Sus ojos, tu mirada
Sus ojos, tu mirada, un encuentro furtivo, una intimidad deseada pero casual, ¿preludio de algo mas íntimo?
Sus miradas habían iniciado un profundo diálogo sin permiso, en silencio, pero diciéndoselo todo.
La mirada es el espejo del alma y aquellas almas –sin siquiera acercarse– se prometieron un beso que los atravesaría cual saeta.
Su mirada, tus ojos, se estudian, se retan, se acercan y se separan pero nunca se invaden.
Expresan sin una sola palabra todo aquello que pugna por salir de sus corazones y que no saben como expresar.
Sus ojos, tu mirada, se encuentran, se entrelazan y dan rienda suelta al deseo, la curiosidad, es una conexión que va mas allá de lo meramente físico.
Ese formidable entrelazamiento, ese primer contacto visual, es un beso invisible, fortuito, un roce que augura algo más.
Su mirada, tus ojos, rompen barreras, crean un instante cómplice, desnudan emociones y besan con intensidad.
Cuando esas miradas se besan se entregan sin reservas, se dejan descubrir, se vuelven vulnerables.
En ese instante, en ese momento no hay espacio para la mentira, la sinceridad brota a borbotones en un intercambio de sincera admiración mutua.
Sus ojos, tu mirada, se apropian de lo que las palabras no alcanzan a describir, la ansiedad del primer encuentro, la ternura de cada momento compartido o la pasión que aún no ha encontrado su cauce.
Incluso cuando un amor no es correspondido, los ojos besan.
Se despiden con una larga mirada y sostienen en el aire un “te amo” que nunca será pronunciado.
Son besos reales que no precisan del contacto físico, viven en el terreno de las emociones.
Su mirada, tus ojos, preparan el terreno, exploran, las posibilidades, se encuentran, sellan pactos en silencio, pactos del alma.
Son los primeros amantes, son los que inician los verdaderos amores y son los que dan rienda suelta a ese primer beso de los labios.
El lago
Se intuía la cercanía del ocaso pues el sol se apresuraba en su viaje al fondo de la línea del horizonte.
Comenzaban a teñirse las nubes de un particular matiz rojizo como jamás había tenido la ocasión de disfrutar.
La suave brisa –con su frescura– mecía levemente las ramas de la arboleda que rodeaba el lago provocando a su vez un sutil vaivén de ondas en su superficie.
Asomaba ya, la natural melodía acompasada de centenares de grillos dando la bienvenida a la atrevida luna llena, –luna– que venía dispuesta a luchar por su lugar en el firmamento haciendo claudicar al maravilloso sol que había reinado durante todo ese día de otoño.
La manta, extendida sobre la hierba –delante de aquella pequeña cabaña– servía de improvisado refugio bajo el manto de las incipientes estrellas.
A un lado una bailarina hoguera proyectando danzarinas sombras que chisporroteaban sin cesar.
El ambiente era el ideal para compartir un delicioso chocolate caliente, de esos que se desean como si de un antojo se tratase.
En aquel momento –detenido el tiempo– le susurraban sus sueños, sus recuerdos y sus deseos, como si aquel lago –extendido a sus pies– hubiese resguardado sus secretos hasta ese momento.
El silencio, el paisaje y la paz envolvían aquel instante.
Algún chapoteo ocasional de algún pez rompiendo la superficie le recordaba que estaba allí y que compartía ese momento con los seres de aquel pequeño lago perdido en medio de las montañas.
En un breve espacio de tiempo se recostó y pudo observar –desaparecido ya el sol– un infinito manto de estrellas que, –según la tradición del lugar– eran sostenidas en el firmamento por miles de manos, esas que ya no estaban aquí.
Se incorporó para paladear un nuevo sorbo de chocolate –aún humeante– y se percató de la guitarra que estaba a su lado –abandonada a su suerte– silenciosa pero dispuesta siempre a emocionarnos.
Se aferró a ella y susurró –junto a un breve rasgueo– las primeras palabras que –sin darse cuenta– ocupaban su mente, y su corazón, desde hacía ya unas horas.
Desearía que estuvieras aquí.
Ojalá quisieras estar aquí.
I want to hold your hand
Quisiéramos tener todas las respuestas, todas las soluciones, todas las certezas del futuro pero eso no es posible.
La vida es riesgo, es decidir cada día, y afrontar las consecuencias de cada una de esas decisiones.
Es aventura, es alegría, es,… todo lo queramos que sea si nos lo proponemos.
