Querida vejez
Tú, vejez implacable cual arruga acusadora del pasar de los años…
Tú, que pones a cada cual en la casilla de final de partida, tú que sonríes sin miedo a la muerte y te atreves a desafiarla.
Osamos romantizarte, y en el mejor de los casos de romántico solo queda la nostalgia de tiempos añorados. Los surcos del tiempo en el traje que ya no da más de sí, nos grita que el calor del sol, es de lo poco que lo acaricia… y no por no desear un abrazo de esos que reinician el ser, sino porque ya no hay nadie que se permita hacerlo porque sí, porque nace, porque es un signo de agradecimiento, por el aprendizaje, por guiar tus pasos para convertirte en la persona del hoy.
No es eterno contar con esas manos que te enseñaron a caminar, que te acompañaron a comprarte tus primeras chuches, están ahí por tiempo limitado, y si…. ya están arrugadas doloridas con ganas de descanso, pero estuvieron ahí sirviendo de apoyo, con eso es con lo que nos quedamos.
Tú, que no nos permites disfrutar plenamente de lo atesorado en el tiempo, porque las heridas tanto del alma, como del traje de vida, hacen arrastrar los sueños cual carga pesada.
Ley de vida le llaman, pero que Ley condena tan vilmente a esta soledad sin sentido, a esta quietud sin ser llamada, a ver borroso el corto camino por andar, sin aliciente más que el encuentro en un más allá con las almas que un día nos dieron la fuerza y el sostén en nuestros días de luz.
Tú, vejez… no te reclamo, sé que si llego a ti es porque he logrado sueños, he visto crecer amor entre mis brazos, estos que hoy son débiles…. gracias a tanto que sostuvieron.
Gracias, por dejar que conozca el valor de una vida con todo, con todos sus colores… con todos sus amores, te abrazo y te acepto.