Piel
Nuestra piel –una frontera– una orilla que acarician otras pieles.
Nuestra piel, mudo testigo, de nuestro deseo, nuestro miedo y nuestras más profundas emociones.
Un inmenso puente que comunica nuestro interior con el resto del mundo.
Un roce, una caricia, pueden estremecer nuestra vida.
Un escalofrío que recorre tu espalda, el temblor excitado de tus dedos al posarse por primera vez sobre su piel.
El lenguaje de la piel –en la intimidad– se transforma en un abrumador y silencioso diálogo, en donde cada roce, cada arañazo y cada beso atesoran profundos significados.
Un abrazo –piel con piel– te reconfortará más que mil palabras por muy bien escritas que estén.
La sutileza del lenguaje de la piel supera a cualquier otro, frío, calor, deseo, anhelo, ningún sentimiento escapa a su amplio vocabulario.
Nuestra piel nos convoca a escuchar con nuestros sentidos, a prestar atención a esos mensajes sutiles que pocas veces consiguen ser expresados por nuestras palabras.
Mensajes que albergan –en si mismos– el poder de sellar nuestros sentimientos, nuestras emociones y nuestra memoria por siempre.
En su silencioso –sutil– lenguaje, cuando la piel susurra el tiempo se desvanece.