Jueves.
La semana avanzaba inexorable y aquella anciana necesitaba dar por concluidos los trámites para acceder a una ayuda del municipio.
Cuando llegó su turno se dirigió hacia el mostrador que le indicaron, donde una chica menuda la recibió con una gran sonrisa.
Era la tercera vez que aquella pobre mujer tenía que acudir para entregar más documentos —pareciera que cada vez que iba se les ocurría algo nuevo que pedir— pero esta vez no iba a ser como las dos anteriores.
Por lo de pronto se dirigía hacia la chica blandiendo su colorido bastón a modo de infructuosa amenaza.
Tal era su indignación y el ímpetu por llegar cuanto antes que trastabilló y precisamente aquella menuda funcionaria de afectuosa sonrisa consiguió llegar a tiempo de sostenerla y a fe que salvo a la anciana de una rotura de cadera inminente.
La ayudó a sentarse y le preguntó como se sentía y la mujer no pudo menos que cambiar de actitud y agradeciendo la ayuda le regaló también ella una sonrisa a la muchacha –se la había ganado–.
Una vez evitada la posible tragedia María preguntó a Petra –que así se llamaba la señora– en que podía ayudarla.
A aquellas alturas de la semana –jueves ya– el trabajo de atención al público –un público no muy educado ni considerado– estaba a punto de sobrepasar la paciencia de María.
A la rutina de su trabajo –que llevaba desempeñando hacía mas de tres años– se sumaba un nerviosismo extra que no lograba identificar.
O mas bien no quería darse por aludida, pues sabía muy bien a que se debía ese estado emocional y no, no estaba en “esos días” valiente tontería.
Lo que la estaba desestabilizando no era otra cosa que el miedo. Miedo a sus propias emociones, a sus propios sentimientos, a dejarse llevar y equivocarse, una vez mas.
Hasta ese momento, y desde el domingo anterior –si cuatro días, noventa y seis horas– sus manos habían andado y desandado el camino hacia su móvil en innumerables ocasiones.
Sus miedos la acercaban a aquel infernal aparato susurrándole que debía enviar un mensaje escusándose y anulando la cita?
Pero inmediatamente su otro yo –ese que la había hecho cometer ciertos errores en el pasado, es cierto– anulaba la orden y volvía a depositar aquel aparato en su lugar de descanso.
Consiguió –entre un desasosiego y otro– despachar a la anciana y por fin solucionar definitivamente su problema.
Aquella mujer se deshizo en muestras de gratitud hacia aquella menuda funcionaria que seguía sonriéndole y a su vez deseando que desapareciera de su vista.
Eran las diez de la mañana y automáticamente se levantó de su mesa, salió de su despacho y cerrando la puerta tras de si se fue a buscar a una de las pocas amigas que tenía allí dentro.
Carmen –que así se llamaba su amiga– al verla venir procedió de la misma manera y –sin decir palabra– las dos enfilaron escaleras abajo el camino de la cafetería mas cercana, para disfrutar de un momento de asueto.
Una vez acomodadas en “su” mesa de todos los días –la del rinconcito– desde donde disfrutaban de la vista del parque cercano y una generosa porción de cielo, lo cual se agradecía después de estar toda la mañana en unos despachos ínfimos, sin ventanas y mal ventilados, Carmen disparó primero.
Carmen conocía a María desde que tenía memoria, se habían criado juntas, habían compartido pupitre muchos años en el colegio y realmente solo se separaron al llegar a la Universidad.Pero nunca perdieron el contacto y cualquiera podría decir que eran mas que amigas, hermanas.
Y precisamente por esa relación tan estrecha que mantenían Carmen se había dado cuenta que algo no iba bien esa semana y viendo que María no soltaba prenda pasó directamente al interrogatorio.
Vamos a ver flaca, ¿a ti que te pasa esta semana que estas y no estas?
Ante un misil tan directo e inesperado María –la flaca– se apuntó a la reacción de todo el mundo; nada Carmen, a mi no me pasa nada, tómate el café que se te enfría.
Pero Carmen –enérgica y muy resuelta ella– no se iba a conformar con esa manera tan burda de intentar despejar el asunto e insistió.
Mira, de aquí no salimos hasta que me aclares que te ocurre, me tienes preocupada y no creo que yo me merezca que me tengas en vilo –chantaje emocional de libro–.
Y funcionó pues llegados a este punto María se convirtió en un torrente de palabras, emociones y lágrimas imparables.
¿Recuerdas a Juan? el informático, –balbuceó entre sollozos– pues creo que he cometido un error.
Nos encontramos el domingo y nos fuimos a San Ginés a desayunar y la verdad que lo pasamos bien y –al menos yo– me encontré muy a gusto y entonces me deje llevar y le propuse salir este próximo sábado a cenar.
Se lo propuse yo a él, tomé la iniciativa y después dándole vueltas no se si he obrado bien, ¿tendría que haber esperado que fuese el quien se lanzase? No se, estoy confusa y por momentos me asalta la idea de anularlo todo.
¿Y ya está? le espetó Carmen, ¿eso es todo?
Pues si, no hay nada mas que eso que te he contado.
Carmen no salía de su asombro, aquella no era su “flaca”, su amiga resuelta y atrevida en todo lo que se proponían.
Pero vamos a ver, en que siglo vives, a ti Juan te cae bien y quieres conocerlo mejor y cual es el problema, ¿que tu has tomado la iniciativa?, no me seas antigua.
Tu no eres así, quítate de encima esos miedos y te recordaré una palabra que tu me has enseñado a pronunciar muchas veces: arriésgate, si sale bien, magnifico y si no sale adelante no será ninguna catástrofe.
Sois amigos y adultos, bueno el te lleva unos cuantos años pero eso hoy en día no es un handicap.
Ya sois mayorcitos y tenéis la vida bien encarrilada económicamente así que si os queréis dar una oportunidad ¿donde está el problema?
De todas formas, solo es una primera cita, ya habrá tiempo de preocuparse.
Conociéndolo te aseguro que él está mas nervioso que tu y –si me permites que te lo diga– ese nerviosismo tuyo, para mi, es una señal de que todo puede ir bien, porque quiere decir que te importa y te preocupa lo que pueda ocurrir.
Y sécate ya esas lágrimas y controla esos miedos.
Lo has hecho todo bien y ahora solo te queda esperar al sábado y disfrutarlo, sin obsesiones, sin miedos y verás que todo saldrá bien.
Como se dice ahora, déjate fluir y,… el lunes me cuentas todo con pelos y señales.
Madre mía las doce de la mañana, vámonos que no llegamos ni a fichar!!!