Javier Ledo Javier Ledo

Reditus

Se acercan los Reyes Magos y su llegada nos anuncia el final de un momento mágico que se repite un año tras otro, la Navidad.

Al mismo tiempo en muchas casas comienzan los síntomas de lo que podría ser una autentica operación retorno.

Es ese momento en el que se saturan los aeropuertos y colapsan los trenes, ese momento en que se desatan sentimientos cruzados de alegría por el tiempo compartido y tristeza por el tiempo de separación que se avecina.

Abrazos, besos y más abrazos en las interminables colas antes de pasar el control de seguridad.

Lágrimas compartidas.

Volvemos a la normalidad, a la rutina. Nos sumergimos entre ríos de gente anónima que viene y va.

Las personas que queremos se quedan atrás, a veces a cientos de kilómetros y no tenemos siquiera la certeza de que podamos volver a verlas.

En algunos casos no volveremos a saber de ellas en meses aunque las tengamos presentes cada día de nuestras vidas.

La rutina desactiva –o adormece– una gran parte de nuestra comunicación y nuestros sentimientos.

Fiamos nuestras relaciones con nuestros seres queridos –en gran parte– a la celebración de las sucesivas fiestas que se celebran durante el año, Navidad, Carnaval, Semana Santa,…

Si por un azar se borraran estas fiestas del calendario, ¿volveríamos a vernos?

Aún sabiendo que es difícil, porqué no nos subimos a un tren, a un avión o cogemos nuestro coche y nos presentamos alguna vez de manera imprevista –sin festividad condicionante de por medio, sin ninguna razón aparente– y le damos una alegría a ese amigo, a ese familiar al que queremos.

Es verdad que la rutina es exigente, pero si nos lo proponemos encontraremos el momento para decirle a alguien que le queremos.

La Navidad es –en muchos hogares– una fiesta de sillas vacías, esas que nunca volverán a ver a quien antes era una presencia fundamental.

Esos son momentos difíciles, de esos que nunca se superan pero se aprende a vivir con ello.

Son los regresos imposibles, son los regresos que –ocasionalmente– retornan de la mano de algún triste sueño.

Pero así es la vida –como solemos decir–, nos vemos en Carnaval.

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Javier Ledo Javier Ledo

Propósitos para el 2025

Y llegó el día, esta noche habremos liquidado definitivamente el 2024.

Pocos recordaremos aquellas buenas intenciones y propósitos a los que nos habíamos comprometido al comienzo del año.

Y este año muchos volverán a caer otra vez en la tentación de recopilar esas largas listas de todos los finales de año, que si bajar kilos, comprarme no se cuantos cacharros, cambiar de casa o cualquier otra ocurrencia que se nos pase por la cabeza en ese momento.

También es verdad que cuanto más larga sea la lista mas probabilidades tendrán de que alguno de esos propósitos se cumpla.

La realidad es que todos esos propósitos suelen ser tan efímeros como un beso de despedida.

El poder de arrastre de nuestro sistema de vida es tan potente que se hace difícil siquiera acordarse de aquellos propósitos que escribimos en un papelito al ritmo de los peces en el río.

Quizá sea por eso que muchos propósitos dejan a un lado esa condición y vamos viendo como se convierten en deseos que no impliquen nuestra intervención, será porque así no nos mortificamos tanto.

De esta forma en lugar de proponernos dejar el tabaco –por ejemplo– pasamos a desear que se hundan las tabacaleras.

Creo –verdaderamente– que no se trata de pergeñar en un papel grandes listas de objetivos, más bien quiero creer que todo es más sencillo.

Tan sencillo como que cada vez que nos encontremos con aquella persona a la que queremos le regalemos un abrazo de esos de medio minuto al menos, que nos de tiempo a los dos a percatarnos de que realmente estamos allí compartiendo nuestra amistad, nuestro amor,…

La sencillez de acordarse de esa persona que no ves desde hace un mes y llamarla para preguntarle ¿cómo estás?

