Ella, la soledad
La soledad se asimila automáticamente a la tristeza sin ningún tipo de argumento que valide esta asociación.
Si la pérdida de un ser querido te hace encontrarte repentinamente solo y triste, es la pérdida la que te entristece, no el hecho de estar solo.
Cuando alguien –por la circunstancia que sea– comienza a vivir solo, se vive esta situación como una tragedia debido a que nuestra sociedad nos empuja , casi nos obliga a emparejarnos, agruparnos o unirnos de diversas maneras.
Esta forma de pensar ha provocado que la soledad del individuo se viva como un estigma, como algo indeseable, cruel incluso.
Pero la realidad es que vivir solo te enseña, te educa y te hace fuerte, indestructible como me han hecho ver últimamente.
Algo importante que debemos tener en cuenta es que “vivir” solo no significa “estar” solo, y a su vez, estar solo no significa ser un solitario.
La capacidad de estar solo es algo esencial para nuestro bienestar emocional.
La soledad –vivir solo– nos obliga a practicar activamente el autocuidado, dicho de otra forma, tenemos que vigilar y organizar nuestra vida en cuanto a cuestiones tan básicas como la realización de ejercicio, nuestra alimentación o la calidad de nuestro sueño. O como se ha dicho de toda la vida, “no dejarse ir” pues eres tu y solo tu quien va a cuidarte.
En el mismo sentido debemos olvidarnos de lo que piensen los demás –los que viven agrupados– y debemos seguir nuestro propio criterio, y en consecuencia aprender a decir NO y responsabilizarnos de nuestros pensamientos, emociones, acciones y relaciones.
Nadie sabe como se desarrolla nuestra vida mas que nosotros mismos y esto implica que las opiniones externas estarán siempre sesgadas por el desconocimiento de nuestra realidad.
La soledad –como concepto– no viene de vivir solo, viene de ser incapaz de comunicar las cosas que son importantes para ti.
Querer ser escuchado y que no haya nadie a quien le importe escucharte, lo cual ocurre muy a menudo en la vida de pareja, he ahí la ironía, vivir acompañado y sin embargo estar solo.
Hemos de tener en cuenta que las cosas que nos ocurren y que son verdaderamente importantes son siempre solitarias.
La vida en soledad no tiene nada que envidiar a cualquier otro modo de vida y nos permite tomar las riendas de nuestra propia existencia sin compromisos de ningún tipo que coarten nuestra forma de proceder.
Además si deseamos estar acompañados podemos elegir con quien queremos pasar nuestro tiempo y convertirlo así en tiempo de calidad, momentos inolvidables, viajes, etc,… lejos de la ansiedad que puede llegar a producirnos la rutina.
Cuando disfrutas y eres feliz viviendo solo, escoges mucho mejor a tus posibles acompañantes y esto se traduce en que verdaderamente amo mi soledad y a mis amigos.
La soledad es para los fuertes y crea almas libres.
Muchos autores han dedicado reflexiones a la cuestión de la soledad, yo quiero quedarme y plasmar aquí esta de Oscar Wilde,
“En un mundo lleno de ruido, la soledad es la canción mas hermosa”
Italia - Roma
Hay lugares –países– que son icónicos, de esos a los que hay que ir –al menos– una vez en la vida.
Y es verdad, cuando recorres sus calles o descubres sus callejuelas empedradas desde hace cientos de años no puedes por menos que viajar en tu mente a ese pasado que todos hemos estudiado en los libros, ahí donde Calígula se emborrachaba de poder o Nerón arrasaba Roma con un incendio trágicamente destructor.
La Piedad - Basílica del Vaticano
Pero Roma es mucho mas, impresiona la cantidad de edificios históricos que se acumulan en sus calles, realmente hay momentos en que no sabes hacia donde debes dirigir tu vista.
