Sobre las diez de la mañana Carmen se dirigió al despacho de su amiga para acompañarla al tentempié matutino.
Al asomarse y no verla en su puesto de trabajo preguntó por ella a las compañeras más cercanas y fue cuando se enteró de que no había venido a trabajar.
De camino a la cafetería la llamó para ver como se encontraba; al otro lado una voz adormecida le agradeció que la hubiera llamado y le explicó que seguía igual que el día anterior más o menos.
Carmen le aconsejó que fuese al médico y que no esperase más tiempo y ella le confirmó que ya tenía cita esa tarde a las cinco con su doctora.
Juan –por su parte– avisó a su trabajo y ante la sospecha de que la situación pudiese desembocar en un diagnóstico de COVID obtuvo el permiso para quedarse en casa junto a María.
Pasaron toda la mañana en casa por responsabilidad y para no exponer a nadie a la posibilidad de un contagio por su negligencia.
Juan preparó una sopa de verdura y un par de solomillos que acompañaron con un par de copas de vino, era una sensación rara poder compartir una comida durante la semana dado que nunca coincidían sus horarios.
María seguía un poco revuelta pero parecía más animada, se dirigieron al Centro de Salud que les correspondía.
Provisionalmente estos centros estaban gestionados por la Cruz Roja debido a los recortes en los presupuestos del Ministerio de Sanidad y al no saber como se iba a reorganizar todo el sistema.
Parecía que la intención era gestionar solamente un par de hospitales desde el Ministerio y ceder el resto del sistema sanitario a la iniciativa privada, pero todo esto no eran más que rumores todavía.
Cuando llegaron se dirigieron al mostrador y después de identificarse y explicar los síntomas para que el administrativo en cuestión tomase los datos, les dijeron que se sentasen para esperar su turno.
La sala de espera era la prueba palpable de lo que venía ocurriendo durante los últimos meses por la falta de inversión.
La deficiente limpieza era evidente y el mobiliario debería haber sido sustituido hacía tiempo. Buscaron un asiento que no significase un riesgo de contaminación y se sentaron a esperar.
Tres horas después seguían sentados en aquel asiento, los tiempos de espera –aún para las citas normales– se habían disparado y en el servicio de urgencias ya se había dado un caso de un fallecimiento por la demora en su atención.
Media hora después, por fin les llamaron para atenderles, la doctora se disculpó por el retraso, tenía en su mano los papeles que cubrieron en recepción y les dio una rápida lectura.
Preparó la camilla que tenía al fondo de la consulta y le pidió a María que se acostase para explorarla.
Le hizo una serie de preguntas sobre como sentía su cuerpo y la ayudó a incorporarse para auscultarla, después de esto le pidió que se sentase.
La doctora se giró hacia su ordenador y comenzó a teclear sin decir palabra y con semblante serio, lo cual estaba poniendo tanto a María como a Juan de los nervios pero esperaron educadamente a que ella acabara.
Cuando por fin se volvió hacia ellos les sorprendió con una amplia sonrisa.
Perdonen –les dijo– estaba registrando el resultado de la consulta y preparándole un par de recetas.
No tienen que preocuparse porque no es nada grave, si no me equivoco lo que le pasa es que están ustedes esperando un bebé.
María y Juan se miraron y se abrazaron con lágrimas de alegría en sus ojos, cuando se repusieron un poco se volvieron hacía la doctora y le dieron las gracias a lo que ella sonriendo todavía más que antes les felicitó y les deseó que todo fuese bien.
Les recomendó unos complementos de vitaminas para María y les dio cita para hacer unas pruebas de confirmación la próxima semana y consulta con ella otra vez dentro de un mes.
Salieron de allí sin creérselo del todo y felices por la noticia.
Eran las nueve de la noche y se fueron dando un paseo hasta casa charlando animadamente e intentando asumir la noticia.
A medio camino ya estaban a la caza y captura de un nombre, pero para esto aun faltaba mucho tiempo.