La Graciosa es un maravilloso hallazgo, incluso para los que vivimos en Canarias.
Aún conserva un cierto halo del pasado, ese pasado en donde se vivía con otro ritmo, al golpito, sin las urgencias de nuestra forma de vida tan corrosiva por momentos.
Mucha gente –yo mismo– te dirá que hay que visitar París, Roma o Londres pero te aseguro que esta pequeña isla perteneciente al archipiélago chinijo no tiene nada que envidiar a ninguna de estas ciudades.
Cada lugar tiene su encanto y en nosotros está el saber descubrirlo, es como cuando escuchamos música, el momento, la situación o la compañía influirán en la apreciación de la pieza que estas escuchando y adquirirá un significado en tu vida, por esto mismo siempre hemos de estar predispuestos a descubrir nuevos sonidos, nuevos sentimientos, nuevas alegrías.
Esta pequeña isla es un remanso de paz compuesto por un ramillete de volcanes y extensas llanuras arenosas.
Transitar sus caminos a pie, recalar en sus playas desiertas y pasar las horas gozando de sus aguas cristalinas es algo –que aun habiéndolo vivido– no alcanzo a expresar con palabras.
Desde Caleta de Sebo –su capital– puedes ver al frente como se alza imponente Lanzarote que nos muestra un majestuoso acantilado a tiro de piedra que pareciera proteger a su pequeño retoño de los vientos y las tormentas.
La Graciosa es para mi –en lo personal– un refugio, un retiro donde meditar y ordenar mis ideas y también un lugar de ciertas añoranzas. Un lugar donde volver una y otra vez y que nunca defrauda.
Sentarse en la arena y dejarse acariciar por los vientos que la acompañan a diario es lo que nos empuja a darle el calificativo de paraíso.
Un paraíso que debemos respetar y cuidar para que –egoístamente– pueda seguir cuidándonos a nosotros y sanando nuestras almas por muchos años mas.
No dejes de visitarlo o mejor dicho no dejes de disfrutarlo y de vivirlo te aseguro que no te arrepentirás.
Nos vemos en cualquiera de sus playas en breve.