Me dirán –a bote pronto– ¡vaya tontería! pero cuantos hemos hecho esto durante este año que ha pasado? El saludo más repetido es el de ¡Cuanto tiempo! y eso no debería ser así.

Nos hemos dejado conquistar por lo material y minusvaloramos la amistad, el amor, el romanticismo, el disfrute de un ocaso en la playa, un paseo por algún pueblo perdido rodeados de lo más básico, la naturaleza.

Nada más verdadero que el roce de una mano amiga, el paseo acompasado con el amor de tu vida o el silencio compartido mirando al mar.

Ante estos propósitos –para mi– el resto languidecen en una esquina del salón.

Seguramente no estarán de acuerdo conmigo pero les seguiré queriendo igual y cuando nos encontremos por ahí espero abrazarles medio minuto al menos.

El 2025 será maravilloso, seguro.

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Javier Ledo Javier Ledo

Año cero

Se va este año, un año –otro más– de puro aprendizaje, de grandes logros y –porque no admitirlo– de alguna dulce derrota.

Porqué “dulce”?

Nunca dejo que un acontecimiento –por muy adverso que sea– me derrote totalmente y lejos de invocar la tan “moderna” resiliencia prefiero pensar que soy resistente.

Caer y levantarse no es nada nuevo y yo prefiero invocarlo de esta manera en lugar de apuntarme a las modas.

Cada año esta infestado de pequeñas derrotas y grandes hecatombes y al mismo tiempo se entremezclan con pequeños aprendizajes y grandes victorias.

Es por esto que nunca hago un balance de año en negativo, –bueno quizá hubo uno– prefiero pensar siempre que mis aprendizajes compensan todo lo negativo o todas esas derrotas que hemos de asumir siempre.

Si fuese de otra forma haría ya tiempo que no valdría la pena estar por aquí.

Pero cada nuevo año se presentan nuevos retos, nuevas experiencias y nuestro particular libro de vida va acumulando páginas que recordaremos y contaremos con la satisfacción de haber superado los mas tristes momentos, los más duros infortunios.

Y este año que dejamos atrás ha contado con todos los ingredientes, decepciones, alegrías, incertidumbres, desorientación, afianzamiento,…

Cada cierto tiempo todos nos encontramos con una circunstancia, un tiempo concreto que podemos determinar como “año cero”, donde parece que toda nuestra realidad vuelve a alinearse en varios sentidos y provoca importantes cambios del rumbo de nuestra vida hasta que se presente otro nuevo año cero futuro.

Y si, este ha sido un año cero, un año que marca un nuevo comienzo, nuevas esperanzas, nuevos objetivos, nuevas relaciones y para afrontar todo esto un bagaje y una larga experiencia de vida.

El año próximo se anuncia maravilloso y dependerá de nosotros no estropearlo.

Todos tenemos nuestros propios “años cero” y está en nuestras manos y solamente en nuestras manos la posibilidad de aprovechar este momento para recomenzar desde cero.

Nos vemos al otro lado!!!

P.D.: Coméntanos tu año cero.

Feliz 2025

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Javier Ledo Javier Ledo

La última vez

Vivimos en la ilusión del día a día, en una sucesión de saludos y despedidas que no solemos valorar.

Nunca sabemos cuándo será la última vez que vivamos un momento, que veamos a alguien, o que hagamos algo que damos por sentado.

Es por eso que es tan importante vivir con intención, apreciar lo que tenemos, y valorar cada instante como único.

Cada día es una oportunidad para conectar, amar y dejar una huella significativa.

Cuando te haces consciente de esto la incertidumbre se apodera de ti y te enfrenta a tu vulnerabilidad.

Se hace presente la fragilidad en la que se mueven nuestras vidas y nos recuerda que no somos eternos.

Una vez que aceptamos esta realidad, el presente cobra una nueva dimensión.

Ese “último abrazo” que algún día llegará nos invita a abrazar ahora con más fuerza.

Esa “última conversación” nos motiva a escuchar con más atención y a hablar con más sinceridad.

