Javier Ledo Javier Ledo

Te veo, no puedes esconderte

Te has refugiado en las sombras, en la calculada indiferencia o en esa frialdad que te hace encantadora.

Un lugar único adonde siempre volver

Pero no consigues esconderte de mi, siempre aparece ese hilo suelto, esa grieta en tu disfraz que consigo atisbar.

Estoy seguro de que no es obsesión, más bien destino.

Las huellas –tus huellas– esas que –infructuosamente– intentas borrar y se convierten en apenas un susurro del viento, un eco en la oscura noche, nos son invisibles para mi.

La distancia no nos protege del amor, sobre todo cuando significas algo para alguien o significa algo para ti.

Más allá de cada momento, más allá de cada instante a tu lado nos interpela el futuro.

Esconderse resulta una opción de lo más sencilla, aunque no es más que un breve paréntesis en esta batalla hacia una merecida victoria.

Si no afrontamos lo que nos inquieta, nuestra ansiedad crece, la culpa nos aplasta y el temor se convierte en el más grande de los monstruos imaginables.

Enfrentar los miedos te llevará a descubrir que –éstos– no eran tan invencibles como parecían.

Combate lo que te aterra, y verás que al otro lado de tus miedos está la libertad.

En la huida no radica el verdadero coraje, sino en la aceptación de que somos imperfectos, que fallamos, que sentimos miedo.

Solamente existe una manera real de liberarnos de aquello que nos atormenta y no es otra que atravesándolo.

La vida es demasiado corta para vivir a la sombra del miedo.

Te crees invisible, pero no puedes ocultarte de lo inevitable.

Te veo.

Leer más
Javier Ledo Javier Ledo

Un rincón en cada casa

A diario pasamos de largo por ese mueble, esa cómoda o por ese estante que alberga aquella cajita de madera que -más grande o más pequeña– existe en todas las casas.

La caja de los recuerdos.

Es verdad que la tenemos olvidada –la visitamos poco– o no queremos recordarla.

De madera, marcada por los años, a veces desvencijada pero insustituible.

Y dentro, se apiñan fragmentos de nuestra vida.

Viejas cartas, escritos que alguien nos dedicó un día, fotos que desafían nuestra memoria, aquella postal que nos hace presentes en un lejano lugar, un viejo billete de algún país exótico o las entradas de aquel concierto tan especial.

Todo se agolpa en esa caja, un gran contenedor de emociones, memorias y nostalgia.

Cada uno de esos objetos son retazos de nuestra historia, retales de un puzzle vital al que aferrarnos en ciertos momentos.

Una vieja carta puede evocar un amor del pasado, aquella fotografía casi sepia trae de vuelta esa amistad lejana o un billete de tren que te lleva a recorrer –otra vez– aquellos pequeños pueblos de tu infancia.

En ese espacio –tan íntimo– nuestros momentos especiales se encuentran protegidos del tiempo.

Revisar esa caja –lo que atesora– nos acerca alegrías, tristezas o inspiración.

Esa minúscula caja representa una pasarela entre el pasado y el presente, una manera de conexión entre aquello que fuimos y aquello que queremos ser.

Y aunque los tiempos digitales han arrinconado nuestras cajas de madera, esa breve caja física conserva un especial encanto.

Tocar un viejo objeto, percibir su textura o su aroma nunca podrá ser sustituido por las modernas tecnologías.

Si aún no tienes tu propia caja de recuerdos deberías apresurarte a ello.

Preservarás la esencia de tu vida, irás dejando bonitas huellas para el futuro.

El tiempo convertirá esa pequeña caja en un tesoro de incalculable valor.

Leer más
Javier Ledo Javier Ledo

Los pasillos del alma

Un sueño, una canción que nos conmueve, palabras que acarician profundas fibras de nuestro ser.

Un silencio que nos enfrenta con aquel suceso que evitamos mirar de frente.

De esta forma se nos muestra lo que esconden los recovecos del alma.

La introspección –la exploración– de estos recovecos nos adentra en lo desconocido dentro de nosotros mismos.

En todos esos rincones se acumulan heridas del pasado, amores olvidados, palabras que nunca tuvimos el valor de pronunciar, los sueños perdidos.

Pero también se encuentran en esos escondrijos, nuestras esperanzas, nuestra creatividad y ese recóndito lugar donde se gestan nuestras más autenticas emociones.

Estos espacios –invisibles– son abrumadoramente reales.

Cada recoveco alberga un pequeño universo en nuestro interior a la espera de que seamos capaces de descubrirlos y tengamos la suficiente serenidad para comprenderlos.

