Amistad (Cap. XIV)

Sentado en el sofá de su casa —con un Baileys con hielo en su mano— Juan repasaba lo ocurrido aquellas semanas de locos que habían comenzado con un encuentro fortuito en plena calle de Postas.

El destino? La fortuna? El azar? O una mezcla de todo esto.

La deriva que había tomado su vida hasta ese momento se iba acercando peligrosamente a un “estar sin ser”, a una persona sin nadie con quien compartir o en quien confiar.

Aunque estaba acostumbrado a vivir solo y disfrutaba de su soledad, no podía negar que compartir parte de su vida con alguien como María le había sentado muy bien, sobretodo a su alma.

Los largos paseos, sus charlas interminables cada vez que salían a cenar, poder contemplarla cuando caminaba por la calle, solamente con eso era ya feliz.

Disponían de algunas tardes sueltas entre semana para verse y —aunque no todos— los fines de semana les resultaban suficientemente intensos como para compensar todos los días en los que no podían verse.

Esta tarde no podría ver a María, había quedado con Ana cuando saliese de la clínica.

Había retrasado este encuentro intentando que las aguas estuviesen más tranquilas pasados unos días.

Acabó su copa, se dio una ducha y se vistió para salir al encuentro de Ana en una tarde exquisitamente primaveral.

Ni una brizna de aire, una temperatura ideal —ni mucho calor, ni mucho frío—, el cielo de un azul deslumbrante y un entorno inmejorable, la Plaza del Conde del Valle de Súchil.

Había quedado allí en un banco del parque —hacia el sur— para escuchar lo que Ana quería decirle.

Imaginaba que en un primer momento escucharía muchos reproches hacia su amigo Pedro, pero a medida que transcurriera la conversación intentaría —como amigo de ambos— que al menos pudiesen verse para decidir que hacer.

Levantó la vista del móvil y allí estaba Ana acercándose a él, se levanto y fue a su encuentro, se dieron un abrazo y un par de besos en las mejillas y se sentaron en aquel banco verde, –repintado hasta la saciedad– donde se iba a dirimir, en parte, el futuro de una pareja.

Ana estaba visiblemente nerviosa y por momentos pareciera estar sufriendo un ataque de ansiedad.

Comenzó –entrecortadamente– a relatarle a Juan una serie de comportamientos de Pedro que –a la postre– una vez que falló su lealtad y dejó de respetarla como mujer, provocó que ella perdiera su confianza en él.

Había arrastrado todo este dolor –silenciosamente– desde hacía varios años, pero el ser tan permisiva solo había contribuido a que el problema fuera “in crescendo” hasta llegar a un punto en el que todo había estallado en mil pedazos.

No se veía con fuerzas, ni ganas para seguir adelante, –emocionalmente exhausta– solamente deseaba comenzar una nueva vida lejos de todo lo que significaba aquel “miserable”.

Pero no quería perder a sus amigos y por eso le había llamado, en aquel momento necesitaba mas que nunca tener cerca a los que ella consideraba como su familia.

Estaba claro que aquello tenía poca vuelta atrás y Juan no podía comprender como su amigo había arriesgado una vida casi perfecta por un par de revolcones de veinte minutos.

Ana era una pelirroja espectacular, divertida, cariñosa y leal y por lo que había visto hasta ahora, su amigo –como bien lo había descrito Ana– era un miserable.

Intentó algunas palabras de consuelo pero era difícil, sólo se le ocurrió que tendrían entre todos que cuidar a su amiga en estos momentos y aprovechó para hablarle de María, de Carmen y de como su vida estaba cambiando.

Le comentó que tenían que quedar una tarde con las chicas para animarse, nada de quedarse encerrada en casa.

Se habían entretenido bastante y se ofreció a acompañarla a la estación de metro mas cercana –Bilbao–, ya había oscurecido y ella le agradeció el gesto.

Una vez la hubo despedido se dirigió hacia su casa dando un largo paseo y aprovechó ese momento para llamar a María, no se habían visto ese día y la echaba de menos.

La llamada fue atendida casi de inmediato, pareciera que la estaba esperando, y después de decirle cuanto la había extrañado durante todo el día, comenzó a contarle parte de la conversación con Ana y como había visto la necesidad de apoyarla en este momento tan difícil para ella.

María estaba encantada de poder contar con una nueva amiga y ya comenzó a ajustar su agenda para preparar una merienda de chicas.

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