Una semilla

Después de la conversación que tuvieron en el Parque del Retiro se lo había pensado y repensado, le había dado todas las vueltas posibles y analizado la situación desde todos los ángulos que se le podían ocurrir.

Solo le faltaba hacer el típico juego de las pelis americanas de la lista de los pros y la de los contras pero no la necesitaba, realmente Carmen siempre –en su fuero interno– sabía lo que tenía que hacer y la “flaca” se lo había recordado sin ambages.

En ocasiones conocemos a alguien que –de entrada– no caemos en la cuenta de que pueda encajar con nosotros y ahí se mantiene durante semanas, meses o años, hasta que cambian las circunstancias, ves lo que no acertabas a ver o simplemente aceptas que algo ha hecho click en tu interior y te asalta la duda, y ¿porqué no? te preguntas.

Y sin saber cómo, te encuentras fantaseando con pasear bajo la lluvia cogidos de la mano en París o viajar al pueblo de al lado para simplemente acurrucarse al calor de una chimenea y ser feliz.

Ser feliz, el objetivo de todos nosotros.

Con alguien a nuestro lado, o en la distancia, todo es posible si hay una buena sintonía.

Carmen ya tenía el viaje a punto para el próximo fin de semana, solicitó un día de “asuntos propios” y el viernes bien temprano salía para Barcelona a la aventura –su gran aventura–.

Delante de aquella taza de café –aunque contenta con su decisión– la consumían los nervios y además su amiga no acababa de llegar y no podía soportar mas la intriga sobre lo ocurrido el fin de semana.

Había estado llamando a María durante todo el domingo –si, todo el domingo– y saltaba una y otra vez el maldito buzón de voz, algo inaudito.

Ensimismada en sus cosas y removiendo aquel maltrecho café sintió sobre su hombro una cálida mano que reconoció a la perfección.

Se levantó como un resorte y abrazó con ganas –muchas ganas– a su amiga.

Después de contarle –en versión super resumida– sus batallas consigo misma y la decisión final que había tomado, le agradeció ese empujoncito que le dio en el Retiro.

María –sabiendo de la intriga de su amiga– decidió imprimir un poco de suspense al asunto y se limitó a pedir su café y como si nada hubiese pasado le preguntó –intentando contener la sonrisa– ¿aparte de todo eso, que has hecho este fin de semana?

Carmen –falsamente indignada– ¿cómo que he hecho el fin de semana? ¿que has hecho tu? Recuerda que te dije que me lo tenias que contar todo con pelos y señales.

Y hoy es lunes así que desembucha.

Cuando llegó no se había fijado mucho pero ahora que la tenía delante se dio cuenta de que María estaba –no sabia como expresarlo– quizá la palabra podría ser “radiante”, se la veía feliz.

Así que intuía que aquello había funcionado y se moría de ganas de saberlo a ciencia cierta.

Una vez se hubo cerrado, tras de ellos, la puerta del ático se fundieron en un largo abrazo, intenso, fuerte, acogedor y se sintieron en completa armonía.

La primera parada fue directamente en el sofá -no consiguieron ir mas allá–, se miraron a los ojos, las emociones se dispararon y se dieron un gran beso dulce, tierno, delicado y a ese siguieron muchos mas, entrelazaron sus manos y fueron desgranando caricias por rincones de sus cuerpos que no habían sido visitados hacía ya mucho tiempo.

Después de este primer embate –en el que se les había ido casi una hora– y prácticamente sin pronunciar palabra se dispusieron a subir la escalera de acceso a la parte alta.

Allí les esperaba una cama de dos por dos que iba a ser testigo mudo de lo que estaba a punto de ocurrir.

A las seis de la mañana María abrió los ojos y sintió que unos brazos la rodeaban y otro cuerpo se aferraba al suyo e inopinadamente esto le transmitía paz y tranquilidad. ¿Sería esto la tan cacareada felicidad?

Se dijo que no era momento para filosofías y dándose la vuelta comenzó a acariciar aquella cara que estaba a poco mas de diez centímetros de la suya y fue testigo de como –aun dormido– Juan esbozaba una sonrisa.

Media hora mas tarde se habían quedado dormidos otra vez.

A las nueve de la mañana un rayo de sol que se colaba por la rendija del store se posaba justo en la cara de Juan y finalmente –como si de una tortura china se tratara– consiguió despertarlo.

Se incorporó sigilosamente y observando a María se sintió el hombre más afortunado sobre la faz de la tierra, y fue descubriendo pequeños recovecos de su cuerpo que le iban enamorando, todo ello acariciándola sin apenas rozarla para no despertarla de sus sueños, que a juzgar por la expresión dulce y serena de su rostro, debían de ser muy hermosos.

Acabó por levantarse y rebuscó algo que ponerse entre todo lo que se había “caído” la noche anterior cuando llegaron a la parte alta del ático.

Bajó a la cocina y –siempre con cuidado de no hacer ningún ruido– abrió un par de cajones y muebles y consiguió encontrar rápidamente el café, la leche –semidesnatada– el azúcar, pan de molde, mermelada y todo lo necesario para preparar un suculento desayuno para recuperar fuerzas.

Cuando tuvo todo preparado se dispuso a acomodarlo en una bonita bandeja que había encontrado.

Solamente echó en falta una flor para ser un desayuno perfecto –una rosa roja hubiera quedado inmejorable– pero no había ninguna a mano y hubo de conformarse.

Se acercó a la cama, depositó en un extremo la bandeja y se dispuso a despertar a María con suavidad.

Lo consiguió después de unos minutos acariciándola y observando como cada vez que apenas rozaba su piel esta se erizaba.

Cuando ella se incorporó se abrazaron una vez mas y los dos desearon –mirándose a los ojos– que aquel domingo fuese eterno.

Desayunaron plácidamente recostados y mas allá de planear absolutamente nada se dedicaron a disfrutar del momento, de ese momento tan bonito que habían construido entre los dos y que nunca olvidarían.

Juan no podía creer todo lo que estaba viviendo desde anoche y sentía que se avecinaban bonitos momentos junto a María.

El resto del día discurrió –en parte– por los mismos derroteros que toda la noche. A eso de las ocho de la tarde se aventuraron por la Calle de Postas –la misma donde casualmente se habían reencontrado– y compartiendo una mesita en una de sus terrazas para picar algo se contaban historias de sus vidas pasadas, anécdotas, tristezas y alegrías y de esa forma seguían conociéndose y reafirmando paso a paso lo que había surgido una semana antes como pura casualidad.

La novedad –para un buen observador– es que a diferencia de la noche anterior ahora hablaban con sus manos entrelazadas sobre la mesa.

Y eso es todo lo que te voy a contar –le dijo María a su amiga Carmen– estoy ahora mismo feliz querida amiga y espero poder mantener esta sensación por mucho tiempo.

Carmen estaba asombrada, esta no era su María!! sonrió. Se abrazó a su amiga y le susurró al oido; estoy muy feliz por ti.

Y María aprovechó para retarla.

Dentro de un mes nos vamos a Barcelona a cenar con Xavi.