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Mirarse a los ojos...

Dicen –los que lo han probado– que mirarse a los ojos durante cuatro minutos sin hablar es una experiencia trascendental.

La mirada es un puente invisible entre dos almas, es un instante en el que –con ese solo gesto– puedes comunicar, puedes explicar lo que no alcanzarías con mil palabras.

La mirada es a la vez refugio y vulnerabilidad, un lenguaje sin sonidos, un torrente de secretos inconfesables que se escapan en ese instante sin aparente control.

El amor, la tristeza, la esperanza y los anhelos encuentran en tus ojos su mas sincera expresión.

En cuatro minutos el tiempo parece detenerse, caen todas las barreras, la máscara de lo superficial se desvanece, las miradas se suavizan y la conexión –profundamente humana– es un recordatorio de que a veces, el alma habla más claro a través de los ojos que con cualquier palabra.

En esos momentos cada parpadeo, cada microexpresión nos revela un momento, nos cuenta una historia.

Una mirada puede ser un abrazo en la distancia, una súplica silenciosa o un lugar en el que refugiarse.

Los ojos –como espejos– no saben mentir, por eso en una mirada habita la verdad desnuda del corazón.

Cuando miras a esa persona que quieres profundamente durante tus cuatro minutos –además de ser un acto de valentía– es una manera de intercambiar fragmentos del alma, es una forma de decirle, te veo, y te entiendo.

La mirada de amor es un susurro que no necesita palabras, un momento en el que el tiempo parece detenerse y todo alrededor se desvanece. Es ese brillo inconfundible en los ojos, una luz que nace desde lo más profundo de tu ser y que refleja un sentimiento puro, infinito y sincero.

Es cálida, envolvente, como un hogar al que siempre deseas regresar. En ella se encuentra la promesa del apoyo incondicional, y la alegría de descubrir la belleza en los detalles más simples.

Una mirada de amor no solo observa, sino que abraza, comprende y celebra.

Es un regalo silencioso que dice: “Aquí estoy, contigo, por y para ti”.

Y en ese cruce de miradas, los corazones se hablan y se entienden de una manera que las palabras jamás podrían alcanzar.

Decir te quiero

Sentado en la escalinata del monumento a Cervantes se recreaba observando a unos chiquillos correteando en el parque mientras esperaba la llegada de Andrea.

Escasamente cinco minutos después llegaba ella luciendo aquella larga melena que tan bien le caía sobre los hombros.

Se entrelazaron en un largo abrazo, se intercambiaron unas miradas delatoras y se dieron un beso de esos, de esos que delatan todo lo que se habían echado de menos desde su última cita.

Con un rápido movimiento de prestidigitador, Juan se sacó de algún sitio una rosa roja que ofreció a Andrea y ella le dedicó una amplia e irresistible sonrisa acompañada de otro abrazo inmenso.

Era temprano y decidieron dar un paseo por los parques y jardines de los alrededores, se cogieron de la mano y se encaminaron hacia el Templo de Debod.

La luna –en cuarto menguante– pero aún bastante luminosa impregnaba la noche de una atmósfera especial.

Los dos creían estar viviendo una historia increíble, paso a paso, sin precipitarse, pero convencidos de que tenían un futuro juntos.

Paseando de la mano –sin más pretensiones– eran felices, saboreando aquellos pequeños placeres de la vida, eran felices, compartiendo un momento –su momento– eran felices, no necesitaban mucho más.

Juan le confesó las dudas que le embargaban y los sentimientos cruzados que a veces le invadían pero reconoció que estando a su lado todo se convertía en un momento de auténtica felicidad e intuía un bonito futuro a su lado.

Ella escuchaba en silencio –atentamente– y asentía sobre las palabras de él y una vez que Juan se quedó en silencio le dijo; te quiero.

Juan, que nunca había conseguido desprenderse del todo de esa sensación de no estar a la altura de su pareja, se quedó mirándola y con los ojos vidriosos no le dijo el consabido, yo también, lo primero que le salió fue un, yo te adoro.

Se fundieron en un abrazo infinito.

Se hacía tarde, eran ya las diez de la noche y apuraron el paso hacia la Plaza Mayor donde habían quedado con sus amigos para cenar algo y disfrutar de un concierto que se iba a celebrar en la mismísima plaza.

Allí les esperaban Carlos, Xavi, Carmen, Ana y Aura que había pasado la tarde con sus “tíos” y en cuanto les vio acercarse se fue corriendo a abrazarse a su padre.

Las chicas –siempre más atentas a los detalles– enseguida se dieron cuenta de que aquello marchaba viento en popa, venían los dos de la mano, sonrientes y muy dicharacheros, aprovecharon el momento para arropar a Andrea abrazándola y haciéndola sentirse como una veterana del grupo, como en su casa.

Se aislaron las tres en una esquina de la mesa e intentaron que Andrea les corroborara lo que ellas ya daban por hecho y,… si, Andrea les confirmó que su relación con Juan aunque muy incipiente iba por muy buen camino y que estaban muy ilusionados, además, de lo que vivieron en sus pasadas experiencias habían aprendido que lo que marca la diferencia no son los grandes fastos sino los pequeños detalles.

Una rosa –les dijo– una rosa con la que no contaba me emocionó como no os lo podéis imaginar.

Las tres se abrazaron y visiblemente emocionadas se volvieron hacia sus chicos dispuestas a disfrutar de la noche.

Se pidieron unos típicos bocadillos de calamares, unas cervezas y comenzaron a sonar los primeros compases de la atracción de la noche, Rosalía recordando aquel tema ya viejo pero entrañable, “Malamente”.

No necesitaba más, sus amigos, su nueva chica, su hija y una nueva vida por delante.

Plaza de España

Aquella noche con Andrea hizo que Juan recapitulara todo lo acontecido en los últimos tres o cuatro años y —a su vez— se replanteara su presente y su futuro, ese futuro que cada vez se le asemejaba más a un pasar los días luchando contra la rutina y con aquella terrible sensación de que todo estaba acabado y de que su vida —más allá de cuidar de su hija— no tenía ningún objetivo.

Aquel encontronazo con la vida le había removido muchas sensaciones adormecidas en su interior y había despertado algún atisbo de esperanza por lo que podría venir en adelante.

También le había llevado a rememorar algunos de sus momentos más felices del pasado reciente.

Sin saber muy bien porqué, le vino a la mente aquella cena en Barcelona con Carmen y Xavi al poco tiempo de su compromiso.

María y él alquilaron un pequeño loft para el fin de semana y Carmen se quedó en casa de Xavi.

Pasaron un fin de semana espectacular paseando por las Ramblas, entrando en La Boquería y quedándose extasiados al ver aquellos puestos de venta llenos de colorido y frescura, repletos de frutas, legumbres, pescados, carnes y dispuestos a cumplir con cualquier antojo que se nos pudiese apetecer.

Encontraron de todo lo que les gustaba y mas tarde en casa de Xavi prepararon una cena espectacular.

Repasando aquellos momentos en su mente se daba cuenta de la gran suerte que había tenido y de que además nunca recordaba ningún capítulo desagradable en su relación.

Aquel fin de semana en Barcelona fue el sello perfecto para aquel naciente vínculo de Carmen y Xavi. Para él supuso un paso más en la consolidación de su relación con María.

No sabía porqué le había asaltado aquel recuerdo del pasado pero —sea como fuere— la verdad es que de esos momentos tenía muchos al cabo del día y le gustaba que así fuese aunque algunas veces esos mismos recuerdos le dejaran malherido.

Y ahora –con todo lo vivido a sus espaldas– se le abría una nueva esperanza, que no tenía porque ser ni mejor, ni peor que lo vivido sino distinto, otro momento, otra oportunidad.

Su debate, –su lucha interna– era importante pues se jugaba dos formas muy distintas de afrontar su futuro y la decisión que tomara condicionaría su vida en adelante.

Había pasado una semana desde aquel encuentro con Andrea y habían vuelto a quedar para disfrutar de una tarde de sábado juntos –que les vendría muy bien– para intentar afianzar aquella incipiente relación.

Se encontró frente al espejo preparándose para la cita y se sorprendió porque después de mucho tiempo se removían en su interior –entrelazados– el temor y la esperanza.

Eran las siete de la tarde y salió hacia la Plaza de España –muy bonita después de la ultima remodelación– donde había quedado con Andrea.

La tarde se había quedado gustosa para el paseo, ni una pizca de viento, una temperatura veraniega y un cielo que dejaba entrever las primeras estrellas que posiblemente se verían opacadas mas tarde pues era noche de luna llena.

Gran Vía abajo sentía como su corazón se aceleraba pero no acertaba a discernir si era ilusión o congoja, su batalla interna seguía muy viva.

Andrea

La noche se extendió hasta casi el amanecer, después del baile –a eso de las dos de la madrugada– lo que iba a ser un regreso a casa se convirtió –sin pretenderlo– en un largo paseo durante el cual –en la tranquilidad de la noche– fueron intercambiado experiencias, vivencias y casi sin darse cuenta estaban pasando de ser dos persona que se conocían a iniciar una senda de amistad.

A los dos les parecía estar en otro universo, ella porque había encontrado a alguien que sabía escuchar y él porque hacia mucho tiempo que no se encontraba tan a gusto con alguien.

Andrea venía de una experiencia –como se solía decir ahora– tóxica, una pareja que buscaba disponer de una mujer bella, dulce, siempre correcta ante la sociedad e inteligente.

El problema era que Ernesto –que así se llamaba aquel sujeto– exigía de Andrea una sumisión extrema y una entera disponibilidad para todos sus caprichos.

Un tipo de relación totalmente fuera de lugar hacía ya muchos años y que acabó por dinamitar la relación. Las mujeres actuales más que princesas desean ser guerreras, o al menos una conjunción de todos estos valores.