Saber que todo tiene un fin nos anima a dejar el orgullo de lado, a reconciliarnos, a expresar lo que sentimos y a no posponer los gestos de amor y gratitud.

Vivimos como si nuestro tiempo fuera infinito, y damos muy poca importancia a muchos momentos en los que debería pronunciarse un “te quiero” o ese leve gesto de despedida tendría que convertirse en un beso entre dos personas que se quieren.

La vida nos demuestra cada día que no es así, que muchas veces no tenemos la oportunidad de corregir ciertos errores o demostrar a esa persona que la adoramos.

A veces, es una pérdida inesperada la que nos sitúa frente a la realidad del tiempo perdido y a veces, nuestra propia dejadez.

Sea como fuere –la mayor parte de las veces– nos damos cuenta demasiado tarde de que esa “última vez” ya ocurrió y no hay vuelta atrás.

Por eso cada momento cuenta, cada relación es importante, cada abrazo, cada beso o cada apretón de manos debe ser sincero, verdadero.

Si conseguimos vivir desde esta perspectiva nos haremos mas humanos y nos conectaremos con lo que de verdad importa en la vida.

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Javier Ledo Javier Ledo

No dejes de soñar

Proyectos, ilusiones, deseos, anhelos y pasiones conforman nuestra vida.

Esa misma vida nos obliga a priorizar, pareciera que en todo momento nos encontramos en una encrucijada en la que de los diferentes caminos que se presentan solo puedes elegir uno.

Y de esta forma nuestras vidas se convierten en un apresurado carrusel de toma de decisiones.

Y esa vida con su lógica implacable nos lleva a darle prioridad a lo urgente sobre lo importante.

Lo urgente, tu estabilidad económica, tu búsqueda de aceptación social o tu miedo al fracaso suelen provocar que abandonemos lo importante, nuestras aspiraciones, nuestros anhelos y en definitiva nuestros sueños.

Nuestras aspiraciones nacen en los rincones más profundos, más íntimos de nuestra alma y en su mayor parte sucumben ante la presión de la realidad, una realidad terca y que no atiende a razones ni sentimientos.

Abandonar un sueño no es solamente renunciar a un objetivo, sino, en cierta manera, a una parte de nosotros mismos.

Los sueños abandonados no desaparecen por completo.

Parecen estar siempre ahí, permaneciendo como sombras en nuestra conciencia, recordándonos lo que pudo haber sido.

Se manifiestan en momentos de introspección, en esas noches de perpetuo insomnio o al contemplar a quienes –a nuestro alrededor– persiguen aquello que nosotros dejamos de intentar.

Su presencia puede ser tanto una carga como un recordatorio de que aún hay tiempo para retomar el camino.

Sin embargo, abandonar un sueño no siempre es sinónimo de derrota.

Hay sueños que evolucionan y cambian de forma, adaptándose a nuevas etapas de la vida, hay sueños compartidos que nos brindan nuevas oportunidades.

Renunciar a un proyecto puede ser, en ocasiones, un acto de madurez, una decisión que refleja la aceptación de nuestras limitaciones o un cambio de prioridades.

Lo importante es no perder la capacidad de soñar, de imaginar posibilidades y de proyectarnos hacia el futuro.

Al final, los sueños abandonados nos enseñan sobre nosotros mismos, sobre nuestras fortalezas, miedos y deseos más profundos.

Son esos sueños abandonados los que nos recuerdan que, aunque el tiempo avance y las circunstancias cambien, siempre podemos encontrar nuevas maneras de conectar con nuestro propósito, ya sea retomando viejos anhelos o creando otros nuevos.

Porque la verdadera tragedia no radica en abandonar un sueño, sino en dejar de soñar.

Ya sabes, nunca dejes de soñar.

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Javier Ledo Javier Ledo

En Navidad se dice la verdad

Desde hace ya mucho tiempo –unos veinte años– hay dos tradiciones que intento mantener vivas.

Una de ellas es disfrutar del Concierto de Año Nuevo acurrucado en el sofá de casa y envuelto en una vieja bata.

