Javier Ledo Javier Ledo

Tus manos, las mías…

Fue algo casual –una presentación de rutina– estrechamos nuestras manos y sucedió algo.

No le prestamos mucha atención y en nuestra rutina diaria no somos conscientes de lo cruciales que son para nosotros.

Tus manos –las mías– son una maravillosa extension de nuestras almas.

Con ellas –con su destreza– podemos crear, nos asisten en nuestro trabajo diario, pero sobre todo expresan una variedad infinita de emociones.

En ocasiones sus gestos van más allá de lo que cualquier palabra pueda transmitir.

De entre todas sus formas de expresarse, la caricia resulta la más poderosa, la más íntima.

Una breve caricia puede asemejarse al roce de una cálida brisa.

Una simple caricia te consuela, te enamora, te calma o te fortalece.

Las caricias de una mano amiga te hablan sin voz.

Hay caricias de compasión, las hay de ternura y algunas –las más expresivas– consiguen contarnos magníficas historias de amor.

Las hay apasionadas, esas caricias que se escapan, se fugan de nuestra voluntad para compartir sentimientos de puro gozo.

Una suave mirada, una dulce palabra, un susurro casi imperceptible con el que pronuncien tu nombre son –muchas veces– invisibles caricias que se adentran en tu corazón.

Abrazarnos, rozarnos, sostener el temblor de una mano querida puede transformar nuestras vidas.

Tus manos –las mías– con su capacidad de emocionar, de erizar nuestra piel nos evocan la vida, es por ellas que en innumerables ocasiones recordamos que estamos vivos que pase lo que pase seguimos sintiendo.

Fue algo casual, la rutina de una presentación pero le recordó que era verdad, que en esta vida seguían existiendo las emociones, los anhelos, los deseos.

Aquellas manos le habían despertado de un prolongado letargo y le habían convencido de que había vida más allá.

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Javier Ledo Javier Ledo

Soledad digital

Transitamos una sociedad triste, aislada, refractaria al compromiso.

Recorremos caminos de soledades digitales, reunidos en nuestros salones en línea con mil, dos mil o tres mil “amigos” que no pasarían el más mínimo filtro para ser considerados siquiera conocidos.

El constante contacto en redes deriva en una falsa sensación de comunicación pues a menudo carecen de la profundidad y la calidez del contacto humano.

Invertimos horas “conectados” al éter y dejando de lado nuestras relaciones personales, es más sencillo soltar tres sentencias en un chat sin interacción alguna que mantener una charla con alguno de tus tres o cuatro amigos de verdad, de esos que pueden cuestionar tus ideas y obligarte a confrontarte.

Cada día es más inusual el contacto en la realidad, en la calle.

Es curioso observar como –sobre todo en poblaciones pequeñas– estamos en contacto con personas a las que medía hora más tarde nos cruzaremos en la calle y ni siquiera le dirigiremos la palabra.

¿Porqué ocurre esto? ¿Miedo, vergüenza, indiferencia?

Posiblemente una mezcla de todas estas cuestiones, miedo a la realidad, vergüenza ante un “amigo” virtual que curiosamente es un desconocido real e indiferencia ante personas que en muchas ocasiones no nos importan lo más mínimo.

En algunos casos se resienten hasta las verdaderas amistades que de lo real se mudan al mundo digital, mucho mas laxo y menos exigente.

El universo digital no es algo malvado en si mismo, es el uso pernicioso que hacemos de él lo que lo pervierte.

Hemos sustituido la calidez de una voz, la riqueza de sus matices por una fría sucesión de pulsos de teclado salpicado de ineficaces emojis para intentar objetivar nuestras emociones, esas que solamente pueden ser advertidas cuando nuestro interlocutor puede escucharnos, cuando puede interpretar un silencio, un suspiro, la tonalidad de nuestros sentimientos.

La soledad digital es una forma perniciosa de soledad pues se disfraza entre una multitud de “amigos” que nunca querrán entrar en contacto con nosotros.

Realmente curioso este mundo “conectado”.

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Javier Ledo Javier Ledo

Los crepúsculos

Asociamos el crepúsculo al atardecer, a la llegada de la noche, a momentos de angustia porque lo asimilamos a algo que se acaba.

Crepúsculo 01-01-24

Una relación crepuscular, el crepúsculo de una vida, son esas expresiones que –inconscientemente– relacionamos con el final, con la desaparición de algo bajo el manto de una oscura noche.