Esos rincones, –esos recovecos– se interconectan a través de los pasillos del alma, corredores invisibles que transitamos en soledad buscando respuestas en nuestro interior.

También recorremos estos pasadizos cuando el peso de la vida nos presenta como única opción una mirada hacia nuestro interior.

Al atravesarlos encontraremos infinidad de puertas cerradas, muchas de las cuales nunca nos atreveremos a abrir.

Aquellas de las que logres vislumbrar su interior te interpelarán, te ayudarán a comprender tu vida y te reconciliarán con tu propia historia.

Pero estos pasillos no solo son lugares de introspección, también cumplen una función de interconexión.

Recorriendo estos senderos conseguimos abrirnos a nuestro entorno, compartir nuestras más auténticas emociones y podemos permitir que otros caminen a nuestro lado.

Esos recovecos –tan nuestros– pueden ser compartidos aunque no es nada fácil.

Si lo permitimos, si dejamos que alguien más vea lo que ocultan nuestras puertas cerradas estaremos creando lazos emocionales verdaderamente profundos y verdaderos.

Cuando recorres los pasillos de tu alma te encuentras inmerso en un viaje infinito en el que siempre encontrarás nuevas puertas tras las cuales se atesoran nuevos recuerdos, nuevas emociones, nueva vida.

Al recorrer los pasillos de nuestra alma vivimos con mayor autenticidad, aceptamos nuestra complejidad y en ese tránsito encontramos la esencia de quienes somos en realidad.

Leer más
Javier Ledo Javier Ledo

Las marcas del alma

Cada trazo es una historia, un destello de sonrisas compartidas, lágrimas derramadas y noches de vigilia.

Esos trazos –las arrugas– no son más que la huella del tiempo sobre tu piel.

Son el silencioso testimonio de tus emociones vividas.

Si has amado intensamente, tus trazos configuran un mapa que señalará tus experiencias, ahí –en cada pliegue– encontraremos el profundo eco de un beso, una caricia o una promesa cumplida.

El amor, –al igual que el tiempo– deja profundos surcos y no solamente en tu piel, sino en el alma.

Si has amado profundamente serás testigo de como el paso del tiempo no solamente transforma tu cuerpo, sino también tu manera de sentir.

Las arrugas –tus arrugas– no son un signo de decadencia, sino de entrega.

Esos “trazos” en tu rostro nos demuestran que has reído hasta la extenuación, has fruncido el ceño con sinceras preocupaciones y has tenido la maravillosa oportunidad de –entrecerrando tus ojos– mirar tiernamente a quien amas.

Las arrugas se presentan sin pedir permiso y en ellas se almacena la riqueza de lo vivido.

Aceptar el discurrir del tiempo, respetar cada etapa y disfrutar de la belleza de esas marcas que se nos van dibujando es amar la vida.

La belleza no se mide en cuan tersa se mantenga nuestra piel, más bien en la profundidad de una mirada sincera y la calidez del alma.

Nuestras arrugas –nuestros trazos– son inseparables del amor.

Esos trazos –esculpidos en nuestra piel– conforman un sincero diario que aquella persona que te ama sabrá descifrar y respetar.

Cuando alguien realmente te quiere, amará cada una de tus arrugas, cada una de tus pecas y no habrá nada que encuentre más bello y hermoso.

Leer más
Javier Ledo Javier Ledo

Nuestra música

Nuestro lenguaje –en todo su esplendor– en ciertos momentos se siente incapaz para expresar todo aquello que sentimos en lo más profundo del alma.

Existen emociones tan profundas, tan complejas o tan fugaces que las palabras no alcanzan a capturar.

Central Park

Cuando esto nos ocurre, es la música la que viene en nuestro socorro, la que se transmuta en puente que nos enlaza con lo incomprensible.

Júbilo, desconsuelo, saudade o ilusión, todo puede ser expresado y transmitido con la música sin necesidad de más explicaciones.

A miles de kilómetros una melodía puede transmitir a cualquier desconocido como nos sentimos en ese exacto momento.

La música consigue hacer vibrar nuestros corazones de una manera única.

Allí donde nuestras palabras se debilitan, es la música la que habla.

En la aflicción sin consuelo posible, en esos instantes donde sobran las explicaciones del amor, o en los momentos de las más desbordantes emociones, es la música la que siempre nos acompaña.

Basta un sólo acorde, una sola nota para revivir nuestros más lejanos –y casi olvidados– recuerdos o llevarnos en volandas a décadas atrás en el tiempo.

La música es –indiscutiblemente– una de las más poderosas formas de expresión.

¿Quien no tiene una o varias canciones fetiche?, melodías que nos protegen de lo áspera que resulta a veces nuestra vida.