El Coliseo, el conjunto de Pisa, Florencia y su Ponte Vecchio o cualquiera de sus múltiples plazas, museos, palacios o iglesias, todo es colosal en Italia.
Resulta curiosamente extraña la sensación que te embarga cuando paseas por las calles de Roma, puedes percibir que estas realmente en el centro del Imperio.
En sus puntos mas emblemáticos no ha perdido ni un ápice de su grandiosidad.
Junto a estos grandes y reconocidos lugares también se hace imprescindible el callejear, el discurrir por esas pequeñas vías que antaño pisaron también los antiguos moradores.
Es ahí donde se puede uno empapar de la verdadera esencia de la vieja Roma, recorriendo sus pequeños comercios, bares y cafeterías.
Basílica del Vaticano
Y como punto neurálgico encontramos el Vaticano, ese lugar de intrigas, traiciones y misterios irresolubles donde se mezclan la ciencia y la fe tratando de encontrar alguna explicación racional a todo lo que ocurre detrás de sus muros.
Roma debe ser visitada varías veces con calma y en buena compañía, así lo hice yo en las dos ocasiones que tuve el privilegio de poder ir y comerme una fabulosa pizza y un típico e insuperable helado italiano.
No dejen pasar la oportunidad –si esta se les brinda– de pasar unos días visitando esta maravilla.
La Graciosa
La Graciosa es un maravilloso hallazgo, incluso para los que vivimos en Canarias.
Aún conserva un cierto halo del pasado, ese pasado en donde se vivía con otro ritmo, al golpito, sin las urgencias de nuestra forma de vida tan corrosiva por momentos.
Mucha gente –yo mismo– te dirá que hay que visitar París, Roma o Londres pero te aseguro que esta pequeña isla perteneciente al archipiélago chinijo no tiene nada que envidiar a ninguna de estas ciudades.
La vegetación es muy escasa
Cada lugar tiene su encanto y en nosotros está el saber descubrirlo, es como cuando escuchamos música, el momento, la situación o la compañía influirán en la apreciación de la pieza que estas escuchando y adquirirá un significado en tu vida, por esto mismo siempre hemos de estar predispuestos a descubrir nuevos sonidos, nuevos sentimientos, nuevas alegrías.
Esta pequeña isla es un remanso de paz compuesto por un ramillete de volcanes y extensas llanuras arenosas.
Calles con alma
Transitar sus caminos a pie, recalar en sus playas desiertas y pasar las horas gozando de sus aguas cristalinas es algo –que aun habiéndolo vivido– no alcanzo a expresar con palabras.
Desde Caleta de Sebo –su capital– puedes ver al frente como se alza imponente Lanzarote que nos muestra un majestuoso acantilado a tiro de piedra que pareciera proteger a su pequeño retoño de los vientos y las tormentas.
La Graciosa es para mi –en lo personal– un refugio, un retiro donde meditar y ordenar mis ideas y también un lugar de ciertas añoranzas. Un lugar donde volver una y otra vez y que nunca defrauda.
Sentarse en la arena y dejarse acariciar por los vientos que la acompañan a diario es lo que nos empuja a darle el calificativo de paraíso.
No es un volcán, es un lienzo
Un paraíso que debemos respetar y cuidar para que –egoístamente– pueda seguir cuidándonos a nosotros y sanando nuestras almas por muchos años mas.
No dejes de visitarlo o mejor dicho no dejes de disfrutarlo y de vivirlo te aseguro que no te arrepentirás.
Nos vemos en cualquiera de sus playas en breve.
Islote de Lobos
Todos tenemos cerca algún lugar único y maravilloso –da igual donde vivamos– único por su singularidad, su belleza o por los recuerdos que puede traer a nuestras mentes si alguna vez lo hemos visitado.
Ensenada de Lobos
Curiosamente también nos ocurre a menudo, que dada la cotidianidad y nuestro ritmo de vida, pasemos por alto lo que tenemos delante de nosotros.