Al igual que el crepúsculo sucede a la puesta de sol y es uno de esos momentos mágicos de cada día, también el crepúsculo precede a la salida de ese mismo sol que vuelve a nosotros en su infinito paseo por los cielos.

Podemos invertir así la significación emocional de la palabra, que ahora se convierte en esperanza de un nuevo día, de un nuevo comienzo.

El crepúsculo nocturno suaviza al colorido atardecer y lo difumina, tornando los vigorosos colores rojizos en suaves tonalidades a medida que va desapareciendo la luz diurna y van ganando terreno las sombras.

De manera inversa el crepúsculo de nuestro amanecer se torna en un instante de quietud y belleza con el cielo tiñéndose de suaves tonalidades, abandonando el profundo negro azabache y dando paso a una increíble paleta de azules, naranjas, rosas y dorados.

Crepúsculo 01-01-24

Esta vez será la luz –será el sol, la esperanza– la que gane la batalla y lo que sentíamos como final se tornará principio con un simple chasquido de nuestros dedos.

Nuestra vida es una larga sucesión de crepúsculos, con momentos que nos abocan a la desesperanza e instantes de optimistas expectativas.

Un vaivén de sentimientos y emociones que hemos de saber apreciar en su justa medida pues todas ellas –las sombrías y las radiantes– formarán parte de nuestro tránsito vital.

Nadie escapa a esta dicotomía, nadie puede vencer a esta dualidad que se nos presentará cada uno de nuestros días.

Esperanza o desesperanza, anochecer o amanecer, irremediablemente nos encontraremos siempre entre ambas.

¿Que crepúsculo te define?

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Javier Ledo Javier Ledo

Frustración

Cuando proyectamos nuestra frustración –en lugar de asumir la responsabilidad– lo hacemos como un mecanismo de defensa.

El impacto de nuestras frustraciones entre los que nos rodean deja malheridas nuestras relaciones.

Afectamos sin saberlo a la autoestima de quien nos ama y descargamos en ellos nuestras más feroces críticas provocando incluso que lleguen a asumir problemas y situaciones que no les corresponden.

Esta situación puede generar un desgaste emocional significativo.

Sentirse responsable de la frustración de otros, mantener esa relación de tensión constante o tratar de complacer a alguien solamente para evitar un posible conflicto puede hacernos desembocar en el agotamiento emocional y el estrés.

Inteligencia emocional, esta es la clave para manejar este tipo de situaciones.

Debes entender que la frustración que los demás proyectan en ti no tiene absolutamente nada que ver contigo, no eres responsable de solucionarlo.

Es realmente difícil pero no debemos tomarnos como algo personal la actitudes negativas que arrojen sobre nosotros.

Está muy de moda hoy en día lo de “poner límites”, pero quizá nada más importante en esta situación, cuando alguien constantemente proyecta sobrare ti sus frustraciones, sus miserias.

No podemos caer en el juego, en este juego tan deprimente y a veces hasta pueril.

Fomentar la empatía y dar apoyo es lo más importante –y casi lo único- que podemos ofrecer en estos casos, siempre marcando la línea divisoria de la responsabilidad.

La carga emocional de cada uno de nosotros es de nuestra única responsabilidad e intentar derivarla es una clara manifestación de egoísmo.

Intentar equilibrar, mediar y evitar el conflicto a costa de nuestra propia paz mental no es un buen negocio.

Nuestra paz mental, –nuestro sosiego– es algo sumamente valioso en nuestra vida y no debe ser puesto en juego.

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Javier Ledo Javier Ledo

Acariciar

Transmitir amor, comprensión y ternura sin necesidad de tocar con las manos parece estar fuera de nuestro alcance.

Acariciar con el alma –me gusta así– es una forma de conexión profunda, auténtica y sincera.

Se trata de una caricia invisible y la percibimos en esa mirada cómplice, en la suavidad de las palabras que elegimos, en el tono de nuestra voz, pero sobretodo en los silencios compartidos, esos que solamente la empatía y el respeto pueden lograr.

En nuestro mundo en el que las prisas y el ajetreo continuo nos apartan de todo y de todos, acariciar con el alma significa esta ahí para alguien, estar ahí de verdad.

Puede ser algo increíble pero una mirada dulce, una sonrisa sincera, un gesto de apoyo, la seguridad que proyectamos sobre alguien solamente con nuestra mera presencia es más efectivo que un abrazo físico.

