Siempre Lobos, siempre Lanzarote
Se agradecía la brisa a orillas del mar pues de otra forma el sol —que apretaba de lo lindo— sería inaguantable.
Al levantar la vista lo primero que se podía ver era la soledad, si la soledad puede verse si uno se fija bien.
Y justo ahí delante, tres pasos más allá de esa misma soledad se levanta majestuoso el islote de Lobos, que pareciera poder tocarse solo con estirar un poco el brazo.
El pequeño canal —el río— que lo separa de Fuerteventura —su hermana mayor— evoca viejas leyendas de piratas y tesoros hundidos o quizá enterrados a buen recaudo bajo la arena dorada de alguna de sus idílicas playas a la espera de que algún visionario loco lo encuentre.
Un poco más allá se divisa —imponente— nuestra compañera en medio de este océano que nos rodea, me refiero a Lanzarote.
Divisarla en el horizonte —además de recordarnos que no estamos solos en medio del mar— nos tranquiliza, podemos percibir que en un momento de necesidad, penuria o escasez, tenemos a nuestro alcance alguien en quien confiar.
El manto marino que se extiende ante nosotros pareciera una auténtica autopista de múltiples carriles por donde discurre de isla en isla la vida, nuestra vida.
Mi abrazo y tu abrazo
Un abrazo
Un solo abrazo
Y tu melancolía
Será pasado
Un beso
Un solo beso
Y tus miedos
Serán pasado
Una mirada
Una sola mirada
Y tu dolor
Será pasado
Una caricia
Una sola caricia
Y tu cielo gris
Será pasado
Una sonrisa
Una sola sonrisa
Y tu ansiedad
Será pasado
Mi abrazo y tu beso
Mi beso y tu mirada
Mi mirada y tu caricia
Mi caricia y tu sonrisa
Mi sonrisa y tu abrazo
Que volvamos a vernos
Nuestra rutina diaria está plagada de “hasta luego”, “ciao”, “nos hablamos” y muchas mas fórmulas que repetimos sin realmente prestar demasiada atención y sin dar importancia a algo que realmente la tiene –y mucha– como es una despedida.
Nunca somos conscientes de que muchas de estas despedidas no volverán a repetirse nunca más.
Vamos dejando por el camino viejos amigos y coleccionando recuerdos.
Vivimos en un ritmo frenético que no nos permite charlar con calma y compartir vivencias, sentimientos o deseos.
Además de esa sensación de que para todo nos falta tiempo, estamos convencidos –aunque sea inconscientemente– de que siempre estaremos aquí, de que siempre habrá otra oportunidad para esa charla para la que ayer no teníamos tiempo.
Y en muchas ocasiones –demasiadas– esas conversaciones pendientes nunca tendrán lugar, nunca llegarán a suceder porque habrá ocurrido algo que lo impide, a veces temporalmente pero en algunas ocasiones será definitivo.
Cada saludo, cada despedida, cada abrazo es un momento único que debe ser vivido con intensidad.
En este intenso día a día que nos envuelve hemos perdido de vista la realidad, esa realidad que nos hacía humanos y nos hemos vuelto mas mecánicos, mas autómatas por decirlo de alguna manera.
Vamos de aquí para allá empujados por una irrefrenable urgencia que no nos permite relacionarnos con la serenidad necesaria con nuestros amigos, compañeros, parejas, etc.
Seamos mas conscientes de lo valioso que es cada momento que compartimos con nuestros amigos y lo importante que debe ser no dejar ciertas cosas “para mañana” porque nunca sabemos si ese mañana llegará a existir.
Hay tiempo para todo, para la risa, para la fiesta, para el trabajo, para las relaciones, para aliviar a alguien en un mal momento.
No hay nada mas importante que el tiempo que nos dedicamos a nosotros mismos y nuestro entorno, pues –aun siendo importantes– en nuestros quehaceres diarios muy pocas cosas hay que sean realmente urgentes.
Esta podría ser una magnifica forma de despedirnos.
¡Que volvamos a vernos!
Un paraíso de detalles
Todos los días al abrir nuestra particular ventana al mundo este se nos presenta con sus mejores galas.
Maravillosas fotos de lugares paradisíacos, playas de blanca y fina arena bajo un cielo azul irresistible.
Paisajes idílicos que invitan a disfrutar de la vida en todo su esplendor.
Entre todo ese despliegue de interesada publicidad solemos pasar por alto muchos y variados detalles.
