Las marcas del alma

Cada trazo es una historia, un destello de sonrisas compartidas, lágrimas derramadas y noches de vigilia.

Esos trazos –las arrugas– no son más que la huella del tiempo sobre tu piel.

Son el silencioso testimonio de tus emociones vividas.

Si has amado intensamente, tus trazos configuran un mapa que señalará tus experiencias, ahí –en cada pliegue– encontraremos el profundo eco de un beso, una caricia o una promesa cumplida.

El amor, –al igual que el tiempo– deja profundos surcos y no solamente en tu piel, sino en el alma.

Si has amado profundamente serás testigo de como el paso del tiempo no solamente transforma tu cuerpo, sino también tu manera de sentir.

Las arrugas –tus arrugas– no son un signo de decadencia, sino de entrega.

Esos “trazos” en tu rostro nos demuestran que has reído hasta la extenuación, has fruncido el ceño con sinceras preocupaciones y has tenido la maravillosa oportunidad de –entrecerrando tus ojos– mirar tiernamente a quien amas.

Las arrugas se presentan sin pedir permiso y en ellas se almacena la riqueza de lo vivido.

Aceptar el discurrir del tiempo, respetar cada etapa y disfrutar de la belleza de esas marcas que se nos van dibujando es amar la vida.

La belleza no se mide en cuan tersa se mantenga nuestra piel, más bien en la profundidad de una mirada sincera y la calidez del alma.

Nuestras arrugas –nuestros trazos– son inseparables del amor.

Esos trazos –esculpidos en nuestra piel– conforman un sincero diario que aquella persona que te ama sabrá descifrar y respetar.

Cuando alguien realmente te quiere, amará cada una de tus arrugas, cada una de tus pecas y no habrá nada que encuentre más bello y hermoso.

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