Necesitamos que nos escuchen con paciencia, que nos hagan sentir que nuestras emociones son válidas, que nos miren a los ojos sinceramente.

Acariciar con el alma es dar tiempo, atención y amor sin esperar nada a cambio.

También es saber elegir las palabras adecuadas para transmitir amor y comprensión.

Hay pequeños detalles que pueden significar un mundo para alguien.

Un mensaje inesperado que se interesa por cómo estás puede significar la diferencia entre un día monótono y rutinario o una alegre mañana porque ese ¿cómo estás? supone que alguien se ha acordado de ti, alguien ha dispuesto de un par de minutos para acariciarte con su alma, para decir “te quiero”, “me importas”.

Estas personas dejan huella, con su simple presencia logran transmitirte paz y cuando se dirigen a ti –con su forma de hablar– te hacen sentirte seguro.

En momentos de intenso dolor no necesitamos consejos o soluciones, solamente la sensación de que no estás solo.

Las relaciones más profundas no se construyen solo con el cuerpo, sino con nuestra entrega emocional, con nuestra capacidad de ver a esa persona en su esencia y con la voluntad de compartir lo mejor de nosotros sin esperar nada a cambio.

Acariciar con el alma es la manifestación más pura del amor en su forma más auténtica y eterna.

Acariciar con el alma es un arte que todos podemos practicar.

Es un regalo sin coste alguno, pero que puede transformar la vida de quienes nos rodean.

Es una forma de decir “te quiero” sin palabras y de demostrar que el amor verdadero no conoce límites.

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Javier Ledo Javier Ledo

Sin riesgo, sin expectativas

Para algunos, la vida –vivir– significa luchar, aferrarse a sus sueños y mantener la esperanza de cumplirlos.

Esa es la actitud que –independientemente de los logros– hace de la vida un tránsito que merece ser explorado.

Para otros, esta misma vida es una infinita sucesión de concesiones, de derrotas que se asumen sin resistencia alguna.

Es así como se forja la historia de aquellos que se han resignado a aceptar sin pelear, a renunciar al riesgo y a una vida carente de ilusión, de expectativas.

Una vida decepcionante.

Luchar por lo que queremos es de esas primeras enseñanzas que recibimos desde nuestra infancia, pues en muchos aspectos la vida se nos plantea como un campo de batalla.

¿Que ocurre cuando dejas de luchar?

Cuando hasta el más mínimo obstáculo se percibe insuperable, cuando nuestro esfuerzo no recibe recompensa, cuando cada intento de cambio nos conduce indefectiblemente a la frustración, llega ese momento en el que renunciamos a resistirnos.

Aceptamos sin pelear pero esto no nos asegura la paz interior pues cedemos –nuestras ilusiones– ante el peso de la realidad, asumimos que el destino dicte cada uno de nuestros pasos sin objeción alguna.

Asentimos sin cuestionar, aceptamos lo que ha de venir sin alzar nuestra voz, sin defender nuestro legítimo derecho a algo mejor.

Es así como la vida se convierte en rutina conformista donde cada día es una repetición insulsa del anterior.

Asumido ya el aceptar sin pelear nos encaminamos –sin remedio– hacia la pérdida total de la ilusión, esa que podría hacer las cosas diferentes.

La esperanza –de manera imperceptible– se va apagando, es un proceso lento pero demoledor.

Poco a poco –con el paso del tiempo– algo nos atraviesa y nos posee como si de una segunda piel –una cárcel– se tratase, la resignación, que acabará convirtiéndose en nuestra única manera de existir.

Y aunque las oportunidades siguen estando ahí –a tu alcance– ya ni siquiera intentas atraparlas.

Has sucumbido al convencimiento de que tus cartas están echadas, no crees que pueda ser posible cambiar tu destino y asumes –como una losa- que cualquier intento por abandonar esta monotonía solamente te acarreará una mayor decepción.

Te acostumbras a vivir en un estado de letargo emocional, donde nada sorprende, nada emociona y nada duele lo suficiente como para despertar un deseo de cambio.

La resignación se ha apoderado de ti.

Has renunciado al riesgo de la vida, a la aventura, al motor que impulsa la búsqueda de algo mejor.

Eliges lo seguro, lo conocido, aunque en tu fuero interno, en lo mas profundo de tu ser sabes que es insuficiente y sabes también que estás llevando una vida mediocre.

Esta actitud lo impregna todo, tanto los grandes sueños como las más pequeñas decisiones de tu vida.