Juan no entendía que existiesen aún hombres con esa escala de valores y cuando se encontraba algo así –como los casos de Pedro y Ernesto– lo achacaba siempre a un fracaso de nuestro sistema educativo.

La experiencia de Juan era totalmente contraria a lo que había tenido que sufrir Andrea, él había mantenido una relación extraordinaria que solamente se había truncado por una fatalidad y –ahora– tres años después había aprendido a vivir con ello.

Los dos parecían –desde sus distintas experiencias– comprenderse y compenetrarse bastante bien y comenzaban a confiar el uno en el otro.

Comenzaba a refrescar y Andrea no pudo reprimir un escalofrío que no pasó inadvertido para Juan.

Le ofreció su cazadora y aunque –en un primer impulso– ella la rechazó educadamente, no se opuso a un segundo intento ante la insistencia de él pues realmente tenía frío.

Juan le colocó la chaqueta sobre sus hombros y ella agradeció el gesto cogiéndole del brazo y arrimándose a él para compartir el calor de sus cuerpos.

Aquel paseo les había llevado a las puertas del Retiro y aunque era un recinto cerrado a esas horas, ellos conocían –al igual que muchos madrileños– una pequeña brecha al oeste de la valla, por la cual penetraron y así disfrutar del parque en soledad.

Ninguno de los dos parecía tener prisa por acabar aquella curiosa cita, ella porqué –después de mucho tiempo– volvía a sentirse segura al lado de un hombre y él porqué –también después de mucho tiempo– había conseguido dejar atrás una sensación de infidelidad que –evidentemente– no tenía ningún sentido.

Se sentaron en un banco con el lago a la vista, y así, acurrucados el uno contra el otro permanecieron durante un buen rato totalmente en silencio, diríase que cada uno –para sus adentros– intentaba comprender el significado de aquella situación -si es que significaba algo– y las consecuencias que podrían surgir de aquello.

Ninguno quería romper el silencio, no entendían porqué pero se sentían bien así, como si cada uno de ellos ejerciese sobre el otro un halo protector que los aislaba del resto del mundo.

Aquel momento –que les pareció hermosamente eterno– fue, al fin, interrumpido –muy a su pesar– por Andrea.

Se incorporó –separándose levemente de él– y dejándose llevar por su corazón acercó sus labios a los suyos y le besó.

Juan –todavía aturdido– se disculpó por dejarse llevar por sus emociones en respuesta a su beso, pero ella le hizo callar y volvió a besarle otra vez.

Aquellas dos almas –sin rumbo fijo– parecían haber encontrado el uno en el otro, confianza, sinceridad y lealtad.

Eran ya las cuatro y media de la madrugada y aún quedaba un buen trecho hasta el ático así que comenzaron el camino de vuelta, todavía abrazados, aunque ya no sentían tanto frío.

En el camino de vuelta Andrea le confesó que era su cumpleaños y que tenía la sensación de haber recibido un gran regalo de la mano del destino.

Era veintitrés de junio, había luna llena y Juan no se creía lo que acababa de suceder, pero estaba viviendo un momento de extrema felicidad.

Noche de chicas

Se desgranaban los primeros días del verano, y Juan amaneció visiblemente agitado. 

Parado frente al espejo, ese mismo espejo con el que tantas veces había mantenido nutridas conversaciones, intentaba decidir cuál sería el atuendo de esa tarde-noche que se avecinaba.

Días antes –apremiado por Ana y Carmen– había accedido a tener una cita casi a ciegas y dada su falta de experiencia le asaltaban, como no, dudas y miedos que habría de vencer cuanto antes.

Un nuevo amanecer

Lo primero y más acuciante ¿que me pongo? algo, no muy formal pero tampoco  demasiado casual.

Finalmente la decisión parecía clara, has de presentarte como tú eres en tu día a día, sencillo, sin pretensiones de ser o aparentar lo que no eres.

Esa fue la respuesta que recibió desde el otro lado del espejo.

Había convenido con las chicas que –si querían que aceptase aquel compromiso– alguna de las dos tendría que quedarse con su hija esa noche.

Se intercambiaron una mirada cómplice y entre carcajadas le dejaron claro que no valían excusas y que no se iba a librar.

Por supuesto que ellas tenían ya decidido que se quedaban con la niña y ya tenían preparada una “noche de chicas”.

Ana fue la primera en llegar y nada más verlo tuvo que contener la risa, la verdad es que parecía un cromo y le extrañó porque él era bastante apañado para su vestimenta.

Sin darle tiempo a decirle nada sonó el timbre, era Carmen que se retrasó un poco porque se había parado en una pastelería y venía cargada de cositas para malcriar a la niña.

Cuando Carmen vio a Juan pensó exactamente lo mismo que Ana y entre las dos se dispusieron a solucionar aquello, o de lo contrario el fracaso iba a ser monumental.

Su amigo –suponían que por los nervios del momento– se había puesto unos zapatos de piel marrones, un cinturón verde de puro invierno, un pantalón gris de pinzas y todo ello aderezado con una camisa hawaiana dos tallas por encima de la suya.

La pregunta de Carmen no dejaba lugar a dudas, ¿tu te has visto en un espejo? Así no te dejamos ir a ningún sitio.

Vamos a ver que tienes en el armario porque esto hay que solucionarlo y tenemos poco tiempo.

Subieron las dos arriba y después de mucho rebuscar dejaron todo preparado sobre la cama, bajaron al salón y le dijeron a Juan que subiera a cambiarse.

El intentó negarse, pero viendo las caras de sus dos amigas comprendió que no era momento de discutir y que seguro que iba a perder, así que agachó la cabeza y subió las escaleras.

Al rato bajó y aquello parecía otra cosa, ahora era el Juan que ellas reconocían enseguida, zapatos negros super limpios, cinturón de cuero negro, vaquero ajustado y camisa blanca. Por si refrescaba llevaba una cazadora de cuero negra.

Sencillo, discreto, como era él, sus amigas todavía no se explicaban adonde quería ir con aquella camisa hawaiana.

Quedaba media hora y ya iba un poco justo de tiempo así que se despidió de ellas, pero solamente después de darles un montón de indicaciones sobre lo que comía la niña, los dibujos que le gustaban, el pijama que tendrían que ponerle…

Ellas –sin parar de reír– no le hicieron ni caso, –suavemente– lo fueron empujando hacia la puerta y una vez en el descansillo le dijeron, “diviértete” y cerraron sin más.

Bueno, a ver si se anima un poco –dijeron– y a continuación gritaron al unísono ¡¡¡Aura!!! ¡¡¡noche de chicas!!!

Andrea no era una desconocida para Juan, compañera de Ana en la clínica, algunas veces habían coincidido juntos con el resto del grupo aunque nunca había llegado a integrarse del todo.

Sus amigas le insistieron en que debía salir un poco y forzaron la situación con Andrea, sin ningún tipo de pretensión, solamente intentaban que Juan se despejase un poco con una amiga, nada más.

Habían quedado en la Plaza Mayor –no muy lejos de casa– para cenar y charlar un rato.

Andrea era una chica alta, de curvas rotundas y una larga melena cobriza que la hacía destacar en dondequiera que se encontrase.

Diez minutos después apareció enfundada en un pantalón de cuero negro y unos tacones de infarto, su larga y rizada melena realzaba su figura, se dieron un abrazo, un par de besos en la mejilla y se dirigieron a su mesa.

Se enfrascaron en una animada charla intentando explicarse el uno al otro las peculiaridades de sus trabajos y poco a poco fueron derivando hacia cuestiones más personales como sus gustos musicales, literarios o cinéfilos.

Después de varios años de verse sin más, ahora estaban conociéndose de verdad y lo estaban disfrutando realmente.

Llegando al postre Juan le estaba contando un sinfín de anécdotas que le habían ocurrido durante los últimos años con su hija, todo por su inexperiencia  como padre y percibía como Andrea se le quedaba mirando con cierta incredulidad y admiración.

Cuando acabaron de cenar Juan llamó la atención sobre la hora que era y que sería mejor dar por finalizada la noche, pero ella no estuvo de acuerdo y le dijo de ir a tomarse unas copas a un pub cercano.

Juan llamó a las chicas para avisarlas y ver como iba todo y las dos le dijeron que todo estaba estupendamente y que ni se le ocurriera aparecer por casa, “diviértete” fue su última palabra y le colgaron.

Así las cosas se volvió hacia Andrea y le dijo, todo arreglado, aún no puedo volver a casa ¿nos vamos?

Era noche de música en vivo y se lo pasaron muy bien, un par de copas y al son de la música unos bailes, hacía mucho tiempo que ninguno de los dos disfrutaba tanto en compañía de alguien.

Andrea también había tenido unos años difíciles y comenzaba a remontar, dos almas heridas intentando surfear la vida.

Déjame que te deje, tenerme pena...

Días de luces, días de sombras

Las seis de la mañana, la puerta del día solamente está entreabierta pero ya hay alguien que se ha levantado aunque –siendo domingo– no tenga absolutamente nada que hacer.

Pero era un día ciertamente especial, tres años atrás aquel fatídico dieciséis de junio el sol se nubló inesperadamente, aún cuando no se veía ni una sola nube al levantar la vista al cielo.

Aura y su madre cumplían tres años, ciertamente eran dos celebraciones totalmente contrapuestas, vida y muerte, luces y sombras, futuro y pasado.

Juan –su padre– había preparado una pequeña fiesta, y este año además de su grupo de amigos también estarían Antonio y Luis que llegaban en un par de horas desde Santiago.

El camino estaba siendo difícil, se alternaban días luminosos con nuevos proyectos, nuevos retos y al mismo tiempo días sombríos llenos de recuerdos, remordimientos y culpabilidad autoinfligida.