Lobos lo tiene todo, playas, marismas, montaña, acantilados e incluso algunas viviendas.
Si has llegado a Fuerteventura y tienes poco tiempo para recorrer toda la isla nada mejor que visitar Lobos –no es exactamente lo mismo– pero podrás disfrutar de los múltiples paisajes de su hermana mayor en un espacio mucho mas reducido.
La Artúrica Lancelot al fondo
Sea como fuere si vivimos o visitamos Fuerteventura no podemos dejar de lado a nuestra hermana menor.
Ella está ahí para regalarnos esa tranquilidad que tanto necesitamos en nuestro frenético devenir diario.
Ella está ahí para ser el escenario al que nos subimos para vivir nuevas experiencias con nuestros amigos o nuestras parejas.
Ella está ahí –sobretodo– para ser respetada y cuidada y de paso enseñarnos a cuidarnos y respetarnos a nosotros mismos, a nuestros allegados, a nuestros amigos.
Si pisas esta isla con alguien que realmente te importa, nunca olvidarás ese momento que has vivido porque para eso ella está ahí.
Barranco de los enamorados
El Barranco de los Enamorados es un lugar único en nuestra isla.
Cuando uno se adentra en el, nos atrapa entre sus paredes de arena blanca casi sin darnos cuenta, de repente nos vemos flanqueados por un sin fin de extrañas figuras o muros infinitos que nos maravillan.
Barranco de Los Enamorados
Las variadas formas que han adquirido estas dunas bajo la implacable acción de la erosión no deja de impresionarnos y nos muestra la insignificancia misma de nuestra propia existencia.
Recorrer pausadamente este lugar resulta ser una experiencia altamente gratificante y la tranquilidad que se respira en la zona hace honor al viejo mantra de “Isla tranquila” cuando nos referimos a nuestra querida Fuerteventura.
Barranco de Los Enamorados
Es un lugar que debe visitarse varias veces, en distintas épocas del año y a distintas horas del día pues las cambiantes condiciones de luz hacen que cada vez que lo visitas te parezca un lugar totalmente nuevo.
No es condición el “estar enamorado” pues seguro que al visitarlo no podrás por menos que enamorarte allí mismo.
Nos vemos allí cualquier día y recuerda respetar el entorno.
Detalles…
Cuando surgió la idea de arrancar el proyecto de Casa Maida, originalmente con el nombre de La Casa de la Abuela Paca, pusimos el acento más en las relaciones personales que en lo meramente crematístico.
De esta forma, pasados los años, podemos afirmar que un importante porcentaje de nuestros visitantes se han convertido en nuestros amigos y cada vez que tienen un pequeño hueco en sus vidas se pasan a compartir algún momento con nosotros.
Al principio nos sorprendía el hecho de que quisieran repetir su experiencia en nuestra casa pues en estos tiempos en que prima la búsqueda de lo nuevo y las experiencias “únicas”, repetir lo conocido era, cuando menos, curioso.
Con el tiempo comprendimos que muchos de nuestros amigos no buscaban otra cosa que sentirse arropados y como en casa y eso lo encontraban junto a nosotros.
Hay realmente muchas anécdotas para relatarles que ya iremos contando en sucesivas publicaciones.
Abriremos con un pequeño grupo venido de Lanzarote allá por el año 2019 –si no recuerdo mal– y que estableció con nosotros una relación amistosa que perdura hasta el día de hoy.
Pasado tanto tiempo ya, echamos la vista atrás y me doy cuenta de que hemos vivido muchas vicisitudes en estos años, sucesos compartidos, muchas alegrías y también alguna tristeza.
Y esto es lo que hace que merezca la pena seguir en el camino para profundizar cada día un poco más nuestro compromiso con nuestros amigos desde Casa Maida.
Algunas veces nos sorprenden con algún pequeño detalle que nosotros siempre llevaremos en el corazón.
