De la tristeza

La tristeza agudiza nuestros sentidos –nuestros sentimientos–.

El mundo que nos rodea –nuestra vidas– se torna lento y nuestros propios pensamientos adquieren una inusitada densidad.

Ese difícil estado emocional es sumamente fértil.

Pasar ese trance nos impulsa a escribir con más sinceridad, si cabe, pintar con más emoción o reflejar el alma en una melodía.

Incluso el dolor tiene valor si conseguimos moldearlo con ayuda del arte.

La creación de algo hermoso partiendo de la más absoluta tristeza requiere un esfuerzo sobrehumano, una profunda transformación, un algo que evoca el quehacer de los antiguos alquimistas.

Tomar esa emoción dolorosa, –esa tristeza– cruda e intensa y sembrarla en el terreno del arte, trascender ese dolor y convertirlo en un –agridulce– sentimiento de gozo es una de las mayores expresiones de amor que puedan concebirse.

La tristeza atesora una cualidad íntimamente introspectiva que nos obliga a detenernos, a mirarnos hacia dentro, a enfrentar partes de nosotros mismos que normalmente evitamos.

En esa serenidad, en ese silencio, nace la posibilidad de crear.

La tristeza es una de las más poderosas armas de la inspiración.

Escribimos desde la soledad, componemos tras una pérdida o pintamos desde la desesperanza.

Lo hermoso no siempre es alegre, en multitud de ocasiones lo realmente hermoso va de la mano de esa sensación de vulnerabilidad que nos embarga en los momentos de nuestras mayores tristezas, nuestras mayores desilusiones.

Transformar la tristeza en belleza nos requiere un esfuerzo de tranquilidad, sentir sin prisa, paladear esa tristeza.

Hemos de habitarla el tiempo imprescindible que nos permita entenderla.

Una vez entendida –interiorizada– intentamos convertirla en palabras, colores, melodías o movimiento.

El proceso que seguimos y que nos lleva a la creación se convierte –inadvertidamente– en una auténtica forma de sanación, una catarsis personal.

Expresamos y liberamos nuestros sentimientos.

La tristeza, al convertirse en arte, deja de ser solamente nuestra y se torna universal, compartida.

Si consigues crear algo hermoso partiendo de un momento de dura tristeza, lo conviertes en un acto de esperanza.

Transfiguras la tristeza en el origen de algo valioso, consigues crear desde el dolor, resistes, construyes y das sentido a lo que solamente nos percibíamos como extenso vacío.

Es así como de un momento gris puede nacer una obra luminosa.

Del llanto, una melodía.

Del duelo, un poema.

Crear algo hermoso desde la tristeza es –a todas luces–, una de las más puras formas de amor propio y también de amor hacia los demás.

Porque en cada creación sincera, estamos recordándonos que seguimos aquí, que seguimos sintiendo, y que aún somos capaces de belleza.

La tristeza más absoluta

Anterior
Anterior

De la oscuridad

Siguiente
Siguiente

Un aroma, tu aroma