A media mañana se oyó el timbre de la puerta, allí estaban Antonio y Luis, se abrazaron con cariño –hacía mucho que no se veían–, Aura al verlos saltó del sofá, se abalanzó hacia ellos y se fundieron los tres en un solo abrazo que pareció eterno.

Juan les tenía preparado un desayuno de esos que ya no se estilaban con bollería, churros, chocolate, café,.… Delante de aquel banquete Juan se interesó por el desarrollo de la carrera artística de Antonio.

Después de la exposición del Guggenheim Antonio vio como se relanzaba su carrera y obtenía repercusión –sobretodo– en el extranjero consiguiendo enlazar una serie de exposiciones alrededor del mundo en ciudades tan importantes como Londres, Nueva York o París.

Estaba realmente contento –entusiasmado más bien– de como la vida le estaba tratando, podría decirse que Antonio cabalgaba a lomos de sus mejores días de luz.

Recordaron fugazmente aquel viaje a Bilbao para ver aquella exposición que tanto marcó su carrera.

Juan envió algunas fotos de aquellos días al televisor del salón para verlas en pantalla, allí estaban todos –sonrientes– de paseo por la orilla del Nervión con unos magníficos helados en sus manos, felices en otro más de esos días de luz.

Les había impresionado la majestuosidad del museo a la orilla del río y sobretodo la multitud de matices que la luz del ocaso provocaba sobre la superficie metálica que lo conformaba, en si mismo aquel edificio era una obra de arte.

Justo en ese momento la pantalla mostró un primer plano de María, sonriente, el pelo al viento, su pequeña nariz mostraba una mancha de helado y los tres se quedaron mudos, sin saber como reaccionar.

Pasados cinco segundos –los que el sistema automático tenía programados– apareció la siguiente imagen, aunque no llegó a tiempo para evitar que rodaran algunas lágrimas por las mejillas de aquellos tres hombres.

Eran casi las doce de la mañana y debían darse algo de prisa para llegar al Cementerio de La Almudena para depositar unas flores y honrar la memoria de aquella maravillosa chica que se encontró con su último día en aquella plaza del centro de la ciudad, un día de sombras.

Cuando llegaron se reunieron allí con el resto del grupo que habían llegado un par de minutos antes.

Llevaban varios ramos de flores, lirios, azucenas y –principalmente– rosas, amarillas, rojas,…

Cuando dieron un paso atrás para rendir aquel sentido homenaje, la lápida era un precioso mar de flores, un triste consuelo.

De pie, –en silencio– alguno rezando, alguno cerrando los ojos, cada uno a su manera intentó conectar con el alma de aquella amiga que la razón les decía que ya no estaba con ellos, aunque ellos sentían que siempre estaba allí.

Pasados unos minutos –a indicación de Juan– comenzaron a retirarse y se encaminaron hacia los vehículos para dirigirse a la siguiente parada del día, un magnífico restaurante con parque infantil incluido donde disponían de un sinfín de atracciones, teatro de títeres, cuentacuentos,… Aura estaba encantada, era su día de luces.

La vida seguía adelante, vida y muerte, luces y sombras, futuro y pasado, entre estas pulsiones se desarrollan nuestras vidas.

Ella y la soledad

La fotografía siempre había sido una de sus pasiones, la posibilidad de pararse un momento y observar un paisaje, una ola rompiendo en un acantilado o el sol naciente siempre le había encandilado.

Era una manera de ver la realidad pausadamente, disfrutándola, viviéndola de verdad y plasmando para siempre los colores vivos del mediodía, las sombras sugerentes de un atardecer o las brumas de un día cualquiera intentando desperezarse.

Salir a fotografiar la vida, le relajaba y le ayudaba a reencontrarse consigo mismo, además le permitía reencontrarse con el pasado.

Esa es una de las mejores cualidades de la fotografía, una vez que disparas tu cámara has captado un momento único, un recuerdo.

Pero ahora mismo no estaba observando ninguna de esas fotografías realizadas serenamente y que captaban un memorable paisaje.

Tenía ante sus ojos una imagen captada a vuelapluma, sin grandes pretensiones, con el móvil del momento, uno de esos autorretratos que llamamos –sin mucho sentido– selfie.

Era una foto sencilla, pero encantadora, allí estaba ella, seguramente poco después después de sus ejercicios con las mancuernas a juzgar por los leggings que lucía y que tan bien se ajustaban a su figura.

Su cara –sin ningún tipo de artificio– lucía fresca pero sofisticada al mismo tiempo, sus labios –perfectamente perfilados– no necesitaban ningún color extra para resultar extremadamente apetecibles.

Su nariz estaba flanqueada por dos preciosos ojos color miel cuya expresión daba al conjunto de su cara la imagen de una chiquilla dulce, un punto triste pero con una mirada desafiante.

Todo ello rematado con su rubia media melena, que en aquella foto aun dejaba entrever algún retazo castaño.

El top de tirantes insinuaba sin exponer, perfecto.

Estos momentos eran lo que le quedaba a Juan, recuerdos y más recuerdos.

Recuerdos en soledad, con los amigos, con los compañeros del trabajo, pero solamente recuerdos, no quedaba nada más.

Juan –inmerso en sus recuerdos– se sobresaltó al escuchar el interfono del portal, había olvidado que sus amigos venían a merendar.

Recogió apresuradamente las fotos que tenía esparcidas por encima del sofá y la mesita de centro, se recompuso apresuradamente ante el espejo del baño, ensayó su mejor sonrisa, abrió la puerta del ático y allí estaban todos ellos.

Carmen y Ana se le tiraron al cuello y casi lo tumban con el ímpetu de sus abrazos.

Por su parte Xavi y Carlos le abrazaron con una ternura que pocas veces se observaba en un abrazo entre hombres.

Hacía mucho tiempo que no quedaban y se habían echado de menos, intentaban retomar viejas costumbres y arropar a Aura y a su padre.

Prepararon la mesa para la merienda, habían traído chocolate, churros, jamón serrano y no se cuantas cosas mas.

Se dispusieron alrededor de aquella mesita como pudieron y charlando, riendo y comiendo intentaban recomponerse, volver a ser aquel pequeño grupo de amigos, aquella pequeña familia que de pronto escuchó un ruido y al volver sus cabezas vieron a una preciosa niña bajando las escaleras con aquel patito de peluche entre sus brazos.

¡Hola tía Carmen! ¡Tía Ana!

Mediterráneo

El muelle de Barcelona había perdido parte de su esplendor pero seguía siendo un punto de atraque importante para los cruceros que operaban en esa parte del Mediterráneo.

Eran las once de la mañana, faltaban cinco minutos para llegar a la Estación de Sants y –aunque no quería exteriorizarlo– estaba nervioso, hacia casi cuatro años que no pisaba su ciudad.

Al apearse en el andén se encontraron de bruces con un primer filtro de la Guardia Nacional.

Mostraron sus carnets y el agente cotejó sus números con la autorización que figuraba en su aplicación y comprobó que todo estaba en orden y les dejó seguir sin problema.

Salieron fuera de la estación y se dirigieron a la parada de taxis –hacía tres años que los VTC se habían prohibido en el país– abordaron el primero de la fila y le indicaron su destino.

El breve trayecto hasta el muelle fue suficiente para darse cuenta de que la ciudad había cambiado, cada pocos metros se encontraban parejas de la Guardia apostados vigilando las calles.

Muchos bares cerrados y las terrazas de los pocos que sobrevivían no estaban precisamente abarrotadas, desolador.

En el muelle había solamente cuatro cruceros atracados y fue sencillo identificar el suyo, se presentaron en el control de acceso y media hora mas tarde estaban abriendo la puerta de su camarote.

Ninguno de los dos se había embarcado antes en un crucero y querían probar la experiencia, algunos amigos les habían comentado que resultaba ser una experiencia realmente divertida.

Acomodaron sus pertenencias y se fueron a husmear por las cubiertas del barco con la curiosidad de dos chiquillos.

Después de recorrer varias cubiertas descubrieron el Casino, el teatro, las piscinas y diversos bares repartidos estratégicamente.

Recalaron en uno de ellos ambientado con música de blues y un ambiente relajado, pidieron un par de copas y recordaron.

Este viaje iba a ser muy distinto, en principio lo habían hablado hacía mucho tiempo para hacer en grupo pero las circunstancias se precipitaron y todo se paralizó .

Aquella fatídica manifestación en la Puerta del Sol había cambiado sus vidas para siempre.

Aunque habían pasado casi tres años sus reuniones de los sábados nunca volvieron a ser lo mismo, la ausencia de María estaba siendo muy difícil de superar.

Todavía no lograban entender como aquella maldita pelota de goma había ido a dar directamente al cuerpo de María y al derribarla quedó tirada en el suelo a merced de la estampida de toda aquella gente aterrorizada.

No hubo ambulancia que pudiese llegar a tiempo y esa tardanza en llegar al hospital desencadenó toda una serie de consecuencias que dieron como resultado que solamente pudiesen salvar a la niña.

Juan –que se encontraba trabajando– casi se volvió loco cuando lo llamaron del hospital y al llegar no daba crédito a lo que le estaban contando los médicos y sus amigos.

Intentaron arroparlo pero –aunque comprendía y agradecía los esfuerzos de sus amigos– no había nada que pudiesen hacer para consolarle.

Las siguientes semanas fueron cruciales para demostrarle a Juan que estaban ahí, a su lado y que aquella niña tenía un montón de tíos y tías  siempre dispuestos a disfrutar de la última de Disney.

Montmartre

Cuándo te enfrentas con algo irremediable es normal quedarse paralizado, sin palabras, pareciera que el mundo se hubiese detenido, o al menos “tu mundo”.