No intentarás un nuevo trabajo por miedo al fracaso, no expresarás lo que sientes por temor al rechazo, no pretenderás una nueva relación porque el dolor del pasado sigue siendo una pesada losa.

Vivir sin riesgo es vivir en una prisión invisible.

Cuando te has vencido a la resignación y has descartado el riesgo no queda más que dejar la vida pasar, sin expectativas, sin ilusiones.

De esta forma –sin ilusiones– no hay dolor.

Al vivir sin expectativas tus días pasan sin propósito, trabajas sin esperar reconocimiento, amas sin esperar reciprocidad, existes sin la esperanza de cambio alguno.

Aprendes a conformarte, con lo poco que tienes y no aspiras a nada más.

Hay quien llama a esto sabiduría, pero en realidad es una forma de muerte en vida, una manera de existir sin realmente vivir.

Sin expectativas, sin sueños, sin la posibilidad de que el mañana sea diferente, la vida pierde su color, su esencia.

A veces, en lo más recóndito de tu ser queda una chispa de deseo y una mínima voz te susurra que aún estás a tiempo de cambiar.

Pero el peso de la resignación ahoga esa débil voz.

Y de esta manera es como nuestros días pasan, sin sorpresas, sin emociones, sin sentido.

Nuestra vida, desprovista de la lucha, del riesgo y sobretodo sin expectativas, no es vida, queda reducida a una sombra de lo que pudo haber sido.

P.D.: No asumir riesgos, no luchar y renunciar a tus expectativas provocan envejecimiento prematuro.

Puedo ver tus verdaderos colores, por eso te amo

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Javier Ledo Javier Ledo

Mi persona favorita

No me lo esperaba, no estaba en ninguno de mis planes, sin embargo las casualidades ¿existen?

Y en algún momento indeterminado irrumpió de la nada, –o fue el destino– el caso es que se abrió paso hasta mi un dulce sentimiento, una emoción al comprobar que –de entre la multitud– podía señalar a alguien como mi persona favorita.

Esa que te ilumina la vida con su mera presencia, su forma de ser, su cariño y que establece una especial conexión inspiradora y motivadora.

Tu persona favorita –porque tu también tienes una– presenta una mezcla explosiva de bondad, inteligencia y fortaleza que la hará destacar en cualquier situación, en cualquier circunstancia.

Y no importa el escenario, siempre encontrará la manera de seguir adelante sin perder nunca la esperanza.

Su resistencia es impactante y te enseña a seguir en la lucha ante los altibajos que se te presentarán en tu vida.

La generosidad es otra de sus especialidades, su disposición a ayudar es legendaria, siempre esta ahí sin esperar nada a cambio.

Te escucha, intenta comprenderte, y si fuese necesario calzaría tus zapatos para compartir –y así comprender– tus sentimientos y frustraciones.

Puede contagiarte en un momento con su humor, y con una sola palabra, con una de sus miradas conseguir que el peor de tus momentos aligere su carga.

Te recordará con su risa –o con su traviesa sonrisa– que la vida no siempre ha de tomarse tan en serio y que en esos pequeños detalles –que a veces se nos pasan inadvertidos– está la verdadera felicidad

Definitivamente mi persona favorita es alguien que me llena de amor, de alegría y no deja de enseñarme cada día.

Su especial manera de ser me inspira a ser más fuerte, más compasivo y –sobretodo– más agradecido con la vida.

Debe uno estar atento pues –a veces– surgen de la nada en un breve instante y si no las atrapas quizá no se vuelvan a mostrar.

No importa el tiempo o la distancia, su impacto en mi corazón –en tu corazón– será eterno.

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Javier Ledo Javier Ledo

A medias

Una promesa rota mucho antes de ser pronunciada, querer a medias, un amor con reservas, es un engaño bajo el disfraz del afecto.

Tienes a tu alcance la presencia pero no el compromiso.

Querer a medias es no entregarse, mantener una prudente distancia que te permita la conexión sin quedar atrapado.

Un burdo engaño.

Si esto te ocurre estando realmente enamorado resulta en una dolorosa contradicción.

Es contener a tu corazón –rebosante de amor– por miedo, dudas o cicatrices del pasado.

Es esperar sin esperanza.

Hay quienes solamente saben amar de esta manera, con miedo a profundizar, a perder el control o a mostrarse como realmente somos todos, vulnerables.

Es un amor profundamente egoísta, pues retiene sin entregar, pretende tener sin pertenecer.