Esa vieja bata que debería haber iniciado el camino del contenedor de basura hace mucho tiempo, pero que se mantiene en su rincón del armario porque sigue siendo indiscutiblemente, la más cómoda, suave y amorosa que has tenido nunca, por muchos rotos que acumule.

La segunda de esas tradiciones –con la que estoy cumpliendo en este mismo momento– es disfrutar de “Love Actually” esa peli que rezuma tristeza y alegría al mismo tiempo, ilusiones y decepciones, la pérdida y los nuevos comienzos.

“La Navidad es una época para la gente que comparte su vida con alguien a quien ama”

Love Actually

La Navidad es una época de comienzos, de nuevos propósitos y a veces también de finales, cerrando puertas al pasado.

Puertas que nos comunican con esa habitación que se llama recuerdos, vivencias, momentos,… todos –aunque no lo pensemos– tenemos un nombre para esa particular habitación.

Y todos –aunque no queramos admitirlo– tenemos esa particular habitación en nuestras casas.

Amores no correspondidos, amores imposibles, amistades peligrosas, distancias que parecen insalvables, relaciones sencillas, finales de cuento, traiciones de tus seres más queridos, reafirmación de amistades que se convierten en tu familia, de eso también va la Navidad.

Mejor dicho, de eso va la Navidad, de la vida real, de la vida que nos define a cada uno, aunque a veces –la mayoría– nos dejemos llevar por toda la parafernalia de luces, celebraciones y regalos.

La Navidad es un lugar íntimo, solitario, es ese lugar en el que nos celebramos a nosotros mismos en un intento –a veces infructuoso– de cambiar todo nuestro mundo de cara al nuevo año.

Es ese momento en el que –frente al espejo de la realidad– nos preguntamos que demonios hemos hecho en los últimos doce meses y cómo vamos a mejorarlo en los doce siguientes.

Es ese momento en el que nos preguntamos –con miedo?– que nos depara el futuro.

Y al mismo tiempo –aun atenazados por ese mismo miedo– no podemos por más que sentirnos esperanzados con lo que pueda ocurrir en ese futuro que se hará presente puntualmente el uno de enero con el Concierto de Navidad.

El seis de enero no se les ocurra regalar a nadie un CD de Joni Mitchell.

No hagan ridícula la vida de nadie.

(Tendrán que ver la peli para entender esto)

2025 allá vamos, seguro que será espectacular!!!

¡Que volvamos a vernos!

P.D.: La Navidad está en todas partes.

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Javier Ledo Javier Ledo

Una sonrisa

La magia de una sonrisa sincera es imposible de igualar.

Sonreír no cuesta nada, pero puede iluminar las veinticuatro horas de un día.

Paseando por el parque –cabeza gacha– después de un difícil día en el trabajo, perdida en tristes pensamientos descubrió una sonrisa que la hizo detenerse.

Aquella niña con su perro –ajena a todo lo que la rodeaba– no dejaba de jugar y reír despreocupadamente.

Se sorprendió a si misma observando aquella expresión de pura alegría de la que parecía estar contagiándose por momentos hasta el punto de descubrir como sus propios labios se curvaban en una bonita sonrisa.

De pronto –sin razón aparente– levantó la cabeza, enderezó su cuerpo y el peso de aquel funesto día pareció desvanecerse.

Continuó con su paseo e inconscientemente sonrió al vendedor de los helados y él –sin dudarlo– le devolvió la sonrisa amablemente.

Más adelante se cruzó con una pareja de desconocidos que paseaban de la mano y probó con otra sonrisa a la que ellos asintieron –sorprendidos– pero a su vez mostrando un especial brillo en sus miradas.

De regreso a su casa se percató de que algo había cambiado en su interior.

Algo tan sencillo y cotidiano como una sonrisa se había revelado como algo poderoso.

Ella había sentido como aquella sonrisa recibida había transformado su propia energía y de alguna forma ella misma parecía haber mejorado el día de otros.