En su última visita nos emocionamos al recibir una pieza única e intransferible que guardamos con gran cariño.
Siempre tenemos pendiente una última cita, una última conversación para ponernos al día de todo lo que nos ha ocurrido.
Ya en breve y alrededor de algún buen vino lanzaroteño seguro nos contaremos historias hasta el amanecer.
Mi primer viaje
Mi primer viaje real escapa a mi recuerdo y no podría narrarlo aquí pues apenas contaba ocho meses de edad.
Solamente tengo referencias paternas del mismo y lo único que podría contar sin temor a equivocarme es que a tan corta edad me embarcaron –15 días de travesía– rumbo a Sudamérica y para cuando fui consciente de mi mismo me vi residiendo en el barrio de São Bernardo do Campo, en la ciudad de São Paulo, en ese maravilloso país que es Brasil.
Por eso para mi el primer viaje del que soy consciente fue mucho mas modesto y se circunscribe a ese desplazamiento de cien kilómetros que recorríamos algún fin de semana para recalar en las playas de Santos.
Para un niño de tres o cuatro años era un verdadero viaje, sobretodo porque la aglomeración del fin de semana convertían aquellos cien kilómetros subiendo la sierra, en una odisea de cinco horas de duración en algunas ocasiones.
En esa época no éramos mas que inmigrantes en un país desconocido, lejos de nuestra patria y aislados de nuestra familia, también es verdad que ese sentimiento se albergaba solamente en el corazón de mis padres pues yo no conocía otra realidad mas que aquella y vivía realmente como un brasileño mas.
No existía por entonces la posibilidad de la comunicación telefónica y para saber de nuestros seres queridos teníamos que recurrir a enviar cartas, si, de esas que se escribían en un papel, se metían en un sobre y podían tardar hasta un mes en llegar a destino.
¿Y si querías escuchar sus voces? Entonces había que recurrir a las cintas de grabación, pero las de rollo, nada de cassette.
Así era la vida por aquel entonces, mucho mas pausada, mas natural en sus ritmos y sin el frenesí que se vive hoy en día.
Pero volvamos a ese “viaje” que disfrutaba con apenas cuatro años, ese que comenzaba cuando nuestros amigos –unos portugueses afincados allí mucho antes que nosotros– pasaban a recogernos en su Land Rover –nosotros no teníamos coche– y comenzaba la aventura.
Los mayores, sentados delante y los niños en la trasera mezclados con las bolsas, las toallas, las cestas de comida para pasar el día y armando bulla.
Así recorríamos los cien kilómetros que nos separaban de una hermosísima playa.
Después de traspasar la sierra descendíamos a Santos y allí estaba “Praia Grande”, nada menos que 70 kilómetros ininterrumpidos de playa paradisiaca.
No se como será ahora pero en aquellos años poníamos nuestro Land Rover por la orilla del agua y a correr.
Cuando se abría la puerta trasera de aquel coche salíamos como un vendaval a ver quien era el primero en mojarse los pies.
Instantes de extrema felicidad pues la vida para nosotros era una colección de bonitos momentos que merecían la pena ser vividos y ahora recordados.
Una vez allí el resto del fin de semana no podía ser mas sencillo, todo se reducía a sol, arena y mar, nada mas y nada menos, de vez en cuando alguno de nuestros padres nos perseguían para obligarnos a comer algo y el resto del día lo consumíamos explorando la playa, haciendo castillos o revolcándonos en las olas del Atlántico.
Lo que suele decirse, una infancia feliz.
Pero como es lógico todos estos momentos tenían un final, así el domingo después de comer tocaba recoger y volver a la travesía que nos llevaría de nuevo a casa.
Claro que el camino de vuelta era muy distinto, cansados, decepcionados por lo rápido que se había acabado el fin de semana y sobretodo quemados por el sol.
Nuestras espaldas eran un brasero al rojo y en esas condiciones cualquier roce, cualquier leve toque entre nosotros se traducía en gritos de dolor.
