Cervezas (Cap. XVI)
Tres amigos delante de tres cervezas, dos de ellos todavía no entendían como Pedro había conseguido tirar por tierra sus años de relación con Ana.
Juan —que era el que mejor lo conocía— se lo puso claro, había hablado con Ana y —en su opinión— no había vuelta atrás.
Su comportamiento había sido humillante y su inmadurez había acabado con cualquier atisbo de reconciliación.
El había traicionado su confianza y ahora no podía exigir que le perdonara, en todo caso sería una decisión a tomar por ella y —en estos momentos—perdonarlo no se le pasaba por la cabeza.
Pedro intentó una inconsistente defensa, la típica de que había sido sólo un desliz, que se había visto desbordado por aquella compañera de trabajo.
Vamos que sólo le faltó decir que la culpa era de ella por haberlo seducido.
Como un adolescente, que digo adolescente? te has comportado como un niñato —le espetó Juan— los adultos arreglamos estos asuntos dando la cara, hablando y no revolcándonos en las mesas de la oficina.
Carlos —hasta ese momento mudo— intentó aplacar la furia que poseía a Juan por momentos y cambió radicalmente el objetivo de la conversación.
Verás Pedro hasta ahora nos hemos ido arreglando en mi apartamento pero tendrás que ir pensado en buscarte algo más definitivo, por lo que veo la reconciliación es imposible.
Pedro asintió y asumió de golpe la realidad del error cometido.
Pidió perdón a sus amigos y aquello encendió otra vez a Juan. ¿Perdón? ¿A nosotros?
A quien tienes que pedirle perdón es a Ana.
Zanjaron la discusión pero estaba claro que algo se había roto entre aquellos amigos y resultaría muy difícil de recomponer.
No muy lejos de allí tres chicas espectaculares se tomaban también tres cervezas en una terraza disfrutando del sol de primavera en un Madrid repleto de viandantes.
Era la primera vez que las tres, Carmen, María y Ana quedaban para tomar algo y conocerse mejor.
Ana se sintió acogida por sus nuevas amigas y realmente esto era lo que ellas pretendían.
Aunque solamente se trataba de conocerse y disfrutar de la tarde sin mayores preocupaciones, Ana necesitaba hablar, sacar a la luz todo lo mal que lo había pasado, en resumen, desahogarse.
Comenzó a relatarles lo que tuvo que vivir los últimos meses.
Al principio la dominaba una sensación de rabia que incluso hacía que se entrecortara cuando hablaba, pero se fue tranquilizando a medida que iba narrando lo ocurrido; cómo se había enterado, con que desprecio él la miraba cuando la trataba de loca, porqué según Pedro, todo eran imaginaciones suyas.
Pero a medida que pasaba el tiempo él se había vuelto mas despreocupado hasta que un día los pilló infraganti –en plena calle– muy acaramelados.
Se acercó a ellos y conteniendo las ganas de abofetearlo allí mismo solamente acertó a decirle que no volviese a casa, que ella le avisaría cuando podría pasar a por sus cosas.
Se dio la vuelta y se dirigió calle abajo sin saber realmente adonde iba, desorientada, humillada y furiosa, muy furiosa.
No pudo remediar que asomaran las lágrimas y cuando fue consciente de estar fuera de la vista de los “amantes de Teruel” rompió a llorar desconsoladamente y precisamente esto era lo que no quería que viese Pedro.
Se derrumbó por unos momentos pero era algo predecible, el golpe había sido muy duro y de difícil encaje para alguien que estaba realmente enamorada.
Tanto Carmen como María la felicitaron por haber reaccionado con tanta serenidad en un momento tan difícil.
Y acto seguido echaron mano del refranero, “no hay mal que por bien no venga” –dijo María– has perdido de vista a un impresentable y has ganado dos amigas incondicionales y ya veras como la vida es mucho mas bonita de lo que ahora mismo te parece.
Las chicas alzaron sus vasos y soltaron el consabido “por nosotras”.
Para rematar la tarde se les ocurrió organizar una cenita el próximo sábado con baile incluido, sólo María tenía una condición y se la expuso a sus amigas para ver que les parecía, y no era otra que poder llevar a Juan claro.
No hubo ninguna objeción pues al fin y al cabo todos eran amigos.
Compras (Cap. XV)
Cinco y media de la tarde, María y Carmen habían quedado para pasar la tarde juntas y decidieron verse en unos grandes almacenes en plena Gran Vía.
