Te veo, no puedes esconderte

Te has refugiado en las sombras, en la calculada indiferencia o en esa frialdad que te hace encantadora.

Un lugar único adonde siempre volver

Pero no consigues esconderte de mi, siempre aparece ese hilo suelto, esa grieta en tu disfraz que consigo atisbar.

Estoy seguro de que no es obsesión, más bien destino.

Las huellas –tus huellas– esas que –infructuosamente– intentas borrar y se convierten en apenas un susurro del viento, un eco en la oscura noche, nos son invisibles para mi.

La distancia no nos protege del amor, sobre todo cuando significas algo para alguien o significa algo para ti.

Más allá de cada momento, más allá de cada instante a tu lado nos interpela el futuro.

Esconderse resulta una opción de lo más sencilla, aunque no es más que un breve paréntesis en esta batalla hacia una merecida victoria.

Si no afrontamos lo que nos inquieta, nuestra ansiedad crece, la culpa nos aplasta y el temor se convierte en el más grande de los monstruos imaginables.

Enfrentar los miedos te llevará a descubrir que –éstos– no eran tan invencibles como parecían.

Combate lo que te aterra, y verás que al otro lado de tus miedos está la libertad.

En la huida no radica el verdadero coraje, sino en la aceptación de que somos imperfectos, que fallamos, que sentimos miedo.

Solamente existe una manera real de liberarnos de aquello que nos atormenta y no es otra que atravesándolo.

La vida es demasiado corta para vivir a la sombra del miedo.

Te crees invisible, pero no puedes ocultarte de lo inevitable.

Te veo.

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