Desde aquel momento, entendió –sorprendentemente– que una sonrisa es un lenguaje universal, un puente entre almas.

La sonrisa nos recuerda que la belleza de la vida está en los pequeños gestos, en esas conexiones fugaces que nos hacen sentir menos solos.

Sonreír, pensó, es el regalo más simple y más maravilloso que podemos compartir.

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Javier Ledo Javier Ledo

Mirarse a los ojos...

Dicen –los que lo han probado– que mirarse a los ojos durante cuatro minutos sin hablar es una experiencia trascendental.

La mirada es un puente invisible entre dos almas, es un instante en el que –con ese solo gesto– puedes comunicar, puedes explicar lo que no alcanzarías con mil palabras.

La mirada es a la vez refugio y vulnerabilidad, un lenguaje sin sonidos, un torrente de secretos inconfesables que se escapan en ese instante sin aparente control.

El amor, la tristeza, la esperanza y los anhelos encuentran en tus ojos su mas sincera expresión.

En cuatro minutos el tiempo parece detenerse, caen todas las barreras, la máscara de lo superficial se desvanece, las miradas se suavizan y la conexión –profundamente humana– es un recordatorio de que a veces, el alma habla más claro a través de los ojos que con cualquier palabra.

En esos momentos cada parpadeo, cada microexpresión nos revela un momento, nos cuenta una historia.

Una mirada puede ser un abrazo en la distancia, una súplica silenciosa o un lugar en el que refugiarse.

Los ojos –como espejos– no saben mentir, por eso en una mirada habita la verdad desnuda del corazón.

Cuando miras a esa persona que quieres profundamente durante tus cuatro minutos –además de ser un acto de valentía– es una manera de intercambiar fragmentos del alma, es una forma de decirle, te veo, y te entiendo.

La mirada de amor es un susurro que no necesita palabras, un momento en el que el tiempo parece detenerse y todo alrededor se desvanece. Es ese brillo inconfundible en los ojos, una luz que nace desde lo más profundo de tu ser y que refleja un sentimiento puro, infinito y sincero.

Es cálida, envolvente, como un hogar al que siempre deseas regresar. En ella se encuentra la promesa del apoyo incondicional, y la alegría de descubrir la belleza en los detalles más simples.

Una mirada de amor no solo observa, sino que abraza, comprende y celebra.

Es un regalo silencioso que dice: “Aquí estoy, contigo, por y para ti”.

Y en ese cruce de miradas, los corazones se hablan y se entienden de una manera que las palabras jamás podrían alcanzar.

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Javier Ledo Javier Ledo

Over the rainbow

Más allá del mar, más allá del dolor o más allá del arco iris; todas las promesas de algo mejor se encuentran “más allá”.

La Graciosa, uno de mis lugares

Y para llegar hasta ahí hemos de transitar siempre por un largo y tortuoso camino en la confianza de que podremos disfrutar de ese momento de calma que buscamos desesperadamente.

Son nuestros lugares seguros, suelen ser rincones apartados y aunque no seamos del todo conscientes de ello, todos tenemos —al menos— uno.

Puede ser un rincón en nuestra propia casa o un paraje a cientos de kilómetros, el caso es que cuando todo parece atropellarse en nuestras vidas corremos –sin mirar atrás– a nuestro lugar seguro, a ese rincón íntimo sin el que no podríamos vivir, ese lugar donde ser nosotros mismos sin miedo a ser heridos o rechazados.

De todas formas, aún estando en uno de nuestros lugares seguros hay ocasiones en las que no podemos dejar de sentir miedo.

Cofete, un lugar mágico

Nuestros lugares seguros también pueden ser emocionales, una actividad que nos apasiona o esa persona de confianza que nos transmite seguridad y tranquilidad, aun en la lejanía, alguien que sabes que siempre estará ahí pase lo que pase, sin importar el tiempo que haya transcurrido desde la última vez que la viste.

Estos lugares, estos rincones, estas personas son un refugio donde descansar y recuperarnos de la intensidad de la vida cotidiana, de sus frustraciones y sus reveses.

