El cuento de la criada de Trump
Una comparación inquietante
The Handmaid’s Tale, basada en la novela de Margaret Atwood, es una distopía inquietante donde un régimen totalitario teocrático, conocido como Gilead, ha suprimido por completo los derechos de las mujeres, justificando su opresión con una interpretación extrema de la religión. Aunque se trata de una ficción, muchos críticos han visto en esta serie una poderosa metáfora para analizar el panorama político de ciertos países, especialmente Estados Unidos bajo la presidencia de Donald Trump (2017–2021) y en la actualidad. Este texto explora los paralelismos entre el universo de Gilead y los aspectos más preocupantes del trumpismo, no para afirmar que Estados Unidos se ha convertido en una distopía teocrática, sino para subrayar los peligros de ciertas ideologías cuando se despojan de límites democráticos.
1. El control sobre el cuerpo femenino
Una de las temáticas centrales de The Handmaid’s Tale es el control absoluto del cuerpo de las mujeres. Las “criadas” son obligadas a concebir hijos para las élites estériles, reducidas a meros recipientes biológicos sin derecho a decidir sobre su sexualidad, maternidad o libertad.
Durante la era Trump, uno de los mayores focos de controversia está siendo la intensificación del ataque a los derechos reproductivos. Trump nombró jueces conservadores a la Corte Suprema, y su legado culminó en 2022 (tras su 1ª presidencia) con la revocación de Roe vs. Wade, el fallo que durante casi 50 años había protegido el derecho al aborto a nivel federal. Si bien no fue una imposición al estilo Gilead, muchos vieron este retroceso como un paso hacia un modelo político que no reconoce la autonomía femenina, y como un eco inquietante de lo que la ficción advertía: que los derechos pueden desaparecer de un momento a otro si el poder cae en manos de ideologías retrógradas.
2. La instrumentalización de la religión
Gilead se justifica mediante una lectura fundamentalista de la Biblia, reinterpretando pasajes a conveniencia para sostener un sistema brutalmente patriarcal. La religión no es espiritualidad, sino un instrumento de poder, disciplina y castigo.
Trump, aunque no especialmente religioso en su vida personal, ha abrazado el discurso de los sectores evangélicos más conservadores para consolidar su base electoral. Durante su mandato, utiliza el lenguaje religioso para justificar políticas polémicas, como la separación de familias migrantes o las restricciones al aborto. Su discurso adopta a menudo un tono de cruzada moral, y su retórica “América primero” resuena con ecos de pureza nacional y valores tradicionales, en parte inspirados en una visión idealizada de un pasado cristiano.
Este uso político de la religión, donde la fe se convierte en una herramienta para imponer una agenda regresiva, recuerda peligrosamente a la lógica de Gilead. No se trata de una imposición teocrática directa, pero sí de un coqueteo constante con la idea de que las creencias religiosas deben dictar las políticas públicas.
3. La erosión de la democracia
Gilead nace tras un golpe de Estado en el que se suspenden la Constitución y los derechos civiles. Poco a poco, la población es adoctrinada o silenciada. Lo que era una democracia se convierte en una dictadura teocrática sin casi oposición organizada.
Durante el primer mandato de Trump, especialmente tras perder las elecciones de 2020, se vivió una deriva preocupante hacia la deslegitimación de la democracia. El asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021 fue el punto culminante de esa deriva: una turba, incitada por el propio presidente, intentó detener la certificación del resultado electoral. La insistencia de Trump en que las elecciones fueron “robadas”, sin pruebas concluyentes, fue vista por muchos como un intento de socavar la legitimidad del sistema democrático.
Aunque no se concretó en un colapso institucional como en Gilead, este tipo de comportamiento sí sentó un precedente: un líder puede negarse a aceptar los resultados del sistema democrático y movilizar a las masas con narrativas falsas para perpetuarse en el poder. Es el tipo de manipulación de masas que en The Handmaid’s Tale permite a Gilead consolidarse.
4. El uso del miedo y la división
Gilead se mantiene mediante el terror: las ejecuciones públicas, la vigilancia constante, la delación entre ciudadanos. El miedo es un mecanismo de control. Además, la división social —entre Esposas, Marthas, Criadas, Tías— impide la solidaridad.
Trump, a su manera, también utiliza el miedo como herramienta de poder. El miedo al inmigrante, al musulmán, al comunista, al “otro”. Su retórica constantemente busca crear enemigos —los medios, los demócratas, los “ilegales”, los “antifas”, los chinos, Europa— para cohesionar a su base y justificar políticas autoritarias. Esta lógica binaria de “nosotros contra ellos” es un componente esencial en cualquier régimen autoritario, y uno de los pilares del sistema represivo de Gilead.
5. La propaganda y la manipulación del lenguaje
En The Handmaid’s Tale, el régimen redefine el lenguaje. Palabras como “libertad” se resignifican (“libertad para” en vez de “libertad de”), y se introducen eslóganes como “Bendita sea la fruta” que refuerzan la ideología dominante. La propaganda y la censura moldean la percepción de la realidad.
Trump, con su constante ataque a los medios como “fake news”, va creando una realidad paralela para sus seguidores. Redefine términos, banaliza el discurso político, y convierte mentiras en verdades repitiéndolas constantemente. Al igual que Gilead, su movimiento descansa en una narrativa donde solo él es portador de la verdad, y todo lo demás es manipulación.
6. La resistencia y la esperanza
No todo en The Handmaid’s Tale es opresión. También hay resistencia: personajes como June luchan por recuperar su libertad, crear redes clandestinas y recuperar sus voces. La serie es también un canto a la resistencia frente al autoritarismo.
En la vida real, tras el primer mandato de Trump, hubo una respuesta ciudadana y política significativa. Millones de mujeres marcharon en su contra, organizaciones defensoras de los derechos civiles se fortalecieron, y figuras como Alexandria Ocasio-Cortez o movimientos como Black Lives Matter tomaron protagonismo. La elección de Biden fue, para muchos, un intento de recuperar un rumbo democrático. La resistencia existe, y la serie nos recuerda que nunca es demasiado tarde para luchar.
Conclusión
The Handmaid’s Tale no es una profecía, pero sí una advertencia. No se trata de afirmar que Trump convertirá a Estados Unidos en Gilead, pero sí de señalar cómo ciertos discursos, políticas y formas de ejercer el poder pueden acercarse peligrosamente a la lógica autoritaria, patriarcal y opresiva de una distopía. La serie funciona como un espejo oscuro, que nos invita a reflexionar sobre el presente para evitar un futuro indeseable. Porque los derechos no se pierden de golpe: se erosionan poco a poco, hasta que ya es demasiado tarde para recuperarlos.
P.D.: –Bendito sea el fruto.
–El Señor NO permita que madure.