A veces –pasado un breve lapso de tiempo– tu mundo se reinicia, asumes lo ocurrido, aprendes a vivir con ello o simplemente no tienes más opción que beberte tus lágrimas y seguir adelante.

A veces –aunque pasen varios años– tu mundo sigue en pausa, esperando –sin saberlo– algo que te indique cual es el camino a seguir, como afrontar el siguiente paso en tu vida.

Seguir adelante es duro y si estás solo aún más, por eso importa tanto –en esos momentos– tener a tu alrededor un buen puñado de amigos en los que apoyarte. Con los que compartir, en los que confiar y a veces –muchas veces– es suficiente con que solamente acepten disfrutar de un buen café contigo.

Tres años después –dos mil treinta– su mundo seguía totalmente paralizado y solamente conseguía sostenerse –a duras penas– sobre dos pilares, los únicos dos pilares que le quedaban, sus amigos y su hija.

Aquella pequeña era –al mismo tiempo– una bendición y una triste evocación de los tiempos felices que había vivido, un recuerdo constante de aquello que había perdido.

Aquellos tres años serían –pasara lo que pasara en el futuro– inolvidables, ocuparían por siempre una porción de su corazón.

Habían compartido su primer viaje a París, una semana de largos paseos –cogidos de la mano– por los infinitos parques y alamedas de la ciudad.

Los puentes sobre el Sena, Notre Dame, la torre Eiffel, todos esos lugares fueron testigos de su felicidad pero era Montmartre –en lo alto de la colina– ese lugar rebosante de artistas y bohemios, el que identificaron como especial e inolvidable para ellos.

Todo aquello no era más que un recuerdo –precioso si– pero un recuerdo, y ahora era el momento de enfrentar la vida sin su presencia, cada día al despertar se decía a si mismo siempre las mismas palabras, “María ya no está”.

Como si tuviese que convencerse cada día y recordarse a si mismo cual era la realidad para distinguirla de sus sueños.

Se levantaba y se dirigía hacia la camita del otro lado de la habitación y observaba –sin hacer ruido– como aquella preciosa niña –con los ojos de miel de su madre– respiraba profundamente, confiada, no siendo consciente todavía de cuan trágica había sido su llegada a este mundo.

Después de ese momento de puro amor que le dedicaba a su hija todos los días, bajó las escaleras y atenazado por una cierta congoja, comenzó a preparar el desayuno para ambos.

Encendió la televisión y sintonizó el canal oficial de noticias nacionales para dar un pequeño repaso a lo ocurrido durante el día anterior –o lo que querían que pensáramos que había ocurrido– pues en cuanto ella se despertase esa televisión dejaba de escupir la angustiosa y falsa realidad diaria para mostrarnos los más maravillosos cuentos de la factoría Disney.

El sonido –tan bajo para no despertar a su hija– no conseguía ahogar el volumen de sus propios pensamientos, de sus propios recuerdos que cada día tenían un lugar especial a esa hora de la mañana, esa hora en la que solamente estaban él y ella.

De pronto escuchó una vocecita “papi, papi, ¿dónde estás?

Comenzaba el día.

Gracias por escucharme

Escuchar y que te escuchen, querer y que te quieran, amar y ser amado, es lo que todos deseamos en lo más profundo de nuestro ser, aunque esté de moda negarlo.

Quizá sea para lo único que merece la pena vivir porque el resto de cuestiones como el dinero, el poder o el reconocimiento público valen de bien poco y se basan más bien en el interés.

Una de las cosas más bonitas que te pueden ocurrir es tener a alguien a tu lado que te pregunte ¿eres feliz? Y veas en sus ojos que realmente le importa tu respuesta.

Esas son las personas que debes luchar por mantener a tu lado, esas son las personas que a ti también deben importarte, esas son las personas a las que debes corresponderles, sin miedo, sin aprensión.

Apoyo, comprensión, amistad, esos son los sentimientos que deberían conectarnos con la vida, lo que debería hacer latir nuestros corazones.

Lo que antes compartíamos, la música, la lectura, el tiempo libre, ahora se han convertido en un disfrute individual, pareciera que nos avergüenza reconocer que disfrutaríamos mucho más en compañía que estando solos.

Se ha puesto de moda un individualismo feroz, que va mucho más allá de que tengamos nuestros espacios de soledad.

Despierta y huele las rosas, ¿hay algo más importante en la vida?

Deberíamos promover espacios de encuentro, espacios de disfrute y espacios donde compartir nuestras vidas.

Espacios donde dejar latir nuestros corazones sin la presión de la sociedad, los condicionantes sociales o el miedo al que dirán.

Un espacio donde decirle a alguien “gracias por escucharme”.

Y a ti ¿quién te escucha?

Tarde de sábado

Iba a ser una tarde casera, acomodados entre el sofá y los sillones, un poco de blues de ambiente y unas copas para relajarse.

Todavía seguían desconcertados por lo que habían visto en la plaza aquella mañana y lo que más les impresionaba era la rapidez con la que estaba cambiando la manera de vivir a la que estaban acostumbrados.

En muy poco tiempo habían interiorizado una especie de miedo ancestral una sensación de inseguridad o más bien de vulnerabilidad cuando –caminando por la calle– te cruzabas con la autoridad.

En pocos meses habían pasado de ser ciudadanos a acercarse más a una sensación de súbdito, un siervo al servicio de un poder omnímodo.

Todos ellos disfrutaban de una situación desahogada pero aún así estaban meditando la idea de organizarse para hacer algo al respecto de lo que estaba ocurriendo.

Lo primero sería contactar con algún otro grupo que estuviese mínimamente concienciado como ellos. Quedaron en comenzar esa misma semana a sondear entre sus amistades y compañeros para ver cual era su actitud ante el cambio que estaba gestándose en la sociedad.

Ya que estaban todos juntos aprovecharon para hacer una videoconferencia y saludar a Xavi en Barcelona, que seguía cumpliendo con los trámites de la solicitud de traslado.

Se alegró mucho de verlos y les confirmó que casi seguro que en un mes más estaría viviendo en Madrid con ellos, lo cual fue celebrado con un brindis con las copas en alto.

Le contaron a Xavi lo que había ocurrido esa mañana y él les confirmo que lo que se difundió en las noticias distaba mucho de lo que le estaban contando.

La versión oficial del Gobierno era que un grupo cuasi-terrorista intentó un asalto al edificio.

María –que se había ido a descansar un rato a su cuarto– se incorporó a la reunión y viendo que estaban en línea con Xavi pidió a todos un minuto de silencio para anunciarles algo.

Comenzó con un amplio rodeo rememorando como se habían conocido y como consiguieron conformar aquel pequeño grupo, lo mucho que les quería y toda una ristra de piropos a sus amigos.

Se volvió hacia Juan y –poniéndose a su lado- les hizo partícipes de lo felices que eran en aquellos momentos.

Ana y Carmen comenzaron a sospechar algo y lógicamente Xavi y Carlos estaban en la inopia sin entender a que venía todo aquel discurso de María.

Entonces -sin más tardanza- María lo soltó; ¡estamos esperando un bebé!

Abrazos, gritos, risas, lágrimas de felicidad, todos felicitaron a la pareja y comenzaron el interrogatorio típico de estas ocasiones, que si era niño o niña, que para cuando sería, acaso podrían ser gemelos.

Lo típico de estos momentos, volvieron a sentarse, se despidieron de Xavi –que tenía que irse– y ya un poco más tranquilos María les comentó como se encontraba y que por nada del mundo iba a dejar de trabajar si todo iba bien.

Eran un grupo de amigos realmente unido, celebraron muy alegremente la noticia y comenzaron a hacer cábalas sobre que nombre le vendría bien a aquella criaturita que venía en camino.

Automáticamente todos se autonombraron “tíos” del bebé y ya se veían comprando ropas, juguetes, carritos y todo lo que hiciera falta.

Un tesoro

Sobre las diez de la mañana Carmen se dirigió al despacho de su amiga para acompañarla al tentempié matutino.

Al asomarse y no verla en su puesto de trabajo preguntó por ella a las compañeras más cercanas y fue cuando se enteró de que no había venido a trabajar.

De camino a la cafetería la llamó para ver como se encontraba; al otro lado una voz adormecida le agradeció que la hubiera llamado y le explicó que seguía igual que el día anterior más o menos.

Carmen le aconsejó que fuese al médico y que no esperase más tiempo y ella le confirmó que ya tenía cita esa tarde a las cinco con su doctora.

Juan –por su parte– avisó a su trabajo y ante la sospecha de que la situación pudiese desembocar en un diagnóstico de COVID obtuvo el permiso para quedarse en casa junto a María.

Pasaron toda la mañana en casa por responsabilidad y para no exponer a nadie a la posibilidad de un contagio por su negligencia.

Juan preparó una sopa de verdura y un par de solomillos que acompañaron con un par de copas de vino, era una sensación rara poder compartir una comida durante la semana dado que nunca coincidían sus horarios.

María seguía un poco revuelta pero parecía más animada, se dirigieron al Centro de Salud que les correspondía.

Provisionalmente estos centros estaban gestionados por la Cruz Roja debido a los recortes en los presupuestos del Ministerio de Sanidad y al no saber como se iba a reorganizar todo el sistema.

Parecía que la intención era gestionar solamente un par de hospitales desde el Ministerio y ceder el resto del sistema sanitario a la iniciativa privada, pero todo esto no eran más que rumores todavía.

Cuando llegaron se dirigieron al mostrador y después de identificarse y explicar los síntomas para que el administrativo en cuestión tomase los datos, les dijeron que se sentasen para esperar su turno.

La sala de espera era la prueba palpable de lo que venía ocurriendo durante los últimos meses por la falta de inversión.

