Javier Ledo Javier Ledo

Casi

Hay historias que nunca llegan a consolidarse aunque te marcan profundamente.

Nunca fueron oficiales, ni tuvieron aniversarios, nunca se cogieron de la mano, no llegaron a “su” canción y por supuesto nunca se asignaron una etiqueta.

Son esas conexiones que rezuman intensidad, que comenzaron con largas miradas y conversaciones infinitas.

Todo envuelto en una neblina de complicidad que los aislaba del resto del mundo, que presagiaba algo grande, algo que nunca llegó a ocurrir.

Son historias que residen en un limbo emocional.

Nunca duele lo que pasó, sino lo que nunca llegó a pasar, esas expectativas, esas posibilidades que todavía flotan en el ambiente.

Y el dolor es real –muy real– porque la conexión existió, los sentimientos están ahí.

Lo que nunca has tenido no acumula recuerdos que te desgasten pero si te perseguirá todo aquello que habías idealizado.

Con el paso del tiempo aprendemos que no todo ha de culminar en una gran historia romántica para ser importante.

Hay vínculos fugaces, intensos, breves pero al mismo tiempo tremendamente significativos.

El reto está en aceptar que no todo se queda, y de todas formas eso no le resta ni un ápice de valor.

El miedo juega un papel central en este tipo de vínculos.

Algo detiene el avance, el miedo al compromiso, a perder libertad, a salir herido o lo más simple de todo, el miedo al fracaso.

Pero hay muchos más “miedos” disfrazados de “no es el momento”, “necesito encontrarme a mi mismo” o “no quiero arruinar lo que ya tenemos”.

Excusas para evitar la confrontación con tus verdaderas emociones.

Y quizá el más importante, el miedo a sentirse vulnerable.

Los casi algo mantienen una distancia emocional segura, comparten lo suficiente manteniendo el interés pero no tanto como para exponerse del todo.

Son amores a medias, tibios, que no arriesgan y –por lo tanto– nunca llegarán a saber lo maravilloso que es amar de verdad.

Los “casi algo” muchas veces son el reflejo de personas que sienten pero no actúan, que desean pero no eligen, que se acercan pero no se entregan.

El verdadero acto de valentía no es quedarse en lo cómodo de lo indefinido, sino atreverse a amar de verdad, con todo lo que eso implica: riesgo, entrega, y posibilidad de pérdida.

Solamente así podrás conseguir dejar atrás el “casi” y darte una oportunidad de ser “algo”.

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Javier Ledo Javier Ledo

Entrelazados

Se detuvo frente al espejo sin buscarse, sin querer encontrarse.

Solamente se encontraba ahí plantado –la mirada perdida– como esperando una respuesta que sabía que nunca llegaría.

Desde hacía un tiempo –no recordaba desde cuando– al hablar con su espejo no le devolvía su rostro, sino el de ella.

No sabía en que momento había sucedido, pero –lentamente– ella había dejado de estar solo en su mente y comenzó a habitar su reflejo.

Aquella primera vez que la vio allí –frente a él– embebida en aquella lámina plateada pensó que era producto del cansancio, de esa mezcla de nostalgia y deseo que a veces se te instala en el pecho.

Evitó –inconscientemente– aquel revelador espejo durante unos días.

Aquella mañana, siguiendo su rutina y sin reparar en lo que había acontecido días atrás, se encontró repentinamente frente a él y allí estaba su reflejo, otra vez.

Con el paso de los días aquello se volvió una constante, no importaba ni la hora ni la luz.

Cuando abría su corazón frente a aquel espejo, cuando susurraba lo que no se atrevía a compartir con nadie más, allí estaba ella.

Y no, no era un fantasma, más bien la percibía como una cálida presencia que le miraba com esa complicidad que solamente ellos entendían.

Aquel reflejo no le juzgaba, le escuchaba, a veces sonreía y otras se entristecían juntos.

Acaso, –de alguna forma mágica e inexplicable– se habían entrelazado sus almas de forma que cada uno habitaba una porción del otro.

El espejo no puede mentir y refleja –realmente– lo que habita en su interior.

Y si ella está ahí, será porque ocupa un lugar en su alma.

Hay preguntas que sólo su imagen podía responder, silencios que solamente su presencia lograba calmar.

