Coincidir cada noche

En lo más profundo de nuestro ser escondemos –protegemos– un anhelo universal.

Nadie es inmune a este sentimiento, donde se busca ser visto, comprendido, elegido.

Ser conquistado es ser deseado, admirado, amado, es conseguir que alguien mire más allá de nuestras máscaras y decida quedarse a nuestro lado porque ha sido capaz de discernir entre lo que aparentamos y lo que verdaderamente somos.

En nuestro actual mundo vivimos rodeados de soledades, por eso la conquista no es solamente un mero acto romántico.

Todos deseamos sentir que valemos lo suficiente como para que alguien dedique su tiempo, esfuerzo y ternura en ganarse nuestro corazón.

Una mirada cómplice, una conversación inolvidable, un pequeño gesto intencionado, mínimos detalles que pueden desencadenar ese camino hacia la conquista.

Cuando esto ocurre nuestra primera sensación es de extrema vulnerabilidad.

Estamos permitiendo que alguien –a quien aún no conocemos– atraviese nuestras defensas, acaricie nuestras cicatrices y que aún así decida quedarse a nuestro lado.

Es en ese momento cuando en nuestro interior se desata una dura lucha entre el deseo y el miedo.

Miedo al rechazo, a salir heridos, pero en el fondo de nuestros corazones todos esperamos que llegue alguien que –a pesar de las dificultades– consiga atravesar nuestras barreras.

Deseamos que alguien vea en nosotros algo especial, algo que los demás no ven, que nuestro jardín secreto interior sea descubierto y amado.

Y si esto llega a suceder, si alguien logra conquistar no solamente nuestra atención, sino nuestro ser, el vinculo que se crea es realmente poderoso, auténtico y transformador.

Anhelamos ser elegidos, comprendidos y amados, porque más allá de la fuerza o la razón, lo que más nos mueve es el deseo de ser tocados por el amor.

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