La deficiente limpieza era evidente y el mobiliario debería haber sido sustituido hacía tiempo. Buscaron un asiento que no significase un riesgo de contaminación y se sentaron a esperar.

Tres horas después seguían sentados en aquel asiento, los tiempos de espera –aún para las citas normales– se habían disparado y en el servicio de urgencias ya se había dado un caso de un fallecimiento por la demora en su atención.

Media hora después, por fin les llamaron para atenderles, la doctora se disculpó por el retraso, tenía en su mano los papeles que cubrieron en recepción y les dio una rápida lectura.

Preparó la camilla que tenía al fondo de la consulta y le pidió a María que se acostase para explorarla.

Le hizo una serie de preguntas sobre como sentía su cuerpo y la ayudó a incorporarse para auscultarla, después de esto le pidió que se sentase.

La doctora se giró hacia su ordenador y comenzó a teclear sin decir palabra y con semblante serio, lo cual estaba poniendo tanto a María como a Juan de los nervios pero esperaron educadamente a que ella acabara.

Cuando por fin se volvió hacia ellos les sorprendió con una amplia sonrisa.

Perdonen –les dijo– estaba registrando el resultado de la consulta y preparándole un par de recetas.

No tienen que preocuparse porque no es nada grave, si no me equivoco lo que le pasa es que están ustedes esperando un bebé.

María y Juan se miraron y se abrazaron con lágrimas de alegría en sus ojos, cuando se repusieron un poco se volvieron hacía la doctora y le dieron las gracias a lo que ella sonriendo todavía más que antes les felicitó y les deseó que todo fuese bien.

Les recomendó unos complementos de vitaminas para María y les dio cita para hacer unas pruebas de confirmación la próxima semana y consulta con ella otra vez dentro de un mes.

Salieron de allí sin creérselo del todo y felices por la noticia.

Eran las nueve de la noche y se fueron dando un paseo hasta casa charlando animadamente e intentando asumir la noticia.

A medio camino ya estaban a la caza y captura de un nombre, pero para esto aun faltaba mucho tiempo.

Mal cuerpo

Tenía mal cuerpo, algo de temperatura y esporádicamente alguna náusea sin motivo aparente.

A eso de las diez de la mañana pidió el resto del día y se fue a su casa, de camino pasó por la farmacia y compró un par de cajas de paracetamol y aspirinas. 

Al llegar se cambió de ropa, una camiseta del Barça y un pantalón corto fue lo primero que encontró y le pareció adecuado para estar en casa tranquilamente.

Se recostó en el sofá con la intención de descansar para luego aprovechar que estaba en casa y recoger un poco.

Cinco minutos después se había dormido profundamente al arrullo de la música de John Coltrane.

Cuando abrió la puerta le extrañó el silencio reinante, no era lo acostumbrado y se preocupó, pero al acercarse al sofá vio a María dulcemente dormida e intentó no hacer mucho ruido.

Subió a la alcoba, se cambio de ropa y bajó otra vez intentando no despertarla pero la encontró ya sentada desperezándose y al verlo se levantó para dale su abrazo de bienvenida.

Le explicó a Juan lo que le había ocurrido y como se había quedado dormida tan profundamente que ni siquiera había comido.

El la obligó a recostarse otra vez y se fue directo a la cocina para prepararle algo con lo que reponer fuerzas.

En unos minutos ya tenía una ensalada preparada y estaba casi listo una plato de papas fritas con una pechuga de pollo a la plancha, convenientemente aliñada con ajo y perejil.

Se sentaron juntos y él se preparó un café para acompañarla mientras comía. Comentaron un poco más detalladamente lo que le había pasado y los dos pensaron en una gripe tardía o en el denostado COVID que ya habían contraído en tres ocasiones antes.

Ahora se encontraba mejor pero si al día siguiente seguía igual pediría cita a su médico.

Ya que estaban tranquilamente en casa y no iban a salir a ningún lado decidieron echarle un vistazo a la aplicación del Gobierno que se habían descargado la noche anterior.

Faltaban solo tres días para la fecha límite de introducción de datos y una semana más para que el sistema entrase en funcionamiento.

Aquel sistema de control iba más allá de lo admisible, se comenzaba por introducir los típicos datos de DNI, domicilio, carnet de conducir o número de la Seguridad Social –muy menguada por los recortes– y se acababa con cuestiones muy personales como relaciones, aficiones, lugares que se frecuentaban para el ocio, comercios habituales en tus compras, etc

Era algo inaudito, todos estos datos cruzados con los informes de los diversos Agentes de Finca y Agentes de Barrio iban a configurar una radiografía exacta de todos los habitantes de la provincia y esto unido al control de ubicación vía GPS iba a derivar en un estado policial que pisotearía todas las libertades individuales del país.

Ninguno de los dos conseguía entender la sumisión –aparente al menos– de la mayoría de la población.

La ciudad se había convertido en un mar de rumores y murmullos, el griterío de los chiquillos en las plazas y los parques había sido sustituido por el sonido sordo de las pisadas de las botas de la Guardia Nacional.

Era jueves y llamaron al resto del grupo para quedar el sábado pero en lugar de hacerlo en su terraza de siempre, los invitaron a su casa para poder charlar con tranquilidad, decidieron también traer algunos platos preparados, comer todos juntos y pasar la tarde tranquilamente.

Juan observaba de soslayo a María y se daba cuenta de que –aunque ella intentaba sobreponerse– parecía estar cansada y un poco apagada de ánimo.

Le preparó una infusión y los dos se acomodaron en el sofá para pasar lo que restaba de le tarde tranquilamente viendo alguna película o alguna serie. 

El la acogió bajo su brazo y así acurrucados lo que realmente ocurrió es que se quedaron dormidos aunque la televisión siguió adelante con la serie que habían escogido.

Un día normal y corriente

Las seis de la mañana, la música hizo desperezarse a Juan, sonaba Smooth Operator de Sade, un tema emblemático de su primer álbum.

Una melodía de una suavidad exquisita que ayudaba –a esas horas– a que el tránsito del sueño a la vigilia fuese algo asumible y no muy estridente.

Normalmente él era el primero siempre en responder a la invitación musical y de esta manera disponía de unos minutos para observar –casi sin moverse– a la chica que respiraba pausadamente a su lado.

Le cautivaba ese momento que se sucedía cada día siempre a la misma hora.

Normalmente se quedaba mirándola, observando su dorada melena, su nariz respingona, sus suaves pómulos y se entretenía en revisar que las tres pecas de su mejilla derecha continuaban allí, haciendo que aquel rostro fuese su primer encuentro diario con la belleza.

Le maravillaba esa cadencia de su pecho y la suavidad de su respiración que denotaba que se encontraba aún profundamente dormida.

Acercó tiernamente su mano a su cabeza y acarició su melena con suavidad, como si no quisiera despertarla todavía para poder así disfrutar de esa estampa por unos minutos mas.

Poco a poco fue aumentando la presión sobre su cabeza y rodeó su cuerpo para darle su primer abrazo del día que además servirá de dulce despertar para María, que lo primero que escucha en ese momento es Imagine de Lennon.

En este punto se abrazan y se desean –todavía al ralentí– los buenos días. Ese es el instante que escoge Juan para acercarse aún más y reafirmar el comienzo del día con un beso lento, suave y tierno al que ella responde al instante.

Por un momento se quedaron quietos, muy quietos, abrazados, como queriendo que los minutos se tornen horas.

Pero cuando ya la banda sonora enfilaba un tema de Sting, María vuelve su cabeza y al ver el reloj se sobresalta ¡las seis y cuarto! Arriba!!

Aún debe ceder un momento más para un beso rápido de Juan pero ya no hay vuelta atrás y cada uno por su lado de la cama ponen pie a tierra e intentan rápidamente colonizar el baño.

Al perder la competición para llegar a la ducha Juan sabe que hoy le ha tocado preparar el desayuno y aborda las escaleras para irse a la cocina.

Preparó el café, unas tostadas con mermelada de albaricoque y unas magdalenas.

Con todo ya preparado y servido en la barra de la cocina aparece María tonteando con una bajada de escaleras estilo Hollywood.

Desayunan apresuradamente pues aunque trabajan relativamente cerca de casa no les gustaba arriesgarse a llegar tarde para no tener que dar explicaciones.

Si Juan preparó el desayuno es ahora María la encargada de recogerlo todo para que él suba a asearse.

Coinciden minutos después frente al espejo vistiéndose y revisándose mutuamente para salir a la calle bien arreglados y perfumados.

Una vez en la calle todavía tendrán que caminar unos veinte minutos los dos juntos hasta llegar al edificio donde trabaja María, se despiden en la puerta con un beso, un abrazo y una mirada cómplice.

A Juan le quedaban otros veinte minutos a buen paso y con lo fresca que estaba la mañana no le venia mal apresurarse un poco y así entrar en calor.

De camino –y a falta de unos diez minutos para llegar– se encontró con Pedro que ahora era más un compañero de trabajo que verdaderamente un amigo.

Aunque es verdad que él no era quien para juzgar a nadie, no le había gustado el comportamiento de su amigo de entonces y lo que le había hecho pasar a Ana, por esto aunque seguían hablando cordialmente habían perdido aquella confianza de antaño.

Se saludaron rutinariamente y Pedro comenzó a hablarle sobre un error detectado en el software del sistema que le habían entregado al Gobierno y que estaban intentando arreglarlo contrarreloj para no incurrir en alguna penalización del contrato.

Juan, aunque parecía atento a sus explicaciones, realmente estaba rememorando como había comenzado el día y anotando mentalmente –para no olvidarse– que por la tarde, a eso de las cinco, quedaron de verse con unas amigas que María quería presentarle.