La música enlaza nuestras vidas a profundos niveles sin necesidad de discursos, sin barreras ni traducciones.

Cuando sentimos que nuestras palabras no son suficientes, cuando nos parecen pequeñas o insignificantes, cuando nos atenaza lo inexpresable del silencio, raptamos alguna ajena melodía para que se convierta en nuestra voz y –de esta manera– comunicar nuestros sentimientos.

Aquí, cada ramillete de letras va –siempre– acompañado de una cariñosa elección musical porqué la música es uno de los sustentos del alma.

Leer más
Javier Ledo Javier Ledo

Susurro de amor

En un solo gesto podemos apresar la insondable profundidad de los sentimientos, la emoción de un instante y un corazón sincero.

Al igual que los versos de un poema donde cada uno tiene su propio ritmo, su exclusiva cadencia y su significado, oculto o de una sutil evidencia, no encontraremos nunca dos besos iguales.

En este lenguaje sin palabras, nuestros labios se convierten en dulces versos que se escriben sobre la piel de quien amas.

Un susurro de amor, un grito apasionado o una silenciosa lágrima de despedida, todo puede expresarse con ese beso deseado.

No existen dos iguales, con ellos puedes describir tu primer amor, la ternura infinita de una madre, el reencuentro que anhelas o un deseo ardoroso e incontrolable.

La poesía ha intentado –sin conseguirlo– describirlos, pero un beso no puede calificarse con palabras, un beso va mucho más allá.

Promesas silenciosas, puentes entre almas, refugios íntimos en los cuales desaparece el resto del mundo.

En el interior de cada beso encontraremos siglos de poesía, la magia de la más poderosa brujería y la esencia de los suspiros.

Los poemas elevan la palabras a la categoría de arte y provocan en nosotros sentimientos difícilmente explicables.

Para convertir un momento –un instante– en eternidad, basta con un solo beso.

Ese beso con el que tocamos lo intangible y sentimos lo inexplicable se convierte en el eco de nuestros enamorados latidos y en una apasionada melodía.

En muchas ocasiones expresan lo que nuestro corazón no atina a decir.

Basta un breve roce para describir la historia de un amor o sellar el recuerdo de una despedida.

Los besos –un susurro de amor– son el poema del alma.

Leer más
Javier Ledo Javier Ledo

Piel

Nuestra piel –una frontera– una orilla que acarician otras pieles.

Nuestra piel, mudo testigo, de nuestro deseo, nuestro miedo y nuestras más profundas emociones.

Un inmenso puente que comunica nuestro interior con el resto del mundo.

Un roce, una caricia, pueden estremecer nuestra vida.

Un escalofrío que recorre tu espalda, el temblor excitado de tus dedos al posarse por primera vez sobre su piel.

El lenguaje de la piel –en la intimidad– se transforma en un abrumador y silencioso diálogo, en donde cada roce, cada arañazo y cada beso atesoran profundos significados.

Un abrazo –piel con piel– te reconfortará más que mil palabras por muy bien escritas que estén.

La sutileza del lenguaje de la piel supera a cualquier otro, frío, calor, deseo, anhelo, ningún sentimiento escapa a su amplio vocabulario.

Nuestra piel nos convoca a escuchar con nuestros sentidos, a prestar atención a esos mensajes sutiles que pocas veces consiguen ser expresados por nuestras palabras.

Mensajes que albergan –en si mismos– el poder de sellar nuestros sentimientos, nuestras emociones y nuestra memoria por siempre.

En su silencioso –sutil– lenguaje, cuando la piel susurra el tiempo se desvanece.

Leer más
Javier Ledo Javier Ledo

Saudade

El mundo –tu mundo– puede sentirse frío, gélido en ocasiones cuando eres consciente de que nadie te espera.

La soledad se revela en la más cruda de sus formas cuando te embarga la sensación de no tener quien aguarde tu llegada, nadie que se preocupe por como te encuentras o que celebre tus aciertos y triunfos.

La sensación de vacío puede volverse abrumadora al no encontrar en ciertos momentos una sonrisa cercana o un reparador abrazo.

La mera presencia física no siempre te hace sentirte acompañado, la compañía es básicamente un lazo emocional que llena de sentido tu vida.

Hay momentos en los que la vida nos sitúa en caminos solitarios –travesías por nuestro particular desierto– que favorecen la introspección y el aprendizaje.

Aprendemos a valorar nuestra propia presencia y descubrimos que ante la indiferencia social, somos nosotros mismos nuestro propio refugio.

Somos nosotros mismos nuestra compañía más importante.

