Seis estrofas, solo seis estrofas le bastan a Serrat para contarnos toda una vida.
La ternura, la emoción y la admiración que destila este tema es de una profundidad inaudita, arrebatadora.
Uno no puede menos que identificarse con la ilusión que nos muestra el autor cuando describe lo que sería el inicio de su relación con alguien tan especial.
La manera en que todo comienza con ese beso y como se sincronizan sus vidas de inmediato –se hace de nuestra medida– nos dice Serrat.
Compartir, compartirlo todo es la base del desarrollo de sus vidas en común, siempre desde la admiración que el le profesa.
Aquí podríamos encajar las palabras de Ricardo Darín en una ya famosa entrevista, que nos ha emocionado a todos en algún momento:
“No hay un solo día en que la mire y no sienta el inmenso privilegio que yo he tenido en esta vida de que esta mujer se cruzara con la mía”.
Esto mismo, pero con otras palabras nos lo dice Serrat en sus versos.
Pero, porque siempre hay un pero, Serrat va un paso mas allá y nos enfrenta a la realidad de la vida, esa realidad que se alza sobre cualquiera de nosotros y que nos gasta la peor de las bromas, esa en la cual un día cualquiera –sin previo aviso– te das cuenta de que la carroza de tu vida se ha convertido en una triste calabaza.
Nunca esperamos vernos sentados sobre nuestra calabaza y es lo mas doloroso que nos puede ocurrir.
Se hace difícil contener la emoción escuchando a Serrat.