Se aferraba a esa ilusión sabiendo que no podría oírle, sabiendo que no era más que un vidrio y acaso su memoria.

Y aún así siempre volvía frente a él.

Quizás algún día el espejo vuelva a mostrarle solo a él.

Pero por ahora, en ese pequeño e íntimo ritual, sigue hablándole como si estuviera allí.

Y en cierto modo allí estaba, no carnalmente pero si en sus gestos, en aquellas palabras no dichas, en los recuerdos de cada reflejo.

Y decidió seguir buscándola en ese espejo, aunque lo que encuentre sea, simplemente, un amor no correspondido.

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Javier Ledo Javier Ledo

Me gustaría verte, cuando nadie te ve

Tu versión más auténtica, sin máscaras, sin expectativas se presenta cuando nadie te ve.

En ese silencio anónimo, sin espectadores, te permites ser contradictorio, vulnerable.

Imaginas conversaciones que nunca llegarás a mantener con nadie, te ríes –en tu soledad– por algo absurdo o simplemente lloras sin razón aparente.

Son momentos en los que no estás obligado a justificar tus emociones y mucho menos dar explicaciones sobre lo que piensas.

Te reconectas –en soledad– con tus sueños, con tus miedos y con aquellas cosas que –en tu rutina diaria– sueles dejar a un lado.

A veces, –sin darte cuenta– te encuentras inmerso en un laberinto de recuerdos y sin solución de continuidad imaginas futuros que posiblemente nunca viajarán a tu presente.

Es ahí, –en esa intimidad– donde eres totalmente libre, es ahí, donde dudas, cambias de opinión, escribes “sin sentidos”, bailas a espaldas de cualquier ritmo o sin más, te quedas mirando a ese techo techo impregnado de soledades.

Son los momentos en que eres honesto contigo mismo, admites tus errores y enfrentas contradicciones.

Solamente encuentras espacio para la verdad , y es en esa verdad, –a veces incomoda– donde descubres una maravillosa forma de paz.

Puedes ser niño –otra vez–, soñador, ingenuo, volver a jugar con locas ideas y no sentir ni una pizca de vergüenza.

Es ahí donde te reconcilias contigo mismo y donde cuidas esas partes de ti que pocos entienden y muchos menos valoran.

Surge también esa versión que trabaja para mejorarse a si mismo, que reconociendo sus propias sombras se ve capaz de superarlas.

Cuando nadie te mira, eres más humano, complejo, cambiante, real.

Y es ahí, aunque nunca veamos esa versión tuya, donde nace todo aquello que después regalas a los demás.

Me gustaría verte, cuando nadie te ve.

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Javier Ledo Javier Ledo

Ante el espejo es fácil

Allí, –de pie– frente a su viejo espejo prometió no volver a enamorarse, trazando una imaginaria frontera entre su corazón y el mundo.

No más mariposas, no más insomnios, las decepciones suelen desembocar en autoprotección.

Mirando su reflejo en el espejo, retumbaba –como un mantra– en su interior, amar es exponerse a perder.

Y poco a poco había llegado al convencimiento de que el amor era una peligrosa distracción, una emoción que nublaba la razón y –en el mejor de los casos– te desordenaba la vida.

Cuando el convencimiento era ya –o eso creía– irreversible, apareció.

Esta vez no fue la habitual tormenta, sino una dulce y suave brisa que, –con el mayor de los sigilos– lo fue removiendo todo en su interior.

En los primeros momentos no percibió el peligro.

Reían juntos, hablaban por horas y se entendían sin aparente esfuerzo.

Era cómodo, natural, parecía que se conocieran de siempre.

Ante el espejo, –aquel viejo amigo– se decía, “solamente somos amigos”, sabiendo que estaba auto engañándose.

Se negaba a admitir lo que sus propias miradas y sus gestos gritaban en silencio.

Su rebelde corazón –sin previo aviso– había comenzado a latir distinto.

Intentó frenarse por todos los medios pero ya era tarde, se descubría pensando en sus silencios, buscando entre la multitud, queriendo compartir las pequeñas cosas de cada día.

Cada vez que se sonreían se le escapaba el alma por los ojos.

Prometió –firmemente– no enamorarse, sin caer en la cuenta de que las promesas que se le hacen al miedo rara vez llegan a cumplirse.