Es importante –yo diría imprescindible– disponer de esos lugares seguros y esas personas con las que podamos no parar de hablar o –a veces– sentarnos a su lado sin decir una palabra.


“Busca un lugar donde distraerte y donde no pueda ocurrirte nada malo”.

El mago de Oz.

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Javier Ledo Javier Ledo

Decir te quiero

Sentado en la escalinata del monumento a Cervantes se recreaba observando a unos chiquillos correteando en el parque mientras esperaba la llegada de Andrea.

Escasamente cinco minutos después llegaba ella luciendo aquella larga melena que tan bien le caía sobre los hombros.

Se entrelazaron en un largo abrazo, se intercambiaron unas miradas delatoras y se dieron un beso de esos, de esos que delatan todo lo que se habían echado de menos desde su última cita.

Con un rápido movimiento de prestidigitador, Juan se sacó de algún sitio una rosa roja que ofreció a Andrea y ella le dedicó una amplia e irresistible sonrisa acompañada de otro abrazo inmenso.

Era temprano y decidieron dar un paseo por los parques y jardines de los alrededores, se cogieron de la mano y se encaminaron hacia el Templo de Debod.

La luna –en cuarto menguante– pero aún bastante luminosa impregnaba la noche de una atmósfera especial.

Los dos creían estar viviendo una historia increíble, paso a paso, sin precipitarse, pero convencidos de que tenían un futuro juntos.

Paseando de la mano –sin más pretensiones– eran felices, saboreando aquellos pequeños placeres de la vida, eran felices, compartiendo un momento –su momento– eran felices, no necesitaban mucho más.

Juan le confesó las dudas que le embargaban y los sentimientos cruzados que a veces le invadían pero reconoció que estando a su lado todo se convertía en un momento de auténtica felicidad e intuía un bonito futuro a su lado.

Ella escuchaba en silencio –atentamente– y asentía sobre las palabras de él y una vez que Juan se quedó en silencio le dijo; te quiero.

Juan, que nunca había conseguido desprenderse del todo de esa sensación de no estar a la altura de su pareja, se quedó mirándola y con los ojos vidriosos no le dijo el consabido, yo también, lo primero que le salió fue un, yo te adoro.

Se fundieron en un abrazo infinito.

Se hacía tarde, eran ya las diez de la noche y apuraron el paso hacia la Plaza Mayor donde habían quedado con sus amigos para cenar algo y disfrutar de un concierto que se iba a celebrar en la mismísima plaza.

Allí les esperaban Carlos, Xavi, Carmen, Ana y Aura que había pasado la tarde con sus “tíos” y en cuanto les vio acercarse se fue corriendo a abrazarse a su padre.

Las chicas –siempre más atentas a los detalles– enseguida se dieron cuenta de que aquello marchaba viento en popa, venían los dos de la mano, sonrientes y muy dicharacheros, aprovecharon el momento para arropar a Andrea abrazándola y haciéndola sentirse como una veterana del grupo, como en su casa.

Se aislaron las tres en una esquina de la mesa e intentaron que Andrea les corroborara lo que ellas ya daban por hecho y,… si, Andrea les confirmó que su relación con Juan aunque muy incipiente iba por muy buen camino y que estaban muy ilusionados, además, de lo que vivieron en sus pasadas experiencias habían aprendido que lo que marca la diferencia no son los grandes fastos sino los pequeños detalles.

Una rosa –les dijo– una rosa con la que no contaba me emocionó como no os lo podéis imaginar.

Las tres se abrazaron y visiblemente emocionadas se volvieron hacia sus chicos dispuestas a disfrutar de la noche.

Se pidieron unos típicos bocadillos de calamares, unas cervezas y comenzaron a sonar los primeros compases de la atracción de la noche, Rosalía recordando aquel tema ya viejo pero entrañable, “Malamente”.

No necesitaba más, sus amigos, su nueva chica, su hija y una nueva vida por delante.

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