Y son los detalles los que dan valor al conjunto, los que convierten un paraje anodino e insulso en algo digno de visitar y disfrutar.
Esa hoja que luce un verde casi transparente que pareciera iluminar todo un paisaje.
Esa gota de agua reposando sobre el pétalo de una rosa antes de iniciar su irremediable camino hacia el suelo.
Esa ola rompiendo una y otra vez –día y noche– sobre esa playa que todos conocemos y pocos valoramos por el mero hecho de que “siempre” está ahí.
Esas palmeras que parecen disfrutar de un sensual baile al fondo del barranco.
Esa espuma de mar que una y otra vez acaricia las mismas piedras para –con el paso del tiempo– convertirlas en arena sobre la que podamos pasear con nuestros pies descalzos y fundirnos así con la madre tierra.
Ese minúsculo brote rodeado de arena que nos grita que aun bajo las condiciones climáticas mas adversas hay esperanza.
Esa araña –efímera– pero que cumple con su ciclo vital en el desarrollo de nuestro particular paraíso.
Ese acantilado batido una y otra vez por un furioso mar pero que resiste el paso del tiempo hasta que con toda seguridad llegue el momento en que sea vencido por la tenacidad del océano.
Todos esos detalles conforman nuestra vida, dan valor a nuestra existencia y nos convierten en personas con una suerte infinita al poder disfrutarlos cada día.
Si queremos apreciar el conjunto de nuestras islas en el futuro hemos de cuidar los detalles y valorar su trascendencia y lo que realmente aportan a la visión general de este paraíso.
Lo mismo aplica para las personas y las relaciones personales, aunque ese será tema para otro día, dale una vuelta,…
Hay locuras...
Somos como nos quiere la mayoría.
Somos arrastrados sin piedad al menor descuido.
Somos zarandeados por el libro de “estilo” de la sociedad.
Somos uniformados, acallados, amordazados.
Somos adiestrados en el engaño y la picaresca.
Somos –desde niños– conducidos, sumisos.
La vida, debería ser pura locura.
Deberíamos ser mas locos.
Deberíamos saber cuando despeinarnos.
Deberíamos enfrentar ese “arcaico” libro de estilo social.
Deberíamos adiestrarnos en la sinceridad.
Deberíamos rebelarnos cada día.
Pero como?
No es difícil hacerlo.
Requiere valentía, coraje, atrevimiento.
Requiere claridad de ideas.
Requiere amor propio.
Requiere enfrentar el miedo a ser “diferente”.
Requiere ser “uno mismo” y afrontar las consecuencias.
Seamos locos al menos una vez en la vida o,… toda la vida.
El tiempo y los momentos
El tiempo es la dimensión en la cual todo ocurre, en la que todo fluye continuamente, no podemos detener el tiempo.
Cuando referimos; “que lento se me está pasando este día”, no hacemos más que compartir una percepción sobre el discurrir del tiempo totalmente subjetiva y emocional.
No está a nuestro alcance manejar el tiempo, solamente vivimos a su merced o en el peor de los casos luchamos contra el.
Pero los momentos son otra cosa, los momentos son instantes, son nuestras marcas de vida, nuestras cicatrices, nuestros triunfos, nuestra vida real.
Los momentos pueden ser de felicidad, de tristeza, de victoria, de derrota, de amor, de pérdida o de cualquier emoción que podamos sentir.
Los momentos son lo que realmente importa, lo único que podrás llevarte contigo cuando el tiempo se dirija a ti de frente y te diga “hasta aquí hemos llegado”.
Es ahí cuando podrás recordar “tus momentos” y volver a disfrutarlos.
Si la cuenta de tu vida se basa en el “tiempo vivido” yo te diría que has desperdiciado tu tiempo porque no has conseguido llenarlo de vida, de amigos, de experiencias, de sentimientos,… de momentos.
En ese trance —si no has jugado bien tus cartas— te asaltará el recuerdo de las oportunidades perdidas, las veces que dijiste que no sin pensar, o las que dijiste que si —también sin pensar—, los amigos que dejaste atrás, las relacionas que no fueron, los lugares que no quisiste visitar, en resumen, lo que debería ser un repaso de momentos vividos se nos presenta como una constatación de cuánto tiempo hemos perdido sin vivir.
El tiempo no es mas que una caja vacía, un recipiente que llenar a medida que avanzamos hacia lo desconocido.
Colecciona momentos y vete guardándolos en tu particular caja pues es lo único que podrás llevarte contigo.
Si al recordar sonríes,...
