Sentirnos vivos
En lo más profundo de nuestro ser arde un fuego incontrolable, una fuerza que nos mueve, nos consume y nos transforma, una energía intensa que nos espolea para que nos entreguemos sin reservas a otra persona.
Barranco de los enamorados
La pasión del amor.
Las miradas, las caricias, cada palabra componen un universo de emociones cuando amamos con pasión.
La necesidad de la cercanía, la urgencia de compartir momentos, el deseo de la piel, su aroma, su voz, es así como se hace visible la pasión.
Ese escalofrío eléctrico que recorre tu cuerpo por un breve roce, esa emoción que roba nuestro aliento con un simple beso.
Es la pasión la que empuja a dos personas a buscarse sin importar la distancia, el tiempo o los obstáculos.
Como fuego incontrolable que es, la pasión puede convertirse en un fuego que lo arrase todo.
La intensidad desmedida, la obsesión pueden convertir la pasión en sufrimiento.
El amor verdadero no es solamente pasión, necesita una dosis de equilibrio para no perderse en el otro, para construir una profunda y valiosa conexión.
No se trata únicamente del deseo físico, sino de la conexión emocional y espiritual que reúne dos almas.
El impulso del verdadero amor es la pasión combinado con ternura, confianza y compromiso.
Solamente de esta manera conseguimos que no se extinga la pasión y se transforme en una eterna llama que de calor a nuestras almas y sentido a nuestras vidas.
Sin pasión, el amor se convierte en un pálido reflejo de lo que podría ser.
Nos arriesgamos, nos entregamos y nos dejamos llevar por esa fuerza arrolladora que nos recuerda –a cada instante– que estamos aquí para amar y para vivir con intensidad.
El amor es pasión porque –ese fuego incontrolable– nos hace sentirnos vivos.