Todo lo que queramos que sea si luchamos por ello.
Todo lo que queramos que sea si estamos dispuestos a defender esas decisiones.
A veces tenemos las respuestas y solamente necesitamos –deseamos– que alguien nos haga las preguntas adecuadas, esas que implican riesgos, compromisos, pero al mismo tiempo la oportunidad de reencontrarte con la felicidad.
Quieres coger su mano, sentir su calidez, rozar suavemente su piel y que este leve encuentro estremezca tu vida.
Que te haga olvidar aquellos tristes momentos, que te acompañe hasta los maravillosos días que están por venir.
Que comparta contigo tus nuevas aventuras, la delicia de un paisaje, una laguna en lo alto de la montaña o un bullicioso rio corriendo hacía el mar.
Quisiéramos tener todas las respuestas, pero nuestra vida sería mucho mas insípida si nos desprendemos de lo inesperado, de lo fortuito aunque esto suponga darle una oportunidad a la tristeza.
Quisiera coger su mano, estrecharla contra mi pecho, sentir su fuerza, su determinación y recorrer una bonita senda.
Esa mirada
Es un instante de pura magia, una conexión tan profunda y súbita que parece estar escrita en un lenguaje que solamente entienden algunas almas.
Es ese momento en el que tu mirada se encuentra con la de una desconocida, y de pronto todo lo demás se desvanece: el bullicio, las voces, el mundo mismo, como si el tiempo conspirara para regalarte un momento eterno.
Es esa chispa de un reconocimiento inexplicable, una certeza cálida en el pecho que te dice que esa persona, desconocida y a la vez extrañamente familiar, tiene un lugar especial en tu historia.
Es como un susurro del destino que irrumpe en medio del ruido de tu anodina vida cotidiana.
No es solamente una mirada; es una revelación.
Es como si en ese segundo vieras no solo a la persona que está frente a ti, sino también las posibilidades, los sueños, los anhelos que podrían germinar entre ambos.
Es el latido acelerado que te recuerda que estás vivo, la sensación de que todo lo que alguna vez soñaste se ha materializado frente a ti.
Inesperado, si, quizás imperfecto, posiblemente, pero vívidamente real.
En ese mínimo instante, los colores parecen más vivos, el aire más ligero y tu alma –de alguna manera– más completa.
No necesitas palabras ni explicaciones; es un milagro sencillo y profundo que deja una huella imborrable en tu corazón.
La razón no juega este partido, no te importa su nombre, su historia o el sonido de su risa.
Lo único que sabes es que algo en ella te atrae con una fuerza casi magnética, como si siempre hubiera sido una parte perdida de ti mismo.
La sensación es efímera y eterna a la vez.
No va más allá de un momento, pero su intensidad te marca, como si ese cruce de miradas llevara consigo una promesa, un inicio.
Es como si el universo hubiera conspirado para que ambos estuvieran en ese lugar, en ese preciso instante, y se tornara en tu cómplice susurrándote: “Ahí está”.
El amor a primera vista es una advertencia de que –en un mundo lleno de casualidades– aún puede existir la magia, ese milagro irracional –como todos los milagros– que te hace creer, aunque sea por un mínimo instante, que las almas están destinadas a encontrarse.
El lugar de los sueños
Llévame hasta tus sueños, no me dejes atrás –esos sueños– en donde no nos importe el día o la noche, en donde convertiremos el frío en la excusa perfecta para resguardar nuestros corazones, y en donde sus latidos acompasados se compartan en un cálido susurro.
Hablemos bajito y respiremos alto, compartiéndonos, no permitamos que el maldito reloj con su inapelable tic tac nos obligue a despertar de esa maravillosa conjunción que conformamos en este momento.
No deseamos –en este trance– despertar a la vida, despertar a la rutina.
Como bien nos enseñó el poeta, “los sueños, sueños son” y por nada de este mundo queremos llevarle la contraria, porque este momento es nuestro sueño, nuestro anhelo.
Aquí nos encontramos tu y yo como piedra de toque de ese mágico destino, no conseguimos explicar como hemos podido encontrarnos.
Así que tejamos un mágico edredón que nos evite volver al pasado, emprendamos este viaje –juntos– sobre él como si de una alfombra mágica se tratase y que al igual que a Sherezade –en las Mil y una Noches– nos lleve hasta maravillosos lugares, en donde todo sea posible, en donde cada pensamiento, cada deseo pueda ser –mágicamente– alcanzado.