Cuando amas —si amas de verdad— llegas a intercambiar tu alma, recibes casi sin percibirlo y sin solución de oposición un poco del alma de la otra persona y en esa correspondencia casi mágica, ella recibe algo de la tuya.
Rincones donde disfrutar y compartir
Es en esa circunstancia cuando —como se dice ahora— todo fluye, es ahí cuando todo parece encajar a la perfección y por las dos partes se dan —sin ellos percibirlo— las cesiones necesarias para que esa relación sea prácticamente perfecta, indestructible podríamos decir.
¿Y cuando el amor muere?
Si, por múltiples causas el amor puede despistarse de su camino, anquilosarse, aburrirse, traicionarse y consecuentemente acaba muriendo.
Es una triste realidad, pero realidad al fin y al cabo.
Cuando ocurre esto, cuando tu amor muere, una parte de ti —precisamente esa que habías intercambiado— muere con el y es por esto que duele tanto.
Pero sigue ahí, en lo más profundo de tu ser, ese pedacito que habías intercambiado sigue ahí y ya nunca lo podrás olvidar y tampoco prescindir de él.
De nada te servirá demonizarlo o intentar demostrar que no ocurrió pues de esta forma no podrás avanzar en tu vida.
Entiendo el miedo, el deseo y el amor, como nos protege, nos mejora nuestra vida y trae una nueva pero el dolor ¿en que nos beneficia? ¿Para que sirve el dolor?
Realmente no sabemos para que sirve, en que nos ayuda, pero de alguna forma siempre nos acompaña.
Lo que has vivido se ha de incorporar a tu ser, es lo que eres a partir de ese momento y para conseguir seguir adelante has de aprender a vivir con ello, aquí no hay fórmulas mágicas.
Todo nuestro pasado —esa famosa mochila que todos llevamos— tenemos que incorporarlo a nuestro ser como un cúmulo de experiencias que nos enseña lo que realmente es la vida.
Nunca, ese pasado, ha de suponer un lastre.
Es nuestra vida, es lo que nos hace ser como somos, lo que determina como encaramos nuestro presente —si, nuestro presente— ya que el futuro no existe, es una pura quimera.
Si al recordar sonríes —aunque sólo sea por algún detalle— habrá valido la pena lo vivido.
Crepúsculo
Si hay un momento mágico cada día, ese es el atardecer.
El sol acercándose al horizonte irremediablemente.
Si lo disfrutas a la orilla del mar veras que hay días en que pareciera ahogarse y, sin embargo en otras ocasiones lo vemos incendiar el mismísimo océano.
Es un momento que nos invita a la reflexión, al recogimiento con uno mismo si te encuentras solo ante el.
Pero un atardecer disfrutado en compañía de alguien especial es realmente sublime, no hay nada que se le compare.
Atardecer en la costa de Tindaya
La cantidad de matices que paladeamos pasando del rojo –que pareciera incendiar nuestro cielo– al anaranjado para desembocar finalmente en el amarillo son indescriptibles.
A medida que el horizonte devora nuestro sol consigue que todo ese despliegue de colores, esa paleta de sensaciones y sentimientos vaya desapareciendo y convierte nuestro majestuoso atardecer en un suave crepúsculo que nos obliga a deslizarnos lentamente hacia la oscuridad de la noche.
El crepúsculo suaviza al colorido atardecer y lo difumina, tornando los vigorosos colores rojizos en suaves tonalidades a medida que va desapareciendo la luz diurna y van ganando terreno las sombras.
El crepúsculo es un momento único –como única es su belleza– y esa lucha de gigantes entre la luz y la oscuridad fundiéndose como si de un eclipse se tratara nos depara un mágico ambiente, soñador, relajante, reflexivo y nos da la medida de lo insignificantes que llegamos a ser ante las maravillas de la naturaleza.
Es difícil que cualquier pintura o fotografía pueda trasladarnos esa mágica belleza y es por eso que debemos detenernos un breve momento cada día para amar y disfrutar de esa maravilla que es nuestro atardecer y si pueden compartirlo entonces estarán muy cerca de alcanzar su propio paraíso.
Un grito mudo
A veces la vida nos alcanza con golpes inesperados, golpes que creemos inmerecidos y –que en la mayoría de las veces– no vemos venir ¿o si?
Muchos de ellos no son mas que momentos concretos de fragilidad que propician nuestros errores y nos abocan a recibir una sonada advertencia sobre la realidad que estamos viviendo en ese preciso instante.