Tenían mucho que contarse e iban a necesitar varias horas para ello.
Las escaleras mecánicas estaban atiborradas de gente y decidieron subir hasta la segunda planta –ropa de mujer– por el ascensor del fondo.
Se abrieron las puertas y se dirigieron directamente a la zona de las rebajas y allí comenzaron buscando unos pantalones para María.
Carmen fue la primera en abrir fuego y se dispuso a dar cuenta a su amiga del resultado de su escapada a Barcelona.
Aquel fin de semana le había sentado de maravilla, además la forma de plantearlo –como una aventura sorpresiva– le había dado un realce inesperado.
Xavi se había quedado impactado cuando recibió su llamada para quedar a tomar un café en Plaza Catalunya, y –como le confesó después– se había alegrado mucho por la cita.
María estaba interesada realmente en como era Xavi, dejando de lado lo que pudiese haber ocurrido.
Fue entonces cuando su amiga le hizo una pequeña descripción de lo que había percibido de él durante esos días.
Carmen se había encontrado con una persona inteligente y con un gran sentido del humor que le demostró la primera noche participando en el karaoke de los chinos.
La mañana del sábado se levantó y Xavi le tenía preparado un desayuno espectacular, habían pasado la noche en su ático y ahora tocaba reponer fuerzas.
Aquel chico sabía cocinar y unas horas antes también le había demostrado que derrochaba pasión y romanticismo.
Un año antes ya le había demostrado ser una persona generosa y –lo mas importante– conseguía inspirarle confianza.
María estaba realmente impresionada por la descripción que le estaba haciendo su amiga y contenta porque la veía ilusionada.
Le deseó mucha suerte y le recordó que en un mes –o dos– tendrían que cenar todos juntos para conocer a tan maravilloso espécimen.
María por su parte le confirmó que todo iba muy bien con Juan y que ella estaba también muy ilusionada con lo que estaban viviendo.
No conseguían encontrar un pantalón que le quedase como ella quería y cada vez veía mas cerca la opción de pasarse a la ropa de temporada –mas cara– donde seguro encontraría algo que le gustase.
Cansadas de ir de aquí para allá se acercaron a una de las cafeterías para descansar un poco y tomarse un café con alguna pasta o algo parecido.
Ya sentadas y con mas sosiego María le comentó lo que le había ocurrido a la amiga de Juan –una tal Ana– y con la forma de ser de Carmen fue ella misma la que le dijo que Juan tenía que presentársela para salir juntas y –al menos– estar ahí por si necesitaba ayuda o apoyo.
Se levantaron y una vez pagada la consumición se volvieron a sumergir en un mar de jerséis, chaquetas y pantalones de todos los colores.
Iban caminando por el pasillo de los abrigos cuando a Carmen le sonó el móvil, al ver la pantalla levantó la cabeza y le dijo; Xavi, y María vio como sonreía y se le iluminaba el rostro al decirlo; su amiga estaba –definitivamente– enamorada.
Se apartó para hablar con él y María veía como gesticulaba con su mano libre y se reía con ganas así que la dejó con su conversación y siguió a la caza y captura de alguna prenda con la que sorprender a su chico en su próxima cita.
Media hora mas tarde volvió su amiga y le enseñó un top –mejor dicho una media docena– que se iba a probar así que se fueron a la zona del fondo donde se encontraban los probadores.
Tuvieron que ponerse a la cola y aun tardaron quince minutos en conseguir uno vacío.
En cuanto ella se probaba Carmen le iba dando cuenta de la conversación que acababa de mantener con Xavi.
Quería verla pronto pero no consiguieron cerrar una cita para antes de quince días, era difícil hacerlo antes a no ser que ella se desplazase el próximo fin de semana y se adhiriera a un grupo con el que Xavi hacía escalada y cuya actividad estaba programada desde hacía bastante tiempo.
La respuesta fue que de escalada nada al menos por ahora, ya que no tenía experiencia alguna y la verdad que le daba miedo.
Así que habrían de esperar quince días y hasta ese momento tendrían que contentarse con el teléfono y las videoconferencias –bendita tecnología–.
María salió de allí con tres top, dos pantalones y una blusa, porque llegó la hora de cierre que si no ella hubiese seguido.
Ya en la calle se despidieron porque tenían que seguir direcciones opuestas para volver a sus casas.
Al día siguiente se verían otra vez obligatoriamente a las siete de la mañana fichando a la puerta de las oficinas del Ayuntamiento.