Llegaron a su empresa, Pedro se encaminó hacia el ascensor y Juan –fiel a su costumbre– aunque tuviera que subir dos pisos más que Pedro, se dirigió directamente hacia las escaleras.

Comenzaba la semana.

Regreso

El punto de encuentro de nuestros amigos este sábado no iba a ser como siempre su terraza preferida en la Puerta del Sol.

Durante la semana –vía grupo de WhatsApp– se habían puesto de acuerdo en ir todos juntos a Chamartín, comer en uno de sus restaurantes y despedir a Luis que salía esa misma tarde rumbo a Santiago.

Así que a las dos de la tarde se dieron cita en la estación, todos menos Xavi que pasaba el fin de semana en Barcelona echando unas horas extra corrigiendo exámenes.

La ley de educación seguía siendo la misma pero las “recomendaciones” del Ministerio competente habían provocado la reaparición de los –ahora– omnipresentes exámenes y la constancia y el rigor de las calificaciones estaba saturando al profesorado y provocando el aumento de las deserciones entre el alumnado.

Llegaron como tenían previsto a las dos –en estos momentos ser puntual se había convertido en algo imprescindible– y se dirigieron directamente al restaurante elegido.

La decoración tenía un toque minimalista exquisito, formas rectas, colores muy claros y una iluminación impresionante, todo ello rodeado de unas magníficas cristaleras que dejaban ver una gran parte de la ciudad.

Se dirigieron a la mesa que el maitre les asignó y una vez que se hubieron sentado y se quedaron a solas, Carmen –que buscaba como rayos sentarse cómodamente– soltó; todo muy bonito pero las sillas no están a la altura, y los demás le dieron la razón.

Como se entremezclaban varias sensibilidades gastronómicas, al poco rato convivían en la mesa unas croquetas de jamón, una ensalada con setas, espárragos al grill, un par de chuletones de Avila y algún que otro picoteo más, todo ello regado por un albariño joven recomendado por el camarero que les atendía.

Carlos decidió compartir con el grupo el rumor –cada día mas intenso– de que se iba a promover la redacción de una nueva Constitución para dar cobertura a todos los cambios legislativos que se estaban produciendo de facto.

Ninguno parecía creerse lo que habían oído, o más bien lo que les ocurría es que no querían creérselo y tampoco acertaban a imaginar que podría hacer la ciudadanía para revertir todo lo que estaba ocurriendo.

Acabaron de comer y como el tren tenía su salida a media tarde se dieron un paseo por el interior de la estación visitando algunas tiendas de paso que se dirigían hacia una de las cafeterías.

Se acomodaron en la cafetería y pidieron unos cafés y algunas copas.

Aunque la situación del país era cada vez más extraña, intentaban olvidarla –al menos momentáneamente– para intentar seguir con sus vidas con “normalidad”.

Luis explicó al resto el proyecto que Antonio estaba preparando para exponer en Bilbao y les ofreció conseguirles entradas si se animaban a ir.

Lo comentaron durante un rato y como a todos le vendría bien salir de Madrid para despejarse un poco del ambiente rancio que se estaba apoderando de la ciudad decidieron que si, que irían un fin de semana a airearse un poco y de paso a deleitarse con la obra de Antonio.

Carmen telefoneó a Xavi y le contó el plan para ver si podía organizarse e ir con ellos, y aunque él tenía que revisar su programación le prometió que haría todo lo posible para estar disponible ese fin de semana porque estaba deseando volver a verla.

La distancia les había enseñado que era importante cuidar y brindar apoyo emocional a la otra persona y ellos lo estaban consiguiendo manteniendo una comunicación constante y aprovechando todas las oportunidades que se les presentaban para reunirse.

Carmen se despidió con un beso y quedó en llamarle mas tarde, ya desde casa.

Le confirmaron entonces a Luis que si, que entradas para todos y que se verían en Bilbao dentro de un mes.

Le acompañaron hasta el control y entre besos y abrazos todos le desearon mucha suerte y le advirtieron que fuese precavido durante el viaje.

Pidieron un taxi y se fueron a sus casas.

Carmen inició su videoconferencia con Xavi, María y Juan no quisieron desaprovechar la noche del sábado y corrieron a su alcoba y en el último momento Ana y Carlos decidieron irse a un local nocturno, famoso por su programación de música cubana.

Dos hombres

La empresa había cumplido –a duras penas– los plazos pactados con el Gobierno para el desarrollo de las aplicaciones de control y seguimiento, como ellos las llamaban.

Comenzaba ahora la segunda fase, que se planteaba como una prueba piloto que se circunscribiría a la Provincia de Madrid –las Comunidades Autónomas eran un sistema del pasado– y cuyos hitos mas importantes serían primero el reparto de códigos según el rango de utilización, el segundo una breve explicación de funcionamiento dada su sencillez y tercero –y último– la puesta en marcha del sistema, en total dos semanas para el despliegue al completo.

Una vez que comenzase a funcionar el sistema, habían calculado que pasarían unas dos semanas hasta que pudiesen disponer de datos fiables de mas del ochenta por ciento de los siete millones de personas que habitaban la provincia.

El sistema era muy sencillo, una única aplicación configurada internamente según el tipo de usuario y adaptada a cada uno de los once Ministerios.

Los diferentes tipos de usuario se determinaban con los códigos que otorgaba el Gobierno a través del Ministerio de Presidencia.

Toda la población de la provincia –mayor de dieciocho años– debería instalar esta aplicación en sus dispositivos en un plazo de cuarenta y ocho horas desde su puesta a disposición en las tiendas de Apple, Google o de la recién creada Naap –Nacional aplicaciones–, pasado este plazo se podrían imponer multas que partían desde los mil quinientos euros y que podrían desembocar en penas de cárcel para quien se negara a su instalación.

El sistema era sencillo, la población tenía que volcar en su app todos sus datos y cada terminal debería estar geolocalizado en todo momento.

El segundo escalón era el de los Agentes de Finca –por ley todas las fincas volvían a tener un portero o Agente de Finca– que con su código específico disponían de acceso a las fichas de los vecinos de su finca y de módulos específicos para redactar informes personalizados sobre ellos.

El siguiente escalón era el de los Agentes de Barrio, un nuevo filtro y una primera revisión de informes y –en su caso– corregir o añadir información.

Cada Ministerio tenía acceso a todos los datos generales y a datos específicos en relación a la función de cada uno.

Por último el omnipotente Ministerio de Presidencia disponía de acceso total y cruzaba datos de todos los usuarios.

Este sistema enlazado a su vez con el control de pagos telemático de la banca -que después de las últimas OPAS había quedado conformado por solamente dos bancos– hacía que el control fuese absoluto.

Recorridos controlados por GPS, datos de compras, gastos, ingresos,… todo, absolutamente todo.

Este programa piloto –que Juan acababa de detallarle a María y su hermano– se ponía en marcha en diez días.

Ese era el margen que tenía Luis para quedarse en Madrid, de lo contrario en alguno de los niveles aparecería un informe comunicando su presencia allí y por tanto su localización.

Y como parecía que el incidente de la Plaza de la Quintana estaba casi olvidado los tres coincidieron en que era mejor que Luis volviese a Santiago antes de que comenzara a funcionar el nuevo sistema por mera precaución.

Para la empresa de Juan este encargo había supuesto una importante inyección de liquidez y fue acompañado de suculentos sobresueldos para conseguir cumplir con los plazos establecidos.

Además suscribieron un importante contrato para el seguimiento, actualización y mantenimiento de las aplicaciones diseñadas con una duración de diez años.

Eran las diez de la noche y les quedaba una hora para dar cuenta de la cena que habían encargado en el McDonald’s de la calle de Esparteros.

No eran muy aficionados a este tipo de comida pero era tarde y no querían alejarse mucho de casa.

Luis –después de escuchar la explicación de Juan– estaba visiblemente preocupado, siendo Catedrático de Historia y habiendo estudiado e investigado sobre el pasado, las guerras, las revoluciones, las ideas y las controversias de los pueblos no podía entender como todavía éramos capaces de desatar los demonios de la intolerancia, el fanatismo, el racismo, la pobreza, la xenofobia y el autoritarismo.

Acordaron que Luis se iría el próximo sábado, cinco días antes de que comenzara el nuevo sistema.

Cambiaron de tema y Luis aprovechó el resto de la cena para confirmarles –porque su hermana se lo había preguntado– que su relación con Antonio marchaba muy bien y que –a pesar de los tiempos que corrían– podía proclamar que eran felices.

Antonio –músico y pintor principalmente– estaba ultimando una exposición de sus más recientes obras en el Guggenheim de Bilbao y estaba realmente entusiasmado y deseando que comenzase cuanto antes.

De vuelta en casa acomodaron a Luis en el sofá y  subieron a su habitación para acostarse.

Antes de que les venciera el sueño María le comentó a Juan si se había percatado de la cara de admiración y el brillo que se veía en los ojos de su hermano cuando hablaba de “su” Antonio.

Si, él también se había dado cuenta, la rodeó con sus brazos y la atrajo hacia él para darle un largo y sensual beso de buenas noches, pero ella no estaba dispuesta a que aquello se quedase en un único beso.

La vida sigue

Necesitaban su tiempo, más tiempo uno al lado del otro y dadas las circunstancias y los problemas para desplazarse tenían que exprimir al máximo las horas que le quedaban a aquel domingo.

Habían declinado la invitación de sus amigos para poder pasar este día ellos solos, sin planes definidos, sin ningún lugar que visitar, solamente estar juntos y deambular por la ciudad disfrutando de sus vidas.

Un par de años antes hubiesen estado en algún remoto lugar gozando de alguna experiencia única como volar en parapente, haciendo escalada o montando en globo, sin embargo ahora       –después de todo lo ocurrido– comprendieron que lo único realmente importante, no era lo que hacían, sino hacerlo juntos, unidos.