Estos golpes –aunque ruidosos– no son los importantes, pero si serán aprovechados por los que siempre están esperando para disfrutar de nuestros tropiezos.
Superar los momentos difíciles, las decisiones equivocadas o simplemente un revés fortuito nos obliga siempre a mantener la esperanza y por ende a ser pacientes.
Invocar la resiliencia –ese término tan de moda– es primordial.
El grito de Corleone tras la muerte de su hija.
Hemos de trabajar nuestra capacidad para superar las situaciones adversas, adaptarnos y recuperarnos.
Esa capacidad que tiene el ser humano de “rebotar” –volver a ponerse de pie– resulta esencial para salir adelante
Pero esto no se consigue solo con esperanza y paciencia, debemos mantener nuestra actitud optimista en todo momento, también será importante nuestra capacidad para adaptarnos a las nuevas situaciones.
El autocuidado y disponer de personas en las que confiar será otro de los pilares en los que apoyarse para ese resurgimiento que seguramente nos merecemos.
Pero hay golpes que –desde mi punto de vista– son insuperables.
Me refiero concretamente a la pérdida, ese es un momento que hace tambalear toda tu vida, arrasa tus creencias, tus cimientos personales y redibuja tu mundo para siempre.
Recomponerse –en estos casos– requiere de una fortaleza especial, pues has de comprender que intentar superar estos sucesos es un grave error y el camino para reordenar tu vida vendrá siempre de aprender a vivir con esa herida en tu alma o en tu corazón, si queremos expresarlo así.
Cuando sufres una pérdida tu brújula personal pierde cualquier punto de referencia, te encuentras rodeado de gente, mucha gente, y al mismo tiempo, solo, absolutamente solo.
Y la expresión de ese momento llega en forma de grito mudo, un alarido silencioso pues ningún sonido es capaz de expresar tanto dolor.
Nadie está capacitado para comprender tu dolor y nadie –a no ser que carezca de sentimientos– debería arrogarse el derecho de juzgar tus actos.
Los tiempos para comprender lo que ha ocurrido y conseguir volver a encontrar sentido a tu propia vida no se encuentran determinados en ningún manual de supervivencia y cada persona debe intentar comprender cuando ha llegado su momento para enfrentar otra vez el reto de la vida.
Para ello es importante –básico diría yo– agradecer siempre lo vivido, recordar con una sonrisa y dar un paso al frente cargando con tu particular bagaje de vivencias pero sin que estas supongan una losa que te sepulte a ti mismo.
Cada día merece la pena ser vivido intensamente.
Aceptar y disfrutar
Tenemos que aprender a disfrutar.
No sabemos recrearnos con los pequeños detalles que nos brinda nuestro día a día.
Para ser feliz no se necesita realizar un fenomenal viaje al otro lado del mundo, siempre puede ser igualmente gratificante compartir una velada con alguien ante una copa de buen vino.
Así mismo aceptarnos y aceptar lo que nos ocurra sin caer en la resignación es un buen ejercicio para seguir adelante, aceptando los procesos que se desencadenan en nuestra vida.
El ritmo –a menudo trepidante– de nuestra vida diaria nos lleva muchas veces a zanjar una conversación o una propuesta de alguien con un “no tengo tiempo”.
¿Es realmente cierta esta afirmación?
¿Realmente no tenemos tiempo?
Mas bien –me parece a mi– dejamos discurrir nuestra vida por la rutina de nuestras particulares listas de actividades diarias sin pararnos a pensar.
Si nos detenemos un momento y analizamos nuestro día a día seguramente encontraríamos que tenemos mas tiempo del que parece.
Si hoy se nos ha pasado poner una lavadora, ¿que pasa? Nada.
¿Realmente es tan importante acabar con la lista de tareas diaria?
Tenemos que ocuparnos mas de las relaciones y menos de las cosas, mas de nuestro desarrollo personal y nuestra vida emocional, y menos de –solamente– hacer cosas.
Aprender a disfrutar de las cosas pequeñas de la vida, como un buen libro, una caminata en la naturaleza o una conversación con un amigo, te ubica en la senda correcta para encontrar la felicidad y satisfacción en tu vida diaria.
Además, aprender a disfrutar nos ayudará a lidiar con los momentos difíciles de la vida, como la soledad, la pérdida o la ansiedad.
Cuando te enfocas en lo que te hace feliz y en lo que disfrutas, es más fácil superar los obstáculos y seguir adelante.
Aprender a disfrutar es una habilidad importante para vivir una vida plena y feliz.