Un día normal y corriente

Las seis de la mañana, la música hizo desperezarse a Juan, sonaba Smooth Operator de Sade, un tema emblemático de su primer álbum.

Una melodía de una suavidad exquisita que ayudaba –a esas horas– a que el tránsito del sueño a la vigilia fuese algo asumible y no muy estridente.

Normalmente él era el primero siempre en responder a la invitación musical y de esta manera disponía de unos minutos para observar –casi sin moverse– a la chica que respiraba pausadamente a su lado.

Le cautivaba ese momento que se sucedía cada día siempre a la misma hora.

Normalmente se quedaba mirándola, observando su dorada melena, su nariz respingona, sus suaves pómulos y se entretenía en revisar que las tres pecas de su mejilla derecha continuaban allí, haciendo que aquel rostro fuese su primer encuentro diario con la belleza.

Le maravillaba esa cadencia de su pecho y la suavidad de su respiración que denotaba que se encontraba aún profundamente dormida.

Acercó tiernamente su mano a su cabeza y acarició su melena con suavidad, como si no quisiera despertarla todavía para poder así disfrutar de esa estampa por unos minutos mas.

Poco a poco fue aumentando la presión sobre su cabeza y rodeó su cuerpo para darle su primer abrazo del día que además servirá de dulce despertar para María, que lo primero que escucha en ese momento es Imagine de Lennon.

En este punto se abrazan y se desean –todavía al ralentí– los buenos días. Ese es el instante que escoge Juan para acercarse aún más y reafirmar el comienzo del día con un beso lento, suave y tierno al que ella responde al instante.

Por un momento se quedaron quietos, muy quietos, abrazados, como queriendo que los minutos se tornen horas.

Pero cuando ya la banda sonora enfilaba un tema de Sting, María vuelve su cabeza y al ver el reloj se sobresalta ¡las seis y cuarto! Arriba!!

Aún debe ceder un momento más para un beso rápido de Juan pero ya no hay vuelta atrás y cada uno por su lado de la cama ponen pie a tierra e intentan rápidamente colonizar el baño.

Al perder la competición para llegar a la ducha Juan sabe que hoy le ha tocado preparar el desayuno y aborda las escaleras para irse a la cocina.

Preparó el café, unas tostadas con mermelada de albaricoque y unas magdalenas.

Con todo ya preparado y servido en la barra de la cocina aparece María tonteando con una bajada de escaleras estilo Hollywood.

Desayunan apresuradamente pues aunque trabajan relativamente cerca de casa no les gustaba arriesgarse a llegar tarde para no tener que dar explicaciones.

Si Juan preparó el desayuno es ahora María la encargada de recogerlo todo para que él suba a asearse.

Coinciden minutos después frente al espejo vistiéndose y revisándose mutuamente para salir a la calle bien arreglados y perfumados.

Una vez en la calle todavía tendrán que caminar unos veinte minutos los dos juntos hasta llegar al edificio donde trabaja María, se despiden en la puerta con un beso, un abrazo y una mirada cómplice.

A Juan le quedaban otros veinte minutos a buen paso y con lo fresca que estaba la mañana no le venia mal apresurarse un poco y así entrar en calor.

De camino –y a falta de unos diez minutos para llegar– se encontró con Pedro que ahora era más un compañero de trabajo que verdaderamente un amigo.

Aunque es verdad que él no era quien para juzgar a nadie, no le había gustado el comportamiento de su amigo de entonces y lo que le había hecho pasar a Ana, por esto aunque seguían hablando cordialmente habían perdido aquella confianza de antaño.

Se saludaron rutinariamente y Pedro comenzó a hablarle sobre un error detectado en el software del sistema que le habían entregado al Gobierno y que estaban intentando arreglarlo contrarreloj para no incurrir en alguna penalización del contrato.

Juan, aunque parecía atento a sus explicaciones, realmente estaba rememorando como había comenzado el día y anotando mentalmente –para no olvidarse– que por la tarde, a eso de las cinco, quedaron de verse con unas amigas que María quería presentarle.

Llegaron a su empresa, Pedro se encaminó hacia el ascensor y Juan –fiel a su costumbre– aunque tuviera que subir dos pisos más que Pedro, se dirigió directamente hacia las escaleras.

Comenzaba la semana.