Y un día lo aceptó.

No necesitó grandes palabras, ni dramáticas confesiones, solamente gestos simples, sencillos.

Quedarse un poco más, mirarse un poco más, dejarse sentir, rendirse a la realidad.

Entendió que vivir con miedo al amor era vivir a medias.

No se trata de evitar el dolor, sino atreverse a sentir, a pesar de todo.

No fue algo planeado, no lo buscó, pero el amor, el mismo que había prometido esquivar fue a su encuentro.

Y es que a veces, lo que más tememos es precisamente lo que más necesitamos.

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Javier Ledo Javier Ledo

Una vida encapsulada

El café en grano o molido –el de toda la vida– requiere más tiempo y control por nuestra parte, a cambio nos ofrece un mejor sabor y es más versátil que el café en cápsulas, esa nueva tendencia que ofrece pulsar un botón y a cambio te dispensa un sorbo de no sabemos qué y además genera una buena cantidad de residuos.

Al igual que ese café encapsulado, a veces topamos con gente que disfruta de su –perfecta– vida encapsulada.

Esa que vive inmersa en los límites que les impone el miedo, la rutina o su falta de expectativas.

Es una vida que se nos muestra protegida, segura y predecible aunque la realidad es que no es más que una existencia prisionera –resignada– en una burbuja de conformismo.

Es esa vida que nos puede parecer ordenada, –incluso exitosa– pero en el interior de esa burbuja se arrastra una voz silenciada que –si es sincera consigo misma– sabe que anhela libertad.

Porqué la vida –la verdadera– no es despertar, trabajar, cumplir con obligaciones y regresar al mismo lugar sin cuestionar nada.

Pero te has acostumbrado a seguir el camino ordinario, ese que nos susurra, ahora toca estudiar, después trabajar, formar una familia y jubilarte.

Y has olvidado preguntarte si es eso lo que realmente quieres, lo que deseas.

La cápsula –tu cápsula– se refuerza cada día con tu miedo a abrirte, a fracasar o a ser juzgado por los encapsulados –felices de serlo– que te rodean.

Tus pasiones se atesoran como frágiles objetos en un estante polvoriento, esperando una ocasión que rara vez llega.

En tu vida encapsulada, el riesgo es tu enemigo.

Evitas lo desconocido, lo espontáneo y todo aquello que amenaza con alterar tu aparente estabilidad.

Una decisión, cualquier decisión la afrontas con miedo o simplemente das un rodeo.

El tiempo juega a la contra, el correr de nuestro tiempo endurece esa cápsula y hace que romperla sea más improbable a cada día que pasa.

Entonces, ¿romper la capsula?

No es fácil, necesitarás coraje, explorar exhaustivamente tu interior y especialmente sinceridad.

Mirar frente a frente tu tristeza disfrazada de estabilidad y decidir que fuera estarás mejor, que es ahí fuera donde encontrarás espacio para tu crecimiento, para equivocarte, para reírte y sobretodo para vivir sin guiones prestados.

Basta con que abras una pequeña rendija, que tengas una conversación honesta, una caminata sin aparente destino, una carta manuscrita a alguien que la merezca.

Pequeños pasos pero poderosos que contribuirán a romper el sello de tu aislamiento, de tu particular cápsula, dejando así que se cuele el aire fresco, un aire que propiciará el regreso del color a tu vida, a tu vida real.

Será un nuevo comienzo en el que tu vida será menos perfecta, quizás más caótica, pero seguro que profundamente auténtica.

Y ese cambio, aunque duela, vale infinitamente más que una existencia estéril bajo un vidrio.

P.D.: Pásate al café de toda la vida.

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Javier Ledo Javier Ledo

Amar en la distancia

Esta mañana en un breve intercambio de opiniones –apenas tres o cuatro frases– saltó al aire una curiosa pregunta, y digo curiosa porque nunca he encontrado a nadie que haya dado un no por respuesta pero aún así la pregunta sigue en el aire.

¿Puede una persona ser fiel a su pareja en la distancia?

Todos los presentes corrieron a dar su rotunda opinión, un –contundente– si.

Una de las más importantes pruebas a que se pueden someter nuestros sentimientos es precisamente esta, es una situación que desafía nuestra paciencia y pone en evidencia nuestra confianza.