Después del consiguiente atasco llegábamos por fin a casa y –al menos los pequeños– ya estábamos pensando en el próximo viaje. (Ilhabela)
Quédate conmigo
Vivimos con prisa, consumiendo días, horas y minutos que se convertirán en años.
Años de alegrías y tristezas, de triunfos y fracasos, en definitiva de experiencia acumulada.
En ese camino constante que es nuestra vida, creemos que nada ni nadie podrá frenar nuestro caminar diario.
Nos vamos rodeando de amigos, familia, y un sinfín de personas que se cruzarán en nuestras vidas en momentos diversos, que nos ayudarán y a los que ayudaremos a caminar sus propias vidas.
La vida se desarrolla implacable, sin pausa, y por momentos pareciera que nos arrastra sin control.
Pero con los años aprendemos a dominar nuestros tiempos, centramos nuestras metas, nos volvemos hacia los que nos rodean,… maduramos.
Es ahí –en ese justo momento– cuando llegamos a comprender que nuestras metas son fruto banal del condicionante social o laboral y nos damos cuenta de que lo más importante –lo verdaderamente importante– no es la consecución de un determinado reto.
El camino que has recorrido para llegar hasta ahí, las personas que te han acompañado y sobretodo si has sido feliz, eso es lo importante.
Ser feliz, esa es la razón suprema por la que vivir.
Si además consigues compartir tu felicidad con un ser querido,…
Pero la vida –aquella que iba deprisa y sin avisar– a veces –muchas veces– te pone a prueba y te verás a ti mismo intentando reconducir todas tus metas, tus anhelos y tus absurdos proyectos de futuro.
Hay un momento crucial en muchas de nuestras vidas, es cuando susurras ¡Quédate conmigo! y cuando ves que no surte efecto incrementas el volumen de tu voz y acabas gritando bajo las estrellas de cualquier lugar del mundo, pero no hay forma de volver atrás ni de retener ese momento.
Y ahí –justo ahí– te haces consciente verdaderamente del valor de cada momento, del valor de cada recuerdo y de lo absurdo de la vida.
Espero que nunca tengas que pronunciar esas malditas dos palabras.
No olvides ser feliz.
Atrévete.
Cerrando el círculo
Cuando nuestra vida se tuerce solemos refugiarnos en el ayer y pensar que nada volverá a ser lo mismo.
Y básicamente es verdad, nada volverá a ser lo mismo.
Todo aquello que comenzó, que se gestó, en una pequeña isla del archipiélago canario ha saltado por los aires.
La Graciosa
Hoy volvemos a estar aquí, en La Graciosa, cerrando el círculo.
Un círculo virtuoso al que no hay nada que objetar, recuerdos que me acompañarán toda la vida y vivencias de las que extraer lecciones de vida que compartir con la familia y los amigos cuando venga al caso, sin melancolía.
Se cierra aquí y en este momento un capítulo de ese libro que llamamos vida, hasta ahora el capítulo más importante y aunque hemos de afrontar nuevos retos, arriesgar nuevas amistades, aprender nuevas formas de avanzar, siempre tendremos ese rincón de nuestro corazón en donde atesoramos todos esos recuerdos y vivencias eternas.
Como bien nos recuerda Benedetti: “Cuando creíamos que teníamos todas las respuestas, de pronto, cambiaron todas las preguntas.”
Ahora se nos presenta una nueva vida llena de nuevas preguntas e incógnitas a las que dar respuesta, y así una y otra vez en un círculo de vida que en algún momento tendrá también su final.
En este libro tan personal que todos llevamos bajo el brazo tendremos capítulos tristes, capítulos de extrema felicidad –como este que cierro ahora– capítulos excitantes, pero has de saber que siempre tienes que estar dispuesto a “escribir-vivir” el siguiente capítulo, tomar decisiones –a veces arriesgadas– sin que te coarte lo que los bien pensantes puedan decir de ti.