Un beso
Amanecemos a esta vida al compás de un grito de auto afirmación, un lloro desgarrador que se acalla con un primer beso.
Un beso de bienvenida, un beso calmado, suave, que destila amor de madre.
Recibiremos muchos mas de estos, el día de nuestra primera papilla, cuando por fin dejamos atrás los pañales, al dar nuestros primeros pasos y cuando consigamos manejar con cierta destreza un tenedor y un cuchillo.
En los siguientes años seremos el blanco preferido de todas las tías, tíos, abuelas y amistades de la familia hasta el punto de casi llegar a aborrecer el mero atisbo de un beso familiar.
Pasada la adolescencia –donde rehuimos semejante barbarismo– llega el momento de aunar los besos y los sentimientos.
Curiosamente suele ser ese momento donde afrontamos nuestro “primer” beso.
Nos referimos a ese beso iniciático, ese beso que define –al mismo tiempo– nuestra declaración de independencia y nuestra llegada a un mundo atiborrado de sentimientos, sensaciones y locuras.
Ese beso emocionado, tímido, abrumadoramente inexperto será uno de esos que nunca se olvidan, recordarás el lugar y las circunstancias precisas para toda tu vida.
Habrá –casi seguro– más primeros besos y otros que nunca llegarán.
Luego se nos presentan los besos apasionados, esos que nos arrebatan, que nos llevan en volandas a lugares inimaginables, que irremediablemente saborearemos cerrando nuestros ojos, para de esta forma asemejar cada uno de estos besos con un sueño irrealizable que se hace realidad por un instante.
Hay besos para cuando vuelves a ver a alguien querido, son besos alegres, dicharacheros y juguetones, besos que expresan felicidad, bienestar o cariño.
Hay besos para las despedidas, que navegan en medio de un mar de lágrimas cada vez que vemos alejarse a nuestros seres queridos.
Hay besos para las celebraciones, también envueltos en lágrimas pero estas solamente expresan felicidad y alegría.
También tenemos los besos de la rutina –no por eso menos importantes– son los de los buenos días, las buenas noches, los de llegar a casa y ver que todo lo que queremos, todo por lo que luchamos cada día sigue allí, en su sitio.
Nuestra vida –si lo pensamos bien– está llena de maravillosos momentos que se sustentan sobre un beso, un beso filial, un beso enamorado o quizá un beso comprometido.
Pero también hay besos que nunca quisiéramos dar.
Son los besos de despedida, esos que solamente se dan una vez y no obtienen respuesta, son esos besos gélidos arrasados por las lágrimas y que al igual que el primer beso siempre recordarás.
No podemos ni imaginar como sería nuestra vida si no existiesen los besos pero seguro que sería una existencia gris y anodina.
Lo besos –de cualquier tipo– hacen de nuestra vida un maravilloso viaje digno de realizarse.
P.D.: Siempre estamos esperando/deseando el siguiente beso.
Una sonrisa
La magia de una sonrisa sincera es imposible de igualar.
Sonreír no cuesta nada, pero puede iluminar las veinticuatro horas de un día.
Paseando por el parque –cabeza gacha– después de un difícil día en el trabajo, perdida en tristes pensamientos descubrió una sonrisa que la hizo detenerse.
Aquella niña con su perro –ajena a todo lo que la rodeaba– no dejaba de jugar y reír despreocupadamente.
Se sorprendió a si misma observando aquella expresión de pura alegría de la que parecía estar contagiándose por momentos hasta el punto de descubrir como sus propios labios se curvaban en una bonita sonrisa.
De pronto –sin razón aparente– levantó la cabeza, enderezó su cuerpo y el peso de aquel funesto día pareció desvanecerse.
Continuó con su paseo e inconscientemente sonrió al vendedor de los helados y él –sin dudarlo– le devolvió la sonrisa amablemente.
Más adelante se cruzó con una pareja de desconocidos que paseaban de la mano y probó con otra sonrisa a la que ellos asintieron –sorprendidos– pero a su vez mostrando un especial brillo en sus miradas.
De regreso a su casa se percató de que algo había cambiado en su interior.
Algo tan sencillo y cotidiano como una sonrisa se había revelado como algo poderoso.
Ella había sentido como aquella sonrisa recibida había transformado su propia energía y de alguna forma ella misma parecía haber mejorado el día de otros.
Desde aquel momento, entendió –sorprendentemente– que una sonrisa es un lenguaje universal, un puente entre almas.
La sonrisa nos recuerda que la belleza de la vida está en los pequeños gestos, en esas conexiones fugaces que nos hacen sentir menos solos.