Esencialmente es una amor alimentado con esperanza, recuerdos compartidos y la promesa del reencuentro.

Es una relación construida con la dificultad que imprime la distancia pero que se asienta en la conexión emocional, en las palabras que viajan a través de mensajes, de llamadas, que se construye sobre silencios llenos de significados y con esa espera, –ese contacto discontinuo– que lejos de apagar la pasión parece encenderla aun más.

La lejanía nos llevará a una vorágine de sentimientos, por una parte la alegría cuando somos conscientes de que alguien nos ama, la saudade –añoranza– por esa ausencia a ratos, que en nuestra percepción se vuelven inmensos.

La desazón por ese tiempo que parece volverse espeso, lento, al no ser compartido con la persona a la que amas.

Las despedidas pueden ser desgarradoras pero hemos de poner el énfasis en los reencuentros, esos que seguramente nos encienden el alma,… y el cuerpo.

La distancia te enseña –y mucho– a valorar esos momentos que pasamos juntos, a apreciar lo que otras parejas ni se plantean, a vivir con más intensidad cada momento.

Hay una magia en esa manera de construir cada mensaje para que suene especial, en ese momento en el que una llamada se convierte en tu refugio, en tu lugar íntimo, incluso si te pilla en medio de la calle.

Cada pequeño gesto pasa a convertirse en un acto fundamental de afirmación de la relación.

Como podemos observar, la comunicación se convierte en la imprescindible pasarela que une los corazones y que ha de conseguir que los abrazos sean sustituidos por las palabras.

Amar en la distancia te enseña a sentir a tu pareja sin necesidad de tocarla.

Es una prueba de fortaleza emocional y no es fácil, la confianza ha de constituirse en un pilar fundamental en la relación, pero si ese amor es verdadero, cada kilómetro de separación lo verás, no como la distancia que te separa, sino como esa distancia que te une, que te lleva a un nuevo encuentro, en donde el amor se siente más intenso, más real.

En cuanto a la fidelidad hemos de recordar que nunca es una cuestión de obligación, la fidelidad es una elección consciente basada en el amor y en el respeto.

Cuando basamos una relación en sentimientos genuinos, la distancia se convierte en un reto superable y nunca en una barrera insalvable.

¿Alguien en su sano juicio puede pensar que algo tan terrenal como la geografía puede vencer al verdadero amor?

Amor, compromiso y confianza siempre saldrán vencedores ante la distancia.

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Javier Ledo Javier Ledo

Locuras

La tarde consumía sus últimos rayos de sol –era primavera– y recorrían el sendero que bordeaba un riachuelo de aguas cristalinas.

Se disipaban aquellos días de asueto recorriendo los Pirineos.

Caminaban en silencio, como queriendo atrapar aquellas últimas horas para eternizarlas en su interior.

Curiosamente aquel silencio estaba lleno de vida, en la naturaleza nunca el silencio es absoluto.

El murmullo del viento, el crujir de una rama, la alegría musical de una insospechada cascada.

En un pequeño recodo del camino pisaron inadvertidamente una pequeña roca realmente resbaladiza y lo que podría haber sido un baño en aquellas gélidas aguas se quedó en una suave caída sobre la hierba agarrándose el uno al otro.

Aprovecharon el resbalón para sentarse en la hierba y observar aquel maravilloso lugar.

No necesitaban mucho más para ser felices, lo importante era disfrutar del momento juntos.

Aquella pequeña escapada fue fruto de un arrebato, una locura de esas que surgen sin pensar, un “a que no te atreves” y cinco minutos después tenían todo organizado.

Quizá por eso mismo –por lo inesperado– aquel fin de semana en la montaña, aquellas infinitas horas totalmente solos fueron un deleite para sus almas.

Aquellos días –al mismo tiempo– locos y apacibles recorrieron maravillosos lugares, viejos pueblos casi fantasmas, pasaron noches deleitándose con cielos cubiertos de estrellas y combatían la suave brisa nocturna fundidos en un estrecho abrazo.

Desde que hicieron aquel –inesperado– viaje se propusieron que al menos una vez al mes debieran realizar una locura, algo inesperado.

Y tu, ¿tienes a alguien que haga locuras por ti? ¿Que haga locuras contigo?