Por eso el mero hecho de poder pasear tranquilamente cogidos de la mano les parecía algo maravilloso.

Disfrutar de lo simple al lado de la persona que quieres y que te importa.

La noche anterior el Uber hizo solo dos paradas, la primera para dejar a Carmen y Xavi en su casa y la segunda –imprevista– fue en casa de Ana.

Fue una decisión casi espontánea, cuando el coche se paró delante de su casa Ana se volvió hacia Carlos y acercándose a él –evitando que el conductor la escuchase– le susurró al oído; quédate esta noche.

Se despidieron del conductor y entraron en el portal.

Ana vivía en un décimo piso y el ascensor era lento, demasiado lento y para cuando se abrieron las puertas nadie salió de el.

La casualidad –o la fatalidad– puso a la señora Josefa –vecina de Ana– justo en aquel momento delante de la puerta del ascensor con la bolsa de basura en la mano y acertó a gozar del espectáculo que se desplegaba ante sus ojos.

Los rizos pelirrojos de Ana –delicadamente alborotados– caían sobre su cara y  –aún vestidos– los dos estaban enlazados en un abrazo repleto de pasión y sensualidad.

Al ver a su vecina, Ana se recompuso enseguida y visiblemente ruborizada arrastró a Carlos cogiéndolo de la mano al interior de su casa y una vez se hubo cerrado aquella puerta se desbordaron sentimientos, afectos y emociones largamente sofocados en su interior.

A duras penas consiguieron recorrer el largo pasillo hasta llegar a la última habitación al fondo de la casa.

Allí –en esa habitación– se acabaron fundiendo en un largo baile de abrazos, besos y caricias que se prolongaron durante horas.

Si, daba la impresión de que se habían enamorado.

Eran las diez de la mañana, Juan y María esperaban en la nueva chocolatería del Pasadizo de San Ginés para desayunar con Ana y Carlos.

Habían quedado allí para luego acercarse a la Fuente de Neptuno para asistir a una exhibición de Fórmula I en la que estarían –luciendo sus coches y habilidades– el mexicano Checo Pérez y nuestro Fernando Alonso.

Diez y media, sonó el móvil, era Carlos disculpándose por la tardanza. Venían de camino.

Cuando colgó –Juan– esbozó una sonrisa y le comentó a María; parece que estos dos han tenido una noche movidita, me alegro por ellos, la verdad.

Quince minutos después –doblando la esquina– aparecía la nueva pareja cogidos de la mano, sonrientes y evidentemente felices.

Se saludaron y enseguida Ana hizo un aparte con María y le contó algo de lo que había ocurrido anoche.

María le dio un gran abrazo y se alegró al ver a su amiga realmente feliz después de tanto tiempo.

Como buenos amigos que eran los cuatro siguieron charlando y cuando salió a colación doña Josefa y el ascensor se partían de risa al imaginar como a la pobre señora parecían salírsele los ojos de las órbitas.

Los churros y el chocolate no se podían comparar a los de la antigua San Ginés pero era lo que había.

Salieron hacia Neptuno, iban caminando Ana y María delante y los chicos detrás.

Carlos le iba comentando a su amigo que había tenido mucha suerte con Ana y que a medida que la había ido conociendo durante estos dos últimos años se había enamorado sin remedio.

Ya iban tarde y en consecuencia no consiguieron un buen sitio para ver el espectáculo pero se lo pasaron bien de todos modos.

Tenían ante si al último Campeón del mundo de Fórmula I –Alonso– y el subcampeón –Pérez– en dos mil veinticinco fue la primera vez en la historia que los dos primeros clasificados eran hispanoamericanos, un nuevo hito para el deporte español.

Las diez de la noche, Carmen y Xavi entraban –con evidente desgana– en la estación de Atocha, a las diez y media salía el último AVE para Barcelona.

De pronto, tras una columna emergieron –por sorpresa– sus cuatro amigos que venían a despedirse y de paso a acompañar a Carmen a su casa.

Se abrazaron los seis y agradecieron el magnífico fin de semana que habían podido disfrutar todos juntos.

Xavi les adelantó que su traslado estaba bastante avanzado y que pudiera ser que en la próxima visita pudiese quedarse definitivamente lo que supuso una gran noticia para cerrar aquel fin de semana.

En el último momento todos se gritaron ¡que volvamos a vernos!

El cambio

Había pasado ya media hora desde que llegaron a la terraza y pidieron unos refrescos, eso suponía que les quedaba una hora hasta que tuvieran que irse.

El nuevo Ministerio de Industria y Comercio controlaba directamente la política de horarios en los locales públicos y se establecía un máximo de tiempo de estancia para el consumo, una hora y media.

Siguieron comentando los acontecimientos del día y Juan –bajando la voz– comenzó a contarles algo difícil de creer.

Su empresa acaba de recibir un extraño pedido desde el Ministerio del Interior y con un plazo de entrega imposible; un mes.

Pararon todos los proyectos en marcha lo que significó muchas llamadas a clientes explicándoles lo sucedido y provoco muchos enfados y algunas cancelaciones.

El encargo consistía en diseñar una aplicación informática por cada uno de los ministerios existentes –es decir once apps– todas ellas conformadas en tres secciones, una sección con un sistema de acceso público para introducción y registro de datos, otra de acceso restringido a los comandos de control desplegados en cada sector y una tercera de acceso exclusivo a los servicios de tratamiento de datos de Presidencia.

Una locura –comentó Juan– de esta forma el Gobierno tendrá un control absoluto –y en tiempo real– de toda la población.

¿Pero como había llegado el país hasta aquí?

Después de las elecciones de octubre de dos mil veinticuatro se desató una lucha titánica entres los dos cabezas de lista de la derecha y la extrema derecha, pugnando ambos por la Presidencia del país.

Ante la negativa del candidato de la derecha a conformarse con la vicepresidencia y los extremistas amenazando con la repetición de comicios, intervino –una vez más– su vicepresidenta –con la connivencia de su ejecutiva nacional– destituyendo a su jefe y postulándose ella misma como nueva presidenta de su partido.

Ella aceptó los términos de una capitulación que sumiría al país en una grave crisis, sobretodo moral.

De esta forma fue nombrada vicepresidenta en un Gobierno presidido por la extrema derecha. 

Fue así como tomaron el control del país los ultraderechistas.

Se acercaba el límite de tiempo y tenían que cambiar de cafetería si no querían tener un problema con la Guardia Nacional.

Ya que estaban todos reunidos por primera vez desde hacía meses decidieron irse a comer todos juntos y se encaminaron hacia una pizzeria cercana.

Cruzando Puerta del Sol se fijaron de que forma había cambiado la fisonomía de la ciudad.

Las balconadas de los edificios oficiales lucían –al lado de la bandera de España– unas banderolas con los símbolos del partido en el poder. Algo inaudito si estuviesen viviendo en un sistema democrático al uso.

Por la plaza patrullaban una docena de efectivos de la Guardia Nacional –fuertemente armados– reforzados por otros tantos agentes de la Policía Municipal, algo a todas luces excesivo pero típico del Estado policial en que se iba convirtiendo España mes a mes.

A su izquierda el antiguo edificio que albergaba la Store de Apple permanecía cerrado y con sus ventanas tapiadas. Hacía ya seis meses que la multinacional se había retirado del país dejando en la calle a todos su empleados repartidos por varias ciudades aunque lo que se rumoreaba es que les habían indemnizado muy generosamente y comprometiéndose a volver si la situación política mejoraba.

El bullicio de antaño había desaparecido, no había vendedores ambulantes, ni artistas callejeros amenizando la mañana, ni payasos, ni mimos,… nada, la nada más absoluta.

En poco tiempo el centro de la capital se había convertido en una ciudad de calles grises y silenciosas, con cientos de personas –también silenciosas– que pululaban con indisimulado nerviosismo ante tanto despliegue policial e intentando llegar lo mas rápidamente posible a su destino.

Juan, María y el resto del grupo también pertenecían a esta nueva especie de población atemorizada y siempre atenta a no dar un mal paso ante alguna autoridad de medio pelo.

Camino de la pizzería pasaron por el Pasadizo de San Ginés, donde había estado ubicada la chocolatería mas famosa de la capital que con ciento treinta y dos años de antigüedad había caído en desgracia.

Alguien muy cercano a los nuevos mandatarios pidió algún favor y de pronto el establecimiento comenzó a tener problemas de permisos, autorizaciones y altercados –posiblemente provocados– con intervención directa de la Guardia Nacional y cedió a la presión.

El siete de enero de dos mil veintiséis –quisieron celebrar una ultima navidad con sus clientes– cerraron sus puertas definitivamente.

Tres días después alguien compró el local y abrió la primera chocolatería del nuevo régimen. 

Llegaron por fin a la pizzería elegida y una vez dentro consiguieron respirar con mas tranquilidad.

Allí el reloj volvió a iniciar su cuenta atrás, noventa minutos para comer y marcharse a otro lugar.

Estaban muy cerca del ático de María y Juan y decidieron que el café lo tomarían en su casa y así no tendrían que estar pendientes de las normas de control del nuevo régimen.

Carlos –que trabajaba en el Congreso de los Diputados– no quería alarmar a sus amigos pero se rumoreaba que se estaba preparando una reforma exprés del Código Penal y uno de los artículos que se querían rescatar de la ley de mil novecientos cuarenta y cuatro era el cuatrocientos veintiocho.

El artículo en cuestión legalizaba el uxoricidio, en otras palabras o mejor, el literal del articulado era el siguiente.

“El marido que, sorprendiendo en adulterio a su mujer matare en el acto a los adúlteros o a alguno de ellos, o les causare cualquiera de las lesiones graves, será castigado con la pena de destierro.