María llamó a su chico y así el camino se le hizo mucho mas ameno.
Amistad (Cap. XIV)
Sentado en el sofá de su casa —con un Baileys con hielo en su mano— Juan repasaba lo ocurrido aquellas semanas de locos que habían comenzado con un encuentro fortuito en plena calle de Postas.
El destino? La fortuna? El azar? O una mezcla de todo esto.
La deriva que había tomado su vida hasta ese momento se iba acercando peligrosamente a un “estar sin ser”, a una persona sin nadie con quien compartir o en quien confiar.
Aunque estaba acostumbrado a vivir solo y disfrutaba de su soledad, no podía negar que compartir parte de su vida con alguien como María le había sentado muy bien, sobretodo a su alma.
Los largos paseos, sus charlas interminables cada vez que salían a cenar, poder contemplarla cuando caminaba por la calle, solamente con eso era ya feliz.
Disponían de algunas tardes sueltas entre semana para verse y —aunque no todos— los fines de semana les resultaban suficientemente intensos como para compensar todos los días en los que no podían verse.
Esta tarde no podría ver a María, había quedado con Ana cuando saliese de la clínica.
Había retrasado este encuentro intentando que las aguas estuviesen más tranquilas pasados unos días.
Acabó su copa, se dio una ducha y se vistió para salir al encuentro de Ana en una tarde exquisitamente primaveral.
Ni una brizna de aire, una temperatura ideal —ni mucho calor, ni mucho frío—, el cielo de un azul deslumbrante y un entorno inmejorable, la Plaza del Conde del Valle de Súchil.
Había quedado allí en un banco del parque —hacia el sur— para escuchar lo que Ana quería decirle.
Imaginaba que en un primer momento escucharía muchos reproches hacia su amigo Pedro, pero a medida que transcurriera la conversación intentaría —como amigo de ambos— que al menos pudiesen verse para decidir que hacer.
Levantó la vista del móvil y allí estaba Ana acercándose a él, se levanto y fue a su encuentro, se dieron un abrazo y un par de besos en las mejillas y se sentaron en aquel banco verde, –repintado hasta la saciedad– donde se iba a dirimir, en parte, el futuro de una pareja.
Ana estaba visiblemente nerviosa y por momentos pareciera estar sufriendo un ataque de ansiedad.
Comenzó –entrecortadamente– a relatarle a Juan una serie de comportamientos de Pedro que –a la postre– una vez que falló su lealtad y dejó de respetarla como mujer, provocó que ella perdiera su confianza en él.
Había arrastrado todo este dolor –silenciosamente– desde hacía varios años, pero el ser tan permisiva solo había contribuido a que el problema fuera “in crescendo” hasta llegar a un punto en el que todo había estallado en mil pedazos.
No se veía con fuerzas, ni ganas para seguir adelante, –emocionalmente exhausta– solamente deseaba comenzar una nueva vida lejos de todo lo que significaba aquel “miserable”.
Pero no quería perder a sus amigos y por eso le había llamado, en aquel momento necesitaba mas que nunca tener cerca a los que ella consideraba como su familia.
Estaba claro que aquello tenía poca vuelta atrás y Juan no podía comprender como su amigo había arriesgado una vida casi perfecta por un par de revolcones de veinte minutos.
Ana era una pelirroja espectacular, divertida, cariñosa y leal y por lo que había visto hasta ahora, su amigo –como bien lo había descrito Ana– era un miserable.
Intentó algunas palabras de consuelo pero era difícil, sólo se le ocurrió que tendrían entre todos que cuidar a su amiga en estos momentos y aprovechó para hablarle de María, de Carmen y de como su vida estaba cambiando.
Le comentó que tenían que quedar una tarde con las chicas para animarse, nada de quedarse encerrada en casa.
Se habían entretenido bastante y se ofreció a acompañarla a la estación de metro mas cercana –Bilbao–, ya había oscurecido y ella le agradeció el gesto.
Una vez la hubo despedido se dirigió hacia su casa dando un largo paseo y aprovechó ese momento para llamar a María, no se habían visto ese día y la echaba de menos.
La llamada fue atendida casi de inmediato, pareciera que la estaba esperando, y después de decirle cuanto la había extrañado durante todo el día, comenzó a contarle parte de la conversación con Ana y como había visto la necesidad de apoyarla en este momento tan difícil para ella.
María estaba encantada de poder contar con una nueva amiga y ya comenzó a ajustar su agenda para preparar una merienda de chicas.