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Javier Ledo Javier Ledo

Un privilegio

Un corazón ocupado no entiende de tiempos, no entiende de distancias.

¿Alguien ocupa tu corazón?

Cuando esto sucede, esa “presencia” te marca de un modo especial, único.

Te despierta intensas emociones , te inspira.

Muy pocas cosas en la vida son tan valiosas como sentir y ser sentido por alguien más.

Cuando tu corazón está ocupado pareciera que lleves un rayo de sol siempre contigo, un cálido sentimiento que puede iluminar tus peores días.

Si vives esa suerte verás como tu vida resplandece, verás como momentos –anodinos para otros– para ti se vuelven mágicos y los más íntimos detalles cobran un profundo significado.

Un corazón ocupado es un corazón vivo, vibrante, sin miedo.

Amanece cada día con una especial ilusión pues sabe que hay alguien que da un especial sentido a su vida.

Aprendes a apreciar la belleza en lo simple, en esa mirada cómplice, en ese momento en el que entrelazas tu mano con la suya.

Un mensaje inesperado, repentino, nos hace entender que somos importantes para alguien.

También existen riesgos, –importantes riesgos– porque amar es exponerse, es confiar, es desnudar el alma en cada momento compartido.

En un mundo abrumado por la indiferencia tener el corazón ocupado es un privilegio.

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Javier Ledo Javier Ledo

Ahí estas, a la vuelta de la esquina

Nuestra vida está repleta de momentos en los que todo parece estar a punto de cambiar.

Esa sensación –ese momento– de que se acerca lo inesperado, de que algo grande nos acecha a la vuelta de la esquina, puede ser aterradora, emocionante o tremendamente ilusionante.

A la vuelta de la esquina, esa expresión que fusiona la esperanza y el misterio de un futuro inminente.

Si la espera es ilusionante, esta frase se llena de una especial calidez.

A la vuelta de la esquina

Tras esa esquina puedes encontrar un nuevo comienzo, una oportunidad inesperada o el final de momentos difíciles.

La magia de esta expresión –lo que nos esconde– es que todo avanza, nuestras vidas cambian constantemente y siempre hay algo más esperándonos un poco más adelante, a la vuelta de la esquina.

Y esta íntima posibilidad de encontrar algo nuevo es lo que hace hermosa nuestra vida.

Y siempre emocionante, misteriosa, una pagina en blanco llena de posibilidades, llena de ilusiones, nuevas relaciones, conversaciones y confidencias.

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Javier Ledo Javier Ledo

Sentirnos vivos

En lo más profundo de nuestro ser arde un fuego incontrolable, una fuerza que nos mueve, nos consume y nos transforma, una energía intensa que nos espolea para que nos entreguemos sin reservas a otra persona.

Barranco de los enamorados

La pasión del amor.

Las miradas, las caricias, cada palabra componen un universo de emociones cuando amamos con pasión.

La necesidad de la cercanía, la urgencia de compartir momentos, el deseo de la piel, su aroma, su voz, es así como se hace visible la pasión.

Ese escalofrío eléctrico que recorre tu cuerpo por un breve roce, esa emoción que roba nuestro aliento con un simple beso.

Es la pasión la que empuja a dos personas a buscarse sin importar la distancia, el tiempo o los obstáculos.

Como fuego incontrolable que es, la pasión puede convertirse en un fuego que lo arrase todo.

La intensidad desmedida, la obsesión pueden convertir la pasión en sufrimiento.

El amor verdadero no es solamente pasión, necesita una dosis de equilibrio para no perderse en el otro, para construir una profunda y valiosa conexión.

No se trata únicamente del deseo físico, sino de la conexión emocional y espiritual que reúne dos almas.

El impulso del verdadero amor es la pasión combinado con ternura, confianza y compromiso.

Solamente de esta manera conseguimos que no se extinga la pasión y se transforme en una eterna llama que de calor a nuestras almas y sentido a nuestras vidas.

Sin pasión, el amor se convierte en un pálido reflejo de lo que podría ser.

Nos arriesgamos, nos entregamos y nos dejamos llevar por esa fuerza arrolladora que nos recuerda –a cada instante– que estamos aquí para amar y para vivir con intensidad.

El amor es pasión porque –ese fuego incontrolable– nos hace sentirnos vivos.

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