A veces la vida nos alcanza con golpes inesperados, golpes que creemos inmerecidos y –que en la mayoría de las veces– no vemos venir ¿o si?
Muchos de ellos no son mas que momentos concretos de fragilidad que propician nuestros errores y nos abocan a recibir una sonada advertencia sobre la realidad que estamos viviendo en ese preciso instante.
Estos golpes –aunque ruidosos– no son los importantes, pero si serán aprovechados por los que siempre están esperando para disfrutar de nuestros tropiezos.
Superar los momentos difíciles, las decisiones equivocadas o simplemente un revés fortuito nos obliga siempre a mantener la esperanza y por ende a ser pacientes.
Invocar la resiliencia –ese término tan de moda– es primordial.
Hemos de trabajar nuestra capacidad para superar las situaciones adversas, adaptarnos y recuperarnos.
Esa capacidad que tiene el ser humano de “rebotar” –volver a ponerse de pie– resulta esencial para salir adelante
Pero esto no se consigue solo con esperanza y paciencia, debemos mantener nuestra actitud optimista en todo momento, también será importante nuestra capacidad para adaptarnos a las nuevas situaciones.
El autocuidado y disponer de personas en las que confiar será otro de los pilares en los que apoyarse para ese resurgimiento que seguramente nos merecemos.
Pero hay golpes que –desde mi punto de vista– son insuperables.
Me refiero concretamente a la pérdida, ese es un momento que hace tambalear toda tu vida, arrasa tus creencias, tus cimientos personales y redibuja tu mundo para siempre.
Recomponerse –en estos casos– requiere de una fortaleza especial, pues has de comprender que intentar superar estos sucesos es un grave error y el camino para reordenar tu vida vendrá siempre de aprender a vivir con esa herida en tu alma o en tu corazón, si queremos expresarlo así.
Cuando sufres una pérdida tu brújula personal pierde cualquier punto de referencia, te encuentras rodeado de gente, mucha gente, y al mismo tiempo, solo, absolutamente solo.
Y la expresión de ese momento llega en forma de grito mudo, un alarido silencioso pues ningún sonido es capaz de expresar tanto dolor.
Nadie está capacitado para comprender tu dolor y nadie –a no ser que carezca de sentimientos– debería arrogarse el derecho de juzgar tus actos.
Los tiempos para comprender lo que ha ocurrido y conseguir volver a encontrar sentido a tu propia vida no se encuentran determinados en ningún manual de supervivencia y cada persona debe intentar comprender cuando ha llegado su momento para enfrentar otra vez el reto de la vida.
Para ello es importante –básico diría yo– agradecer siempre lo vivido, recordar con una sonrisa y dar un paso al frente cargando con tu particular bagaje de vivencias pero sin que estas supongan una losa que te sepulte a ti mismo.
Cada día merece la pena ser vivido intensamente.