento de datos de Presidencia.

Una locura –comentó Juan– de esta forma el Gobierno tendrá un control absoluto –y en tiempo real– de toda la población.

¿Pero como había llegado el país hasta aquí?

Después de las elecciones de octubre de dos mil veinticuatro se desató una lucha titánica entres los dos cabezas de lista de la derecha y la extrema derecha, pugnando ambos por la Presidencia del país.

Ante la negativa del candidato de la derecha a conformarse con la vicepresidencia y los extremistas amenazando con la repetición de comicios, intervino –una vez más– su vicepresidenta –con la connivencia de su ejecutiva nacional– destituyendo a su jefe y postulándose ella misma como nueva presidenta de su partido.

Ella aceptó los términos de una capitulación que sumiría al país en una grave crisis, sobretodo moral.

De esta forma fue nombrada vicepresidenta en un Gobierno presidido por la extrema derecha. 

Fue así como tomaron el control del país los ultraderechistas.

Se acercaba el límite de tiempo y tenían que cambiar de cafetería si no querían tener un problema con la Guardia Nacional.

Ya que estaban todos reunidos por primera vez desde hacía meses decidieron irse a comer todos juntos y se encaminaron hacia una pizzeria cercana.

Cruzando Puerta del Sol se fijaron de que forma había cambiado la fisonomía de la ciudad.

Las balconadas de los edificios oficiales lucían –al lado de la bandera de España– unas banderolas con los símbolos del partido en el poder. Algo inaudito si estuviesen viviendo en un sistema democrático al uso.

Por la plaza patrullaban una docena de efectivos de la Guardia Nacional –fuertemente armados– reforzados por otros tantos agentes de la Policía Municipal, algo a todas luces excesivo pero típico del Estado policial en que se iba convirtiendo España mes a mes.

A su izquierda el antiguo edificio que albergaba la Store de Apple permanecía cerrado y con sus ventanas tapiadas. Hacía ya seis meses que la multinacional se había retirado del país dejando en la calle a todos su empleados repartidos por varias ciudades aunque lo que se rumoreaba es que les habían indemnizado muy generosamente y comprometiéndose a volver si la situación política mejoraba.

El bullicio de antaño había desaparecido, no había vendedores ambulantes, ni artistas callejeros amenizando la mañana, ni payasos, ni mimos,… nada, la nada más absoluta.

En poco tiempo el centro de la capital se había convertido en una ciudad de calles grises y silenciosas, con cientos de personas –también silenciosas– que pululaban con indisimulado nerviosismo ante tanto despliegue policial e intentando llegar lo mas rápidamente posible a su destino.

Juan, María y el resto del grupo también pertenecían a esta nueva especie de población atemorizada y siempre atenta a no dar un mal paso ante alguna autoridad de medio pelo.

Camino de la pizzería pasaron por el Pasadizo de San Ginés, donde había estado ubicada la chocolatería mas famosa de la capital que con ciento treinta y dos años de antigüedad había caído en desgracia.

Alguien muy cercano a los nuevos mandatarios pidió algún favor y de pronto el establecimiento comenzó a tener problemas de permisos, autorizaciones y altercados –posiblemente provocados– con intervención directa de la Guardia Nacional y cedió a la presión.

El siete de enero de dos mil veintiséis –quisieron celebrar una ultima navidad con sus clientes– cerraron sus puertas definitivamente.

Tres días después alguien compró el local y abrió la primera chocolatería del nuevo régimen. 

Llegaron por fin a la pizzería elegida y una vez dentro consiguieron respirar con mas tranquilidad.

Allí el reloj volvió a iniciar su cuenta atrás, noventa minutos para comer y marcharse a otro lugar.

Estaban muy cerca del ático de María y Juan y decidieron que el café lo tomarían en su casa y así no tendrían que estar pendientes de las normas de control del nuevo régimen.

Carlos –que trabajaba en el Congreso de los Diputados– no quería alarmar a sus amigos pero se rumoreaba que se estaba preparando una reforma exprés del Código Penal y uno de los artículos que se querían rescatar de la ley de mil novecientos cuarenta y cuatro era el cuatrocientos veintiocho.

El artículo en cuestión legalizaba el uxoricidio, en otras palabras o mejor, el literal del articulado era el siguiente.

“El marido que, sorprendiendo en adulterio a su mujer matare en el acto a los adúlteros o a alguno de ellos, o les causare cualquiera de las lesiones graves, será castigado con la pena de destierro.

Si les produjere lesiones de otra clase, quedará exento de pena.”

Sus amigos no podían creer lo que Carlos acababa de contarles e imaginaban que siendo este un ejemplo, todas las libertades y derechos conseguidos en años anteriores como el matrimonio igualitario, aborto, etc,… correrían la misma suerte.

Eran las nueve de la noche y aunque estaban muy a gusto charlando en casa de sus amigos, tenían que pensar en irse a sus casas.

Tal cual estaban las cosas no querían encontrarse deambulando de noche y tener un encontronazo “casual” con la Guardia Nacional así que llamaron un Uber que compartieron para llegar tranquilos a casa.

El país se había convertido en una ratonera y para sus adentros Carlos –que se enteraba de mas cosas por trabajar en la Carrera de San Jerónimo– no quiso alarmarlos más pero también se estaba proponiendo declarar un período constituyente para derribar la Constitución del setenta y ocho.

Los tiempos estaban cambiando.