Solo en los momentos en que te conduzcas con absoluta libertad podrás ser feliz, normalmente esto solo ocurre en nuestros mas ambiciosos sueños, trasladarlo a nuestra vida, a nuestro día a día es un reto magnífico y digno de ser afrontado.
La vida puede depararnos muchas alegrías, solo hay que estar atento a lo que se desarrolla a tu alrededor y aprovechar el momento (Carpe Diem).
Porque como también nos recuerda Cortázar: “La vida es como una sala de espera , de repente abren la puerta, y te dicen: ¡Su turno!”
Paris, un inicio
El calendario suele ser el guardián de los recuerdos, el guardián de las casualidades, de esas casualidades en las que uno repara solamente al repasar sus vivencias y tener que situarlas en un contexto de tiempo y lugar.
Nos hacemos con nuestro particular calendario –ese que solamente conocemos nosotros– ese en el que se esconden nuestros sentimientos, nuestros sueños, nuestros deseos y algunas veces también nuestras propias frustraciones.
Todos tenemos “ese” particular calendario, todos tenemos ese lugar, ese instante, esa canción que, llegado el momento, nos evoca toda una vida.
Estamos en agosto, año 2004,… Paris.
Nos sumergimos en sus calles, en su aroma, en su sencillez y nos conquistó para siempre, allí aprendí a decir “mi niña linda” con fundamento, allí me enamore de sus rizos pelirrojos traspasados por esa luz parisina que no encontrarás en ningún otro lugar del mundo.
París te embriaga, te arrebata y te acoge de una manera tal que aun totalmente rodeado por la gente en la calle la sensación es que solamente existíamos nosotros dos.
Un beso en las calles de París es algo tan natural y al mismo tiempo tan especial que no se puede explicar con palabras los sentimientos que te atraviesan.
No necesitas nada más que esas calles y callejuelas para sentirte en otro mundo, para sentirte de verdad iniciando un sencillo y maravilloso cuento de hadas.
Y después están todos esos lugares de obligada visita, la torre Eiffel, el río Sena, los Campos Elíseos, el Sagrado Corazón y a sus espaldas Montmartre.
Como decía antes todos tenemos un lugar al que volver una y otra vez y el nuestro era Montmartre, su plaza repleta de pintores –de donde nos trajimos un retrato suyo hecho a vuela pluma–, sus callejones empedrados, la Casa Rosa, sus jardines.
Era aquí donde respirábamos la esencia de ese París añejo que te impregna de amor y hace aflorar todos esos sentimientos que por momentos te sorprenden a ti mismo.
Un paseo por el Sena en sus “bateaux” a la luz de la luna es algo indescriptible.
Enamorarse de París es sencillo y enamorarse en París es sublime y nosotros tuvimos esa suerte, tuvimos la suerte de comprender que tal como nos decía una de nuestras canciones de esa época, “éramos solo dos extraños concediéndonos deseos como dos enamorados, que vaciamos nuestras manos de desengaños y miedos y las llenamos de afecto”, de amor en este caso.
Y volvimos a París varias veces, y volvimos a Montmartre y seguíamos sintiendo las mismas mariposas revoloteando en nuestro interior.
Quince años después, 2019 volvimos a París por última vez sin saber que cerrábamos un ciclo.
Fue especial, como siempre y sincero como toda nuestra vida juntos.
Y después se presentó nuestro particular calendario, nuestro guardián de las casualidades y un mes de agosto como aquel de 2004 todo se acabó, porque si, porque los cuentos de hadas también tienen final, no son eternos.
Alguna lagrima se ha derramado sobre estas palabras que espero que les inspire algo bonito.
Así comenzó todo con un simple y maravilloso viaje a París, si pueden todavía están a tiempo, la Ciudad del Amor les espera y les puedo asegurar que vale la pena.
Besitos.