El genuino amor ha de ser completo, no puede ser conveniencia ni costumbre, sino entrega sincera.

Quien ha sufrido, quien ha sido traicionado es presa fácil del amor a medias.

Se ama con el alma pero nuestra mente acecha para frenarnos con una inquisitoria difícil de ignorar.

¿Será la persona correcta?

¿Estoy listo para esto?

¿Y si luego me arrepiento?

Así nos boicotea muestra mente y en esta búsqueda de imposibles certidumbres encontramos atrapado –en un limbo de indecisión– al amor.

Y no es ausencia de amor, mas bien exceso de precaución.

Amar así, no es amar, es vivir en un constante vacío, en una zozobra de sentimientos que desequilibran nuestro ser.

El verdadero amor no sobrevive en mitades, ni a estrategias de contención de nuestros deseos.

El amor auténtico necesita valentía, confianza y entrega total.

Si no consigues esta conjunción no será más que una llama que arde, si, pero que nunca calienta lo suficiente.

P.D.: Arriésgate, porque todo lo bonito comienza preso del temor, no seas un viaje sin vuelta.

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Javier Ledo Javier Ledo

Desazón

Un lazo invisible que une almas,–el destino, el amor– nada puede separar a aquellos destinados a encontrarse.

Donde quedaría el libre albedrío si esto fuese así.

El destino –casi siempre– no es más que un ramillete de opciones y somos nosotros los que tenemos el poder de decisión, es por eso que ese “lazo invisible” –el amor– sólo se hace visible después de una dura batalla.

Y como en toda batalla siempre queda una opción cuando el destino no es suficiente argumento, la rendición.

Es una decisión difícil pero amar no siempre garantiza reciprocidad, estabilidad o felicidad.

Hay momentos en que la lucha es un manantial de inmenso dolor, además de una contienda solitaria.

Y soltar evidencia que a veces –demasiadas–amar ya no es suficiente.

Rendirse en el amor ayuda a reformular toda tu vida abriendo espacio a un nuevo ramillete de opciones, un nuevo destino.

La decisión no es fácil pero aceptar que todo tiene un final es un acto realmente valiente.

El verdadero amor no debe ser algo forzado y el miedo no puede ser una de sus condiciones.

Si no hay respuesta la rendición se convierte en un paso imprescindible para encontrar lo que realmente mereces o te merece.

A menudo en ese momento único parecen llegar personas únicas, llamas gemelas quizás que revolucionan tu mundo, transforman tu perspectiva pero no tienen intención de ir más allá o si pero no aciertan a saber dar los pasos necesarios o también las atenazan sus propios miedos.

El destino no es algo fijo, inmutable, lo construimos con nuestras decisiones, nuestros sueños, nuestros anhelos y nuestra búsqueda de la felicidad.

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Javier Ledo Javier Ledo

Donde convergemos

Un fuego que arde sin consumirse.

Un lazo invisible que une almas.

Una fuerza que todo lo transforma.

Diversas formas para referirnos al amor, aunque quizá la mas impactante es aquella que lo describe como un campo de batalla.

Desde el mismo momento en que alguien se enamora, comienza una dura batalla entre la razón y el corazón.

Una lucha interna constante.

Enfrentamos miedos, inseguridades, traumas pasados para finalmente amar con la esperanza de ser correspondidos y el temor a salir malheridos.

Al percibir la posibilidad de una relación las propias dudas y la ansiedad pueden contribuir a sabotearla incluso antes de comenzar.

Solemos preguntarnos si somos lo suficientemente buenos, si la otra parte confluye con nosotros o si realmente vale la pena el riesgo.

Se requiere valentía para enamorarse y capacidad para afrontar el riesgo.

Para amar de verdad hemos de aprender a confiar, compartir.

El amor desafía normas, tradiciones, edades o distancias es precisamente por esto que no basta con enamorarse, hay que estar preparado y dispuesto a pelear por el amor.

Converger, encontrarse o coincidir es la primera estación, a partir de ahí el trabajo del día a día construirá un amor verdadero.

La fortuna de ser dos se convierte en certeza de que –aunque el mundo sea incierto– siempre habrá un lugar seguro –un refugio– en el corazón del otro.

Converger, encontrarse, coincidir, corresponderse, confluir, nunca dejemos de buscar el sentido a estas palabras.

P.D.: No busquen una media naranja, busquen converger con alguien,… eso es el amor.

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