Sonreír, pensó, es el regalo más simple y más maravilloso que podemos compartir.
Mirarse a los ojos...
Dicen –los que lo han probado– que mirarse a los ojos durante cuatro minutos sin hablar es una experiencia trascendental.
La mirada es un puente invisible entre dos almas, es un instante en el que –con ese solo gesto– puedes comunicar, puedes explicar lo que no alcanzarías con mil palabras.
La mirada es a la vez refugio y vulnerabilidad, un lenguaje sin sonidos, un torrente de secretos inconfesables que se escapan en ese instante sin aparente control.
El amor, la tristeza, la esperanza y los anhelos encuentran en tus ojos su mas sincera expresión.
En cuatro minutos el tiempo parece detenerse, caen todas las barreras, la máscara de lo superficial se desvanece, las miradas se suavizan y la conexión –profundamente humana– es un recordatorio de que a veces, el alma habla más claro a través de los ojos que con cualquier palabra.
En esos momentos cada parpadeo, cada microexpresión nos revela un momento, nos cuenta una historia.
Una mirada puede ser un abrazo en la distancia, una súplica silenciosa o un lugar en el que refugiarse.
Los ojos –como espejos– no saben mentir, por eso en una mirada habita la verdad desnuda del corazón.
Cuando miras a esa persona que quieres profundamente durante tus cuatro minutos –además de ser un acto de valentía– es una manera de intercambiar fragmentos del alma, es una forma de decirle, te veo, y te entiendo.
La mirada de amor es un susurro que no necesita palabras, un momento en el que el tiempo parece detenerse y todo alrededor se desvanece. Es ese brillo inconfundible en los ojos, una luz que nace desde lo más profundo de tu ser y que refleja un sentimiento puro, infinito y sincero.
Es cálida, envolvente, como un hogar al que siempre deseas regresar. En ella se encuentra la promesa del apoyo incondicional, y la alegría de descubrir la belleza en los detalles más simples.
Una mirada de amor no solo observa, sino que abraza, comprende y celebra.
Es un regalo silencioso que dice: “Aquí estoy, contigo, por y para ti”.
Y en ese cruce de miradas, los corazones se hablan y se entienden de una manera que las palabras jamás podrían alcanzar.
Decir te quiero
Sentado en la escalinata del monumento a Cervantes se recreaba observando a unos chiquillos correteando en el parque mientras esperaba la llegada de Andrea.
Escasamente cinco minutos después llegaba ella luciendo aquella larga melena que tan bien le caía sobre los hombros.
Se entrelazaron en un largo abrazo, se intercambiaron unas miradas delatoras y se dieron un beso de esos, de esos que delatan todo lo que se habían echado de menos desde su última cita.
Con un rápido movimiento de prestidigitador, Juan se sacó de algún sitio una rosa roja que ofreció a Andrea y ella le dedicó una amplia e irresistible sonrisa acompañada de otro abrazo inmenso.
Era temprano y decidieron dar un paseo por los parques y jardines de los alrededores, se cogieron de la mano y se encaminaron hacia el Templo de Debod.
La luna –en cuarto menguante– pero aún bastante luminosa impregnaba la noche de una atmósfera especial.
Los dos creían estar viviendo una historia increíble, paso a paso, sin precipitarse, pero convencidos de que tenían un futuro juntos.
Paseando de la mano –sin más pretensiones– eran felices, saboreando aquellos pequeños placeres de la vida, eran felices, compartiendo un momento –su momento– eran felices, no necesitaban mucho más.
Juan le confesó las dudas que le embargaban y los sentimientos cruzados que a veces le invadían pero reconoció que estando a su lado todo se convertía en un momento de auténtica felicidad e intuía un bonito futuro a su lado.
Ella escuchaba en silencio –atentamente– y asentía sobre las palabras de él y una vez que Juan se quedó en silencio le dijo; te quiero.
Juan, que nunca había conseguido desprenderse del todo de esa sensación de no estar a la altura de su pareja, se quedó mirándola y con los ojos vidriosos no le dijo el consabido, yo también, lo primero que le salió fue un, yo te adoro.
Se fundieron en un abrazo infinito.
Se hacía tarde, eran ya las diez de la noche y apuraron el paso hacia la Plaza Mayor donde habían quedado con sus amigos para cenar algo y disfrutar de un concierto que se iba a celebrar en la mismísima plaza.
