Reditus
Se acercan los Reyes Magos y su llegada nos anuncia el final de un momento mágico que se repite un año tras otro, la Navidad.
Al mismo tiempo en muchas casas comienzan los síntomas de lo que podría ser una autentica operación retorno.
Es ese momento en el que se saturan los aeropuertos y colapsan los trenes, ese momento en que se desatan sentimientos cruzados de alegría por el tiempo compartido y tristeza por el tiempo de separación que se avecina.
Abrazos, besos y más abrazos en las interminables colas antes de pasar el control de seguridad.
Lágrimas compartidas.
Volvemos a la normalidad, a la rutina. Nos sumergimos entre ríos de gente anónima que viene y va.
Las personas que queremos se quedan atrás, a veces a cientos de kilómetros y no tenemos siquiera la certeza de que podamos volver a verlas.
En algunos casos no volveremos a saber de ellas en meses aunque las tengamos presentes cada día de nuestras vidas.
La rutina desactiva –o adormece– una gran parte de nuestra comunicación y nuestros sentimientos.
Fiamos nuestras relaciones con nuestros seres queridos –en gran parte– a la celebración de las sucesivas fiestas que se celebran durante el año, Navidad, Carnaval, Semana Santa,…
Si por un azar se borraran estas fiestas del calendario, ¿volveríamos a vernos?
Aún sabiendo que es difícil, porqué no nos subimos a un tren, a un avión o cogemos nuestro coche y nos presentamos alguna vez de manera imprevista –sin festividad condicionante de por medio, sin ninguna razón aparente– y le damos una alegría a ese amigo, a ese familiar al que queremos.
Es verdad que la rutina es exigente, pero si nos lo proponemos encontraremos el momento para decirle a alguien que le queremos.
La Navidad es –en muchos hogares– una fiesta de sillas vacías, esas que nunca volverán a ver a quien antes era una presencia fundamental.
Esos son momentos difíciles, de esos que nunca se superan pero se aprende a vivir con ello.
Son los regresos imposibles, son los regresos que –ocasionalmente– retornan de la mano de algún triste sueño.
Pero así es la vida –como solemos decir–, nos vemos en Carnaval.