Si les produjere lesiones de otra clase, quedará exento de pena.”

Sus amigos no podían creer lo que Carlos acababa de contarles e imaginaban que siendo este un ejemplo, todas las libertades y derechos conseguidos en años anteriores como el matrimonio igualitario, aborto, etc,… correrían la misma suerte.

Eran las nueve de la noche y aunque estaban muy a gusto charlando en casa de sus amigos, tenían que pensar en irse a sus casas.

Tal cual estaban las cosas no querían encontrarse deambulando de noche y tener un encontronazo “casual” con la Guardia Nacional así que llamaron un Uber que compartieron para llegar tranquilos a casa.

El país se había convertido en una ratonera y para sus adentros Carlos –que se enteraba de mas cosas por trabajar en la Carrera de San Jerónimo– no quiso alarmarlos más pero también se estaba proponiendo declarar un período constituyente para derribar la Constitución del setenta y ocho.

Los tiempos estaban cambiando.

Cervezas

Tres amigos delante de tres cervezas, dos de ellos todavía no entendían como Pedro había conseguido tirar por tierra sus años de relación con Ana.

Juan —que era el que mejor lo conocía— se lo puso claro, había hablado con Ana y —en su opinión— no había vuelta atrás.

Su comportamiento había sido humillante y su inmadurez había acabado con cualquier atisbo de reconciliación.

El había traicionado su confianza y ahora no podía exigir que le perdonara, en todo caso sería una decisión a tomar por ella y —en estos momentos—perdonarlo no se le pasaba por la cabeza.

Pedro intentó una inconsistente defensa, la típica de que había sido sólo un desliz, que se había visto desbordado por aquella compañera de trabajo.

Vamos que sólo le faltó decir que la culpa era de ella por haberlo seducido.

Como un adolescente, que digo adolescente? te has comportado como un niñato —le espetó Juan— los adultos arreglamos estos asuntos dando la cara, hablando y no revolcándonos en las mesas de la oficina.

Carlos —hasta ese momento mudo— intentó aplacar la furia que poseía a Juan por momentos y cambió radicalmente el objetivo de la conversación.

Verás Pedro hasta ahora nos hemos ido arreglando en mi apartamento pero tendrás que ir pensado en buscarte algo más definitivo, por lo que veo la reconciliación es imposible.

Pedro asintió y asumió de golpe la realidad del error cometido.

Pidió perdón a sus amigos y aquello encendió otra vez a Juan. ¿Perdón? ¿A nosotros?

A quien tienes que pedirle perdón es a Ana.

Zanjaron la discusión pero estaba claro que algo se había roto entre aquellos amigos y resultaría muy difícil de recomponer.

No muy lejos de allí tres chicas espectaculares se tomaban también tres cervezas en una terraza disfrutando del sol de primavera en un Madrid repleto de viandantes.

Era la primera vez que las tres, Carmen, María y Ana quedaban para tomar algo y conocerse mejor.

Ana se sintió acogida por sus nuevas amigas y realmente esto era lo que ellas pretendían.

Aunque solamente se trataba de conocerse y disfrutar de la tarde sin mayores preocupaciones, Ana necesitaba hablar, sacar a la luz todo lo mal que lo había pasado, en resumen, desahogarse.

Comenzó a relatarles lo que tuvo que vivir los últimos meses.

Al principio la dominaba una sensación de rabia que incluso hacía que se entrecortara cuando hablaba, pero se fue tranquilizando a medida que iba narrando lo ocurrido; cómo se había enterado, con que desprecio él la miraba cuando la trataba de loca, porqué según Pedro, todo eran imaginaciones suyas.

Pero a medida que pasaba el tiempo él se había vuelto mas despreocupado hasta que un día los pilló infraganti –en plena calle– muy acaramelados.

Se acercó a ellos y conteniendo las ganas de abofetearlo allí mismo solamente acertó a decirle que no volviese a casa, que ella le avisaría cuando podría pasar a por sus cosas.

Se dio la vuelta y se dirigió calle abajo sin saber realmente adonde iba, desorientada, humillada y furiosa, muy furiosa.

No pudo remediar que asomaran las lágrimas y cuando fue consciente de estar fuera de la vista de los “amantes de Teruel” rompió a llorar desconsoladamente y precisamente esto era lo que no quería que viese Pedro.

Se derrumbó por unos momentos pero era algo predecible, el golpe había sido muy duro y de difícil encaje para alguien que estaba realmente enamorada.

Tanto Carmen como María la felicitaron por haber reaccionado con tanta serenidad en un momento tan difícil.

Y acto seguido echaron mano del refranero, “no hay mal que por bien no venga” –dijo María– has perdido de vista a un impresentable y has ganado dos amigas incondicionales y ya veras como la vida es mucho mas bonita de lo que ahora mismo te parece.

Las chicas alzaron sus vasos y soltaron el consabido “por nosotras”.

Para rematar la tarde se les ocurrió organizar una cenita el próximo sábado con baile incluido, sólo María tenía una condición y se la expuso a sus amigas para ver que les parecía, y no era otra que poder llevar a Juan claro.

No hubo ninguna objeción pues al fin y al cabo todos eran amigos.

Compras

Cinco y media de la tarde, María y Carmen habían quedado para pasar la tarde juntas y decidieron verse en unos grandes almacenes en plena Gran Vía.

Tenían mucho que contarse e iban a necesitar varias horas para ello.

Las escaleras mecánicas estaban atiborradas de gente y decidieron subir hasta la segunda planta –ropa de mujer– por el ascensor del fondo.

Se abrieron las puertas y se dirigieron directamente a la zona de las rebajas y allí comenzaron buscando unos pantalones para María.

Carmen fue la primera en abrir fuego y se dispuso a dar cuenta a su amiga del resultado de su escapada a Barcelona.

Aquel fin de semana le había sentado de maravilla, además la forma de plantearlo –como una aventura sorpresiva– le había dado un realce inesperado.

Xavi se había quedado impactado cuando recibió su llamada para quedar a tomar un café en Plaza Catalunya, y –como le confesó después– se había alegrado mucho por la cita.

María estaba interesada realmente en como era Xavi, dejando de lado lo que pudiese haber ocurrido.

Fue entonces cuando su amiga le hizo una pequeña descripción de lo que había percibido de él durante esos días.

Carmen se había encontrado con una persona inteligente y con un gran sentido del humor que le demostró la primera noche participando en el karaoke de los chinos.

La mañana del sábado se levantó y Xavi le tenía preparado un desayuno espectacular, habían pasado la noche en su ático y ahora tocaba reponer fuerzas.

Aquel chico sabía cocinar y unas horas antes también le había demostrado que derrochaba pasión y romanticismo.

Un año antes ya le había demostrado ser una persona generosa y –lo mas importante– conseguía inspirarle confianza.

María estaba realmente impresionada por la descripción que le estaba haciendo su amiga y contenta porque la veía ilusionada.

Le deseó mucha suerte y le recordó que en un mes –o dos– tendrían que cenar todos juntos para conocer a tan maravilloso espécimen.

María por su parte le confirmó que todo iba muy bien con Juan y que ella estaba también muy ilusionada con lo que estaban viviendo.

No conseguían encontrar un pantalón que le quedase como ella quería y cada vez veía mas cerca la opción de pasarse a la ropa de temporada –mas cara– donde seguro encontraría algo que le gustase.

Cansadas de ir de aquí para allá se acercaron a una de las cafeterías para descansar un poco y tomarse un café con alguna pasta o algo parecido.

Ya sentadas y con mas sosiego María le comentó lo que le había ocurrido a la amiga de Juan –una tal Ana– y con la forma de ser de Carmen fue ella misma la que le dijo que Juan tenía que presentársela para salir juntas y –al menos– estar ahí por si necesitaba ayuda o apoyo.

Se levantaron y una vez pagada la consumición se volvieron a sumergir en un mar de jerséis, chaquetas y pantalones de todos los colores.

Iban caminando por el pasillo de los abrigos cuando a Carmen le sonó el móvil, al ver la pantalla levantó la cabeza y le dijo; Xavi, y María vio como sonreía y se le iluminaba el rostro al decirlo; su amiga estaba –definitivamente– enamorada.

Se apartó para hablar con él y María veía como gesticulaba con su mano libre y se reía con ganas así que la dejó con su conversación y siguió a la caza y captura de alguna prenda con la que sorprender a su chico en su próxima cita.

Media hora mas tarde volvió su amiga y le enseñó un top –mejor dicho una media docena– que se iba a probar así que se fueron a la zona del fondo donde se encontraban los probadores.

Tuvieron que ponerse a la cola y aun tardaron quince minutos en conseguir uno vacío.

En cuanto ella se probaba Carmen le iba dando cuenta de la conversación que acababa de mantener con Xavi.

Quería verla pronto pero no consiguieron cerrar una cita para antes de quince días, era difícil hacerlo antes a no ser que ella se desplazase el próximo fin de semana y se adhiriera a un grupo con el que Xavi hacía escalada y cuya actividad estaba programada desde hacía bastante tiempo.

La respuesta fue que de escalada nada al menos por ahora, ya que no tenía experiencia alguna y la verdad que le daba miedo.

Así que habrían de esperar quince días y hasta ese momento tendrían que contentarse con el teléfono y las videoconferencias –bendita tecnología–.

María salió de allí con tres top, dos pantalones y una blusa, porque llegó la hora de cierre que si no ella hubiese seguido.

Ya en la calle se despidieron porque tenían que seguir direcciones opuestas para volver a sus casas.

Al día siguiente se verían otra vez obligatoriamente a las siete de la mañana fichando a la puerta de las oficinas del Ayuntamiento.

María llamó a su chico y así el camino se le hizo mucho mas ameno.