Adrenalina (Cap. XIII)
En su mano izquierda una copa de vino blanco, mientras que su mano derecha repiqueteaba sobre la mesa y se acompasaba con su rodilla que no paraba de subir y bajar a una velocidad de vértigo.
Eran las seis de la tarde de un viernes que se repartía a partes iguales las etiquetas de primaveral y otoñal.
El sol no calentaba lo suficiente como para hacer olvidar aquella brisa fría —helada diría yo— que la atravesaba desde hacía ya unos quince minutos.
Acompañando aquella copa el camarero le había traído unos manises y unas papas fritas.
A su espalda podía leerse —en un inmenso letrero— Café Zúrich, había quedado allí con Xavi que se estaba retrasando y entre eso y la ventisca se estaba poniendo de los nervios.
De pronto notó una mano sobre su hombro derecho que no la dejaba girarse y estuvo a punto de exhalar un grito pero rápidamente Xavi se colocó delante de ella y casi hincando su rodilla derecha en el suelo le pidió perdón por el retraso.
Ella sonrió al verlo allí a sus pies y se le pasó el frío, se levantó, le dio un abrazo de bienvenida y antes de nada cogió su copa y se dirigió al interior del local.
Había pasado un año de su primer encuentro aquella noche en las Ramblas y ahora tocaba ver si podían dar algún otro paso.
Cuando sintió su mano sobre su hombro, su interior le dijo que no se equivocaba con este viaje.
Charlaron durante un buen rato de banalidades, de aquellas cosas sin importancia pero importantes porque cumplen una función vital para llegar a conocerse y a confiar.
Xavi le confesó que tras aquel breve encuentro había deseado volver a verla pero que –como nos pasa a todos– el día a día, el trabajo, los compromisos y también –porqué no admitirlo– la distancia les había hecho perder un año.
Carmen asintió y se sinceró con él en los mismos términos, pero ahora ella estaba allí, había dado un paso importante –desde su punto de vista– y entonces le preguntó directamente –a bocajarro– si creía que podían intentar establecer –aunque con el handicap de la distancia– una relación.
Los dos se miraron a los ojos y en una décima de segundo supieron –sin decirlo– que iban a meterse en un lío a lomos del AVE entre las dos ciudades.
Se hacía tarde y cambiaron de sitio, buscaron un restaurante en los alrededores y se fueron a cenar.
Sabían de antemano que no iba a resultar fácil llevar aquella relación adelante pero –al mismo tiempo– se veían capaces y estaban determinados a conseguirlo.
Se divirtieron de lo lindo durante la cena, casualmente habían entrado en un local cuyo mayor atractivo los viernes era,… el karaoke.
Cuando estaban con las copas un par de empleados del local comenzaron con las pruebas de sonido y anunciaron por megafonía que en diez minutos comenzaría el show.
Decidieron quedarse, les estaba gustando el ambiente y sabían que se iban a divertir.
Puntualmente diez minutos después comenzó el espectáculo, y no podían creerse lo que estaban viendo.
De repente vieron sobre el escenario cinco chinos –o a lo mejor eran japoneses– todos en fila para actuar y cuando sonaron las primeras notas de “Clavelitos” no podían parar de reírse, aunque tenían que reconocer que el cantante no lo hacía del todo mal, siempre que no nos fijásemos mucho en el acento de su voz, o como arrastraba las sílabas.
Pasaron la siguiente media hora entre carcajadas, canciones desafinadas y mucho humor.
Carmen –que se lo estaba pasando en grande– retó a Xavi a salir al escenario y aunque este intentó esquivar la escena,… no lo consiguió.
Le dio un beso como si se tratase de ir al frente y se encontró de repente subido al escenario haciendo cola detrás de otro chino que aún andaba por allí.
Desde allí le gritó a Carmen, “esto sí es una prueba de amor”.
Escogió su canción y se la dedicó, quería –además de divertirse– enviarle un mensaje a aquella chica tan valiente que estaba sentada allí observándolo.
Ella no lo sabía –aún no se conocían mucho– pero Xavi había tenido varios escarceos con el mundo de la música y se defendía muy bien con el micrófono.
Juan Luis Guerra fue su elección.
Debes ser audaz (Cap. XI)
La semana enfilaba la recta final, a golpe de jueves ya se vislumbraba el cercano horizonte del fin de semana.
Faltaban menos de veinticuatro horas, a las siete de la mañana del día siguiente estaría sentada en el AVE camino de Barcelona.