Esta situación no debe afectar a nuestro ánimo, ya estamos más que acostumbrados a que la vida es un devenir de sorpresas y ninguna situación suele perpetuarse indefinidamente, ni siquiera las buenas.

Las conexiones humanas son totalmente impredecibles y la esperanza es el sentimiento que debe prevalecer en esos momentos.

Cuando nadie te espera tienes ante ti todo un mundo de oportunidades, eres libre, sin ataduras y tienes la ocasión de desarrollar tus pasiones, tus emociones.

En ese camino, que suele presentarse varias veces en nuestra vida, más pronto que tarde aparecerán esas personas com las que compartir tu vida y no será porque lo necesites con desesperación, sino porque durante esa travesía has aprendido a vivir con plenitud tu propia vida.

La soledad no debe transformarse en una sombra persistente que desenfoque nuestra propia vida.

Leer más
Javier Ledo Javier Ledo

Solamente un minuto

Todo por un minuto, a veces lo daríamos todo por un minuto compartido.

El tiempo –fugaz– por momentos se vuelve eterno en un solo minuto de felicidad.

Ese minuto puede valer una eternidad pues en él podemos condensar la fuerza de mil recuerdos, la dulzura de una deseada caricia o la emoción de un beso esperado.

Esos sesenta segundos pueden ser el resultado de la súplica de un amante desesperado ante la inminencia de la despedida.

Un breve encuentro con alguien especial, una última mirada a cambio de “todo”.

Un solo minuto puede parecernos insignificante pero en algunos momentos estaríamos dispuestos a arriesgarlo todo por ese último minuto.

Ese último minuto –fugaz– nos recuerda lo efímero que resulta el tiempo, el momento que vivimos y la importancia de valorar cada instante, la importancia de no perder un solo minuto de nuestra vida.

La vida es urgente.

La música, a menudo da cuenta de la urgencia del tiempo y de la también acuciante necesidad de aprovechar cada décima de segundo al lado de la persona amada.

Desencuentros, equívocos, errores, indecisiones, cuantas situaciones no podríamos resolver si dispusiésemos de ese minuto de gracia.

Todo por un minuto es una llamada imperativa a reflexionar sobre nuestras prioridades.

La rutina, nuestra forma de vida nos llevan a olvidar que solamente un minuto de dedicación, un solo minuto puede marcar la diferencia en la vida de alguien cercano.

Todo por un minuto contigo nos recuerda la potente intensidad de nuestros sentimientos.

Si alguien es realmente importante en nuestras vidas no medidos el tiempo en días ni en horas, sino en momentos.

Si un solo minuto puede llenarnos de felicidad quizá valga la pena darlo todo por ese minuto… contigo.

P.D.: El tiempo está en peligro.

Leer más
Javier Ledo Javier Ledo

Tus manos, las mías…

Fue algo casual –una presentación de rutina– estrechamos nuestras manos y sucedió algo.

No le prestamos mucha atención y en nuestra rutina diaria no somos conscientes de lo cruciales que son para nosotros.

Tus manos –las mías– son una maravillosa extension de nuestras almas.

Con ellas –con su destreza– podemos crear, nos asisten en nuestro trabajo diario, pero sobre todo expresan una variedad infinita de emociones.

En ocasiones sus gestos van más allá de lo que cualquier palabra pueda transmitir.

De entre todas sus formas de expresarse, la caricia resulta la más poderosa, la más íntima.

Una breve caricia puede asemejarse al roce de una cálida brisa.

Una simple caricia te consuela, te enamora, te calma o te fortalece.

Las caricias de una mano amiga te hablan sin voz.

Hay caricias de compasión, las hay de ternura y algunas –las más expresivas– consiguen contarnos magníficas historias de amor.

Las hay apasionadas, esas caricias que se escapan, se fugan de nuestra voluntad para compartir sentimientos de puro gozo.

Una suave mirada, una dulce palabra, un susurro casi imperceptible con el que pronuncien tu nombre son –muchas veces– invisibles caricias que se adentran en tu corazón.

Abrazarnos, rozarnos, sostener el temblor de una mano querida puede transformar nuestras vidas.

Tus manos –las mías– con su capacidad de emocionar, de erizar nuestra piel nos evocan la vida, es por ellas que en innumerables ocasiones recordamos que estamos vivos que pase lo que pase seguimos sintiendo.

Fue algo casual, la rutina de una presentación pero le recordó que era verdad, que en esta vida seguían existiendo las emociones, los anhelos, los deseos.

Aquellas manos le habían despertado de un prolongado letargo y le habían convencido de que había vida más allá.

Leer más