Allí les esperaban Carlos, Xavi, Carmen, Ana y Aura que había pasado la tarde con sus “tíos” y en cuanto les vio acercarse se fue corriendo a abrazarse a su padre.
Las chicas –siempre más atentas a los detalles– enseguida se dieron cuenta de que aquello marchaba viento en popa, venían los dos de la mano, sonrientes y muy dicharacheros, aprovecharon el momento para arropar a Andrea abrazándola y haciéndola sentirse como una veterana del grupo, como en su casa.
Se aislaron las tres en una esquina de la mesa e intentaron que Andrea les corroborara lo que ellas ya daban por hecho y,… si, Andrea les confirmó que su relación con Juan aunque muy incipiente iba por muy buen camino y que estaban muy ilusionados, además, de lo que vivieron en sus pasadas experiencias habían aprendido que lo que marca la diferencia no son los grandes fastos sino los pequeños detalles.
Una rosa –les dijo– una rosa con la que no contaba me emocionó como no os lo podéis imaginar.
Las tres se abrazaron y visiblemente emocionadas se volvieron hacia sus chicos dispuestas a disfrutar de la noche.
Se pidieron unos típicos bocadillos de calamares, unas cervezas y comenzaron a sonar los primeros compases de la atracción de la noche, Rosalía recordando aquel tema ya viejo pero entrañable, “Malamente”.
No necesitaba más, sus amigos, su nueva chica, su hija y una nueva vida por delante.
Plaza de España
Aquella noche con Andrea hizo que Juan recapitulara todo lo acontecido en los últimos tres o cuatro años y —a su vez— se replanteara su presente y su futuro, ese futuro que cada vez se le asemejaba más a un pasar los días luchando contra la rutina y con aquella terrible sensación de que todo estaba acabado y de que su vida —más allá de cuidar de su hija— no tenía ningún objetivo.
Aquel encontronazo con la vida le había removido muchas sensaciones adormecidas en su interior y había despertado algún atisbo de esperanza por lo que podría venir en adelante.
También le había llevado a rememorar algunos de sus momentos más felices del pasado reciente.
Sin saber muy bien porqué, le vino a la mente aquella cena en Barcelona con Carmen y Xavi al poco tiempo de su compromiso.
María y él alquilaron un pequeño loft para el fin de semana y Carmen se quedó en casa de Xavi.
Pasaron un fin de semana espectacular paseando por las Ramblas, entrando en La Boquería y quedándose extasiados al ver aquellos puestos de venta llenos de colorido y frescura, repletos de frutas, legumbres, pescados, carnes y dispuestos a cumplir con cualquier antojo que se nos pudiese apetecer.
Encontraron de todo lo que les gustaba y mas tarde en casa de Xavi prepararon una cena espectacular.
Repasando aquellos momentos en su mente se daba cuenta de la gran suerte que había tenido y de que además nunca recordaba ningún capítulo desagradable en su relación.
Aquel fin de semana en Barcelona fue el sello perfecto para aquel naciente vínculo de Carmen y Xavi. Para él supuso un paso más en la consolidación de su relación con María.
No sabía porqué le había asaltado aquel recuerdo del pasado pero —sea como fuere— la verdad es que de esos momentos tenía muchos al cabo del día y le gustaba que así fuese aunque algunas veces esos mismos recuerdos le dejaran malherido.
Y ahora –con todo lo vivido a sus espaldas– se le abría una nueva esperanza, que no tenía porque ser ni mejor, ni peor que lo vivido sino distinto, otro momento, otra oportunidad.
Su debate, –su lucha interna– era importante pues se jugaba dos formas muy distintas de afrontar su futuro y la decisión que tomara condicionaría su vida en adelante.
Había pasado una semana desde aquel encuentro con Andrea y habían vuelto a quedar para disfrutar de una tarde de sábado juntos –que les vendría muy bien– para intentar afianzar aquella incipiente relación.
Se encontró frente al espejo preparándose para la cita y se sorprendió porque después de mucho tiempo se removían en su interior –entrelazados– el temor y la esperanza.
Eran las siete de la tarde y salió hacia la Plaza de España –muy bonita después de la ultima remodelación– donde había quedado con Andrea.
La tarde se había quedado gustosa para el paseo, ni una pizca de viento, una temperatura veraniega y un cielo que dejaba entrever las primeras estrellas que posiblemente se verían opacadas mas tarde pues era noche de luna llena.
Gran Vía abajo sentía como su corazón se aceleraba pero no acertaba a discernir si era ilusión o congoja, su batalla interna seguía muy viva.