Casi
Hay historias que nunca llegan a consolidarse aunque te marcan profundamente.
Nunca fueron oficiales, ni tuvieron aniversarios, nunca se cogieron de la mano, no llegaron a “su” canción y por supuesto nunca se asignaron una etiqueta.
Son esas conexiones que rezuman intensidad, que comenzaron con largas miradas y conversaciones infinitas.
Todo envuelto en una neblina de complicidad que los aislaba del resto del mundo, que presagiaba algo grande, algo que nunca llegó a ocurrir.
Son historias que residen en un limbo emocional.
Nunca duele lo que pasó, sino lo que nunca llegó a pasar, esas expectativas, esas posibilidades que todavía flotan en el ambiente.
Y el dolor es real –muy real– porque la conexión existió, los sentimientos están ahí.
Lo que nunca has tenido no acumula recuerdos que te desgasten pero si te perseguirá todo aquello que habías idealizado.
Con el paso del tiempo aprendemos que no todo ha de culminar en una gran historia romántica para ser importante.
Hay vínculos fugaces, intensos, breves pero al mismo tiempo tremendamente significativos.
El reto está en aceptar que no todo se queda, y de todas formas eso no le resta ni un ápice de valor.
El miedo juega un papel central en este tipo de vínculos.
Algo detiene el avance, el miedo al compromiso, a perder libertad, a salir herido o lo más simple de todo, el miedo al fracaso.
Pero hay muchos más “miedos” disfrazados de “no es el momento”, “necesito encontrarme a mi mismo” o “no quiero arruinar lo que ya tenemos”.
Excusas para evitar la confrontación con tus verdaderas emociones.
Y quizá el más importante, el miedo a sentirse vulnerable.
Los casi algo mantienen una distancia emocional segura, comparten lo suficiente manteniendo el interés pero no tanto como para exponerse del todo.
Son amores a medias, tibios, que no arriesgan y –por lo tanto– nunca llegarán a saber lo maravilloso que es amar de verdad.
Los “casi algo” muchas veces son el reflejo de personas que sienten pero no actúan, que desean pero no eligen, que se acercan pero no se entregan.
El verdadero acto de valentía no es quedarse en lo cómodo de lo indefinido, sino atreverse a amar de verdad, con todo lo que eso implica: riesgo, entrega, y posibilidad de pérdida.
Solamente así podrás conseguir dejar atrás el “casi” y darte una oportunidad de ser “algo”.