Elecciones

Doce de la mañana, primavera de dos mil veintiséis, han pasado dos años en los que nuestro mundo –tal como lo conocíamos– ha dejado de existir.

Como de costumbre –cada sábado– a esa misma hora nuestros amigos se reunían en la terraza del Hotel Europa, a escasos metros del reloj de España.

A estas reuniones solían asistir Carlos, Ana, Carmen, María y Juan pero este sábado –después de tres meses– también había conseguido asistir Xavi.

Hacía ya un año que la movilidad entre ciudades estaba restringida en el país y se necesitaba un salvoconducto expedido por el Ministerio de Gobernación que revisaba exhaustivamente cada solicitud y solamente el quince por ciento conseguía tal privilegio.

Si, han oido bien, el Ministerio de la Gobernación.

El país –en dos mil veintiséis– no se parecía en nada al que conocíamos en dos mil veinticuatro.

Carmen estaba visiblemente contenta, llevaba tres meses a golpe de videoconferencia y además con la caída de la calidad que se había producido en el servicio este último año, los cortes eran constantes y era un suplicio mantener una conversación mínimamente coherente.

Los demás lo tenían un poco más fácil al vivir en la misma ciudad pero tenían que andarse con mucho ojo y no meterse en ningún lío de lo contrario la Guardia Nacional –en su mayoría afiliados del partido en el poder– tenía potestad para detenerte y meterte en un calabozo durante tres días sin ningún trámite previo.

Carlos y Ana no eran oficialmente pareja aún pero estaba claro que se tenían un especial cariño y cada vez que se reunían se les veía mas compenetrados.

María y Juan habían decidido hacía poco tiempo irse a vivir juntos, los alquileres se habían disparado al igual que el combustible, la luz, el agua por no decir nada de la comida.

Así que después de casi dos años tomaron la decisión y él dejó su piso –de alquiler– y se fue a vivir con María en su ático y el ahorro les permitía vivir mas desahogados y disfrutar de mucho más tiempo para ellos.

Xavi estaba dándole vueltas –junto con Carmen– a la posibilidad de trasladarse a vivir a Madrid, pero aun siendo un funcionario, el hecho de ser catalán era un impedimento muy importante en este nuevo orden.

Todo ocurrió –o mejor expresado– todo comenzó en junio de dos mil veinticuatro cuando se dieron a conocer los resultados de las elecciones europeas y sorpresivamente la extrema derecha consiguió colocarse como segunda fuerza continental por detrás de los populares y consiguieron formar un “gobierno” europeo.

La siguiente ficha en caer comenzaba a tambalearse en la península ibérica.

El impacto de los resultados europeos fue demoledor y supuso un retroceso inesperado en la economía, los derechos y las libertades en toda la Comunidad Europea.

En nuestro país como consecuencia del pacto de gobierno en Catalunya, y pese a todos los logros conseguidos, el Gobierno perdió el apoyo de votos cruciales para su supervivencia y hubo de convocar elecciones en octubre de ese mismo año.

Carlos y Juan –activistas de izquierdas en su juventud– en seguida supieron leer lo que estaba sucediendo y colaboraron activamente en la campaña de diversos partidos para intentar resistir el embate de la ultraderecha nacional, que a su vez arrastraba tras de si a la derecha de toda la vida.

Por su parte Xavi en Catalunya hacía lo propio pero resultaba inquietante el empuje y el auge del populismo que se venía gestando en los bajos fondos de nuestra democracia.

Los planteamientos simplistas de ciertos líderes intentando convencer a la población de que los problemas complejos se resuelven con fáciles y sencillas recetas de barra de bar iba calando rápidamente entre la ciudadanía.

Llegado el día de los comicios el resultado fue asombroso, la suma de las derechas arrojaban la infame cantidad de doscientos diputados.

El pueblo había hablado y tocaba acatar el resultado totalmente democrático de las elecciones.

Juan lo tenía claro, tantos años de desunión de la izquierda y una pulsión innata hacia la autodestrucción nos había llevado –finalmente– a entregar el país en bandeja de plata a la peor generación de políticos conservadores que había existido nunca.

María estaba asustada, en el Ayuntamiento ya se hablaba de cambios y recortes, controles exhaustivos de la información y se rumoreaba algo sobre una selección entre el personal para crear un cuerpo de control interno del funcionariado que abarcaría a las comunicaciones, tanto emails, mensajería e incluso las conversaciones telefónicas.

Un segundo nivel –que no se sabía quienes lo formaban– estaban dedicados a hacer de informantes de todo lo que ocurría en las instalaciones.

La administración –en menos de un mes– se transformó en virtuales campos de concentración.

El sistema se expandió como las ondas que provoca una piedra al caer en medio de un río.

Y controles y sistemas de espionaje parecidos se fueron activando en todos los barrios de Madrid afectando directamente a toda la población.

Carmen -siempre rebelde– ya había tenido un par de encontronazos con un par de chivatos que había descubierto en su planta y le costó un par de advertencias de sus superiores y alguna amenaza sobre un hipotético despido.

¿Despedir a una funcionaria? ¿donde se ha visto eso? –preguntó– y la respuesta la dejó sin palabras, porque aquel jefe de servicio le soltó; todo se andará tu danos seis meses mas y ya verás.

Ahí fue cuando realmente se dio cuenta de que aquella gente iba en serio y les esperaban tiempos muy difíciles.