Había decidido salir temprano y aprovechar la mañana para darse un paseo por las Ramblas, ver algo de ropa y hacer el check-in del apartamento que había alquilado en el Barrio Gótico para el fin de semana.
Desde el lunes no había conseguido volver a ver a su amiga y aunque la había llamado en varias ocasiones, solamente hoy fue cuando consiguió localizarla.
Quedaron para comer en Arrabal –en la Plaza Mayor– a las dos de la tarde y Juan se les uniría para acompañarlas en el café y aprovecharía para conocerlo.
Pidió una caña en cuanto esperaba por María y llegó ella antes que la bebida, se alegraron de poder quedar y María comenzó a hablar sin parar, las palabras le salían a borbotones explicándole a Carmen como habían discurrido los últimos días al lado de Juan.
Todo lo que le contaba María no hacía mas que excitar la curiosidad de Carmen y la hacía desear que llegara el momento en que apareciera Juan para conocer a aquel hombre que había robado el corazón de su amiga.
El plan del fin de semana en la sierra le parecía fantástico y las dos riéndose alborotadamente gritaron al unísono; parece que Madrid se va a quedar vacío este finde!!!
Siguieron confidencia tras confidencia y por su parte Carmen le explicó a su amiga los pormenores de su escapada a Barcelona y que la había planteado como una sorpresa sin avisar a Xavi, quería hacerlo de una forma especial.
María intentó hacerle ver lo arriesgado de la apuesta pero ella quería ese plus de adrenalina y observar directamente la reacción de su posible pretendiente.
Los solomillos –poco hechos– que habían pedido estaban exquisitos y ya habían caído. Estaban acabando con el postre cuando vieron entrar a alguien pero al contraluz no conseguían discernir quien era hasta que se fue acercando y si, Juan había llegado.
Carmen se dijo así misma que su amiga había acertado –al menos a primera vista– derrochaba empatía, respeto y autenticidad.
Cuando llegó saludó a María muy afectuosamente y a ella con un respeto exquisito.
Se sentaron los tres y pidieron los cafés y unas copas, la tarde se barruntaba larga.
A Juan le gustó la idea de Carmen de presentarse en Barcelona sin previo aviso, le parecía una manera audaz de afrontar la situación.
Estas dos chicas eran muy audaces y decididas, le gustaban.
Pusieron en marcha el temporizador y se conjuraron para estar en un mes, los cuatro cenando juntos en,… cualquier lugar de la península, les daba igual.
En un momento que Juan se excusó para ir al servicio, Carmen aprovechó para confesarle a su amiga que le encantaba este chico para ella –no creía que la diferencia de edad fuese algo de lo que preocuparse– y la impresión que le daba es que estaba coladito por ella pues se había fijado en como la miraba y como parecía quedarse embelesado cuando ella hablaba.
Cuando volvió Juan le preguntaron por su trabajo, como era aquello de la programación y la informática.
El estuvo un rato explicándose hasta que se dio cuenta de que no estaban entendiendo ni papa de lo que decía al ver sus caras de incomprensión y cerró el asunto con una explicación muy sencilla; programo apps.
Con este primer encuentro comenzaba una etapa que también es muy importante para que una pareja pueda crecer sin aislarse del resto de la gente y es la de mezclar los mundos que cada uno de los dos aporta a esa relación.
Es una forma de enriquecerse mutuamente y ampliar sus círculos personales.
Se despidieron de Carmen y se acercaron al FNAC, en concreto porque María –una fan impenitente de los libros de papel– quería comprarse una nueva edición de El Lobo Estepario de Hermann Hesse, pues aunque ya lo había leído esta última edición venía con una serie de comentarios al margen, algo así como una versión extendida del autor.
Caminando hacia su destino se entrelazaban tan armoniosamente que parecieran una sola persona.
Encontraron el libro y aunque era –relativamente– temprano se encaminaron hacia la ya famosa buhardilla de la calle Mayor para pasar un buen rato y aunque Juan ya había comprado alguna ropa, insistió en que esta noche tenía que ir a dormir a su casa, la cual no había pisado desde el lunes.
María le prometió que se lo pensaría y dentro de un par de horas le daría respuesta.
Atardecer (Cap. X)
Eran las cinco menos diez y allí estaba en la Calle Mayor a la altura del numero once, a medio camino entre Sol y la Plaza Mayor y a un suspiro de la Casa del Jamón.
