Martes

Martes.

Si, todavía era martes. A Juan nunca se le había hecho tan larga una semana.

Es más, era martes pero todavía eran las nueve de la mañana, así que aún quedaba todo el día por delante, una tragedia.

Desde el momento en que María se había despedido de el en Puerta del Sol con aquel “que volvamos a vernos” a Juan —tan vulnerable al enamoramiento— se le había disparado la imaginación.

Pero si fue María la que tomó la iniciativa porqué entonces tendría que estar nervioso y con ese desasosiego que no le dejaba vivir.

Mil cábalas se habían construido dentro de esa cabecita desde el domingo y quedaban muchos días hasta la ¿cita? que habían acordado.

Tenía que serenarse, si, era martes nueve de la mañana y estaba inmerso en el desarrollo de un nuevo software para su empresa y si seguía dejando su mente en libertad peligraba el resultado de muchos meses de picar código delante de una pantalla de ordenador.

La jornada laboral se extendía hasta las cinco de la tarde con media hora para un tentempié y algunos descansos para despejar la mente y relajar la espalda.

Y al menos hasta esa hora debía estar concentrado.

Media hora después se rindió a la evidencia de que mantener un nivel de concentración adecuado a su trabajo era misión imposible ese día.

Juan decidió tomarse un pequeño descanso y bajó a la cafetería.

Pidió el café de siempre, se lo llevó a su mesa y allí entre sorbo y sorbo dio rienda suelta a sus pensamientos.

Recordó la primera vez que coincidió con su amiga, fue algo fortuito, navidad, cenas de empresa y una casualidad o —quien sabe— el destino.

El caso es que los dos estaban en la pista de baile de la Discoteca Teatro Barceló —el antiguo Pachá— moviéndose con evidente desgana y se tropezaron con tal contundencia que no les quedó otra que agarrarse el uno al otro para no acabar en el suelo.

Se dieron cuenta al instante de que —aún sin conocerse de nada— habían establecido una conexión inesperada.

Copa tras copa acomodados en la barra fueron desgranando sus vidas de esa forma sincera y sin tapujos como siempre se le cuentan las cosas a un desconocido que pareciera que conoces de toda la vida.

Fue así como Juan supo que aquella chica menuda y de ojos de miel, venia de una familia acomodada que debido a algunas circunstancias del pasado y alguna inversión fallida pasaba por momentos económicamente delicados.

El intentó –sin éxito– dar una imagen de hombre resuelto y claro esto es difícil cuando tu timidez asoma por todos los poros de tu piel.

Se intercambiaron sus números de móvil, direcciones y volvieron a verse un par de veces más.

Dios mío las diez y media de la mañana y el aun con el café.

Salió disparado escaleras arriba –nunca utilizaba el ascensor– y llegó a su cubículo agitado y mucho mas nervioso que cuando había bajado para relajarse ante un café.

Respiró profundo y decidió expulsar todo pensamiento ajeno a su trabajo por el resto de la jornada.

Pero un último pensamiento le asaltó repentinamente.

Tenía miedo de perder lo que nunca había tenido.

Sea como fuere era martes y tendría que relajarse si realmente quería llegar al sábado sin sufrir un ataque al corazón.

Antes de sumergirse definitivamente en su tarea se preguntaba como estaría llevando su amiga esos días de espera, que para el resultaban tan frustrantes.