Buscó en la placa del videoportero el ático A y pulsó el botón correspondiente con decisión. En menos de diez segundos escuchó aquella bonita y aterciopelada voz, se identificó y la puerta se abrió mágicamente.
Aunque no era amigo de los ascensores, esta vez eran cinco pisos y prefirió subir metido en aquella caja de metal que siempre le daba la impresión de que podría fallar y dejarlo allí un buen rato.
Llegó sin problema alguno y cuando iba a llamar a la puerta observó que ya estaba abierta esperando que el la traspasara.
Dentro le esperaba María que lo recibió con uno de esos jugosos abrazos que comenzaban a hacerse tradicionales.
La encontró,… hermosa –no encontraba otra palabra– y al mismo tiempo halagado al poder disfrutar de su compañía.
Estaba ya preparada para salir, esta vez había dejado de lado los pantalones y lucía un vestido que se acercaba a su rodilla sin llegar a ella, con un regusto vintage, muy al estilo años sesenta y de un color rosa palo que a Juan le pareció que encajaba perfectamente en aquel cuerpo que el comenzaba a conocer.
Salieron al descansillo, cerraron la puerta tras de si y penetraron en la caja metálica cogidos de la mano dispuestos a disfrutar del paseo vespertino.
Al llegar a la calle y estando tan cerca decidieron intentar un segundo asalto a San Ginés –la chocolatería– como si quisieran sellar algo que había nacido en aquel lugar, pero esta vez fue imposible pues estaba hasta arriba de gente y había cola para entrar.
Enfilaron hacia Sol y poco después estaban disfrutando de la tarde en la terraza del Hotel Europa frente al reloj más famoso del país.
La caída del sol y sus últimos rayos del día bañaban de un tono rojizo las paredes de aquellos vetustos edificios.
El atardecer era un momento mágico perfecto para albergar confidencias, conjuras o traiciones.
Se habían sentado de frente a la plaza, al mismo lado de la mesa con sendas copas de vino, lo que les permitía –apoyados el uno en el otro– disfrutar observando como discurría la vida frente a ellos.
Un par de niños –hermanos indiscutiblemente– se peleaban por un mismo juguete, dos abuelos –cogidos del brazo– paseaban charlando animadamente como seguro que habían hecho durante los últimos cincuenta años a juzgar por las edades que aparentaban. Una pareja de policías hacía su ronda habitual intentando controlar cualquier detalle sospechoso que delatara a algún posible carterista.
Y ellos, sentados allí, disfrutaban del espectáculo en silencio pero acompañándose.
Después de un ramillete de besos furtivos hablaron de lo absurdo que fue dejar pasar tanto tiempo sin atreverse a dar el paso creyendo ambos que al otro lado no se compartía el mismo interés. Como vulgarmente se dice, el uno por el otro y la casa sin barrer.
Acordaron –sobre todo– ser sinceros, tanto el uno con el otro, como -y quizá mas importante– consigo mismos.
Hablaron mucho de sus gustos, se contaron trozos de películas, de libros, se rieron de chistes malos y poco a poco se iban conociendo, acostumbrándose a ser dos y descubriéndose.
Trazaron ya algún plan juntos, concretamente una pequeña escapada a la sierra el siguiente fin de semana, lo necesitaban para pasar algún tiempo juntos y la época –en plena primavera– era la ideal.
No querían por el momento ir mas allá, no querían correr para evitar el riesgo de algún tropiezo inesperado.
Estos primeros días se verían un rato por la tardes pues los horarios –sobre todo los de Juan– no ayudaban mucho.
Pidieron la cuenta y paseando por la calle del Carmen llegaron hasta la Plaza de Callao, que a esas horas estaba repleta de gente bulliciosa que iba de un lado a otro corriendo, paseando o simplemente observaban las carteleras para decidir que película ver esa noche.
Bajaron Gran Vía y después comenzaron a callejear ya en dirección al ático de María.
Por aquellas callejuelas –apenas iluminadas– iban deliberadamente lentos y a cada tanto, en las zonas mas discretas de cada calle se fundían en un mar de abrazos y besos.
Un recorrido de menos de quince minutos a ellos se le convirtieron en cuarenta y cinco pero lo hubiesen hecho gustosamente un poco mas largo.
Cuando llegaron delante del numero once de la calle Mayor Juan se dispuso a despedirse pero María agarró su mano con firmeza y lo arrastró al interior del portal.
Aquella noche Juan no pisaría su casa.