Mi abrazo y tu abrazo


Un abrazo

Un solo abrazo

Y tu melancolía

Será pasado


Un beso

Un solo beso

Y tus miedos

Serán pasado


Una mirada

Una sola mirada

Y tu dolor

Será pasado


Una caricia

Una sola caricia

Y tu cielo gris

Será pasado


Una sonrisa

Una sola sonrisa

Y tu ansiedad

Será pasado


Mi abrazo y tu beso

Mi beso y tu mirada

Mi mirada y tu caricia

Mi caricia y tu sonrisa

Mi sonrisa y tu abrazo


Que volvamos a vernos

Nuestra rutina diaria está plagada de “hasta luego”, “ciao”, “nos hablamos” y muchas mas fórmulas que repetimos sin realmente prestar demasiada atención y sin dar importancia a algo que realmente la tiene –y mucha– como es una despedida.

Nunca somos conscientes de que muchas de estas despedidas no volverán a repetirse nunca más.

Vamos dejando por el camino viejos amigos y coleccionando recuerdos.

Vivimos en un ritmo frenético que no nos permite charlar con calma y compartir vivencias, sentimientos o deseos.

Además de esa sensación de que para todo nos falta tiempo, estamos convencidos –aunque sea inconscientemente– de que siempre estaremos aquí, de que siempre habrá otra oportunidad para esa charla para la que ayer no teníamos tiempo.

Y en muchas ocasiones –demasiadas– esas conversaciones pendientes nunca tendrán lugar, nunca llegarán a suceder porque habrá ocurrido algo que lo impide, a veces temporalmente pero en algunas ocasiones será definitivo.

Cada saludo, cada despedida, cada abrazo es un momento único que debe ser vivido con intensidad.

En este intenso día a día que nos envuelve hemos perdido de vista la realidad, esa realidad que nos hacía humanos y nos hemos vuelto mas mecánicos, mas autómatas por decirlo de alguna manera.

Vamos de aquí para allá empujados por una irrefrenable urgencia que no nos permite relacionarnos con la serenidad necesaria con nuestros amigos, compañeros, parejas, etc.

Seamos mas conscientes de lo valioso que es cada momento que compartimos con nuestros amigos y lo importante que debe ser no dejar ciertas cosas “para mañana” porque nunca sabemos si ese mañana llegará a existir.

Hay tiempo para todo, para la risa, para la fiesta, para el trabajo, para las relaciones, para aliviar a alguien en un mal momento.

No hay nada mas importante que el tiempo que nos dedicamos a nosotros mismos y nuestro entorno, pues –aun siendo importantes– en nuestros quehaceres diarios muy pocas cosas hay que sean realmente urgentes.

Esta podría ser una magnifica forma de despedirnos.

¡Que volvamos a vernos!

Hay locuras...

Somos como nos quiere la mayoría.

Somos arrastrados sin piedad al menor descuido.

Somos zarandeados por el libro de “estilo” de la sociedad.

Somos uniformados, acallados, amordazados.

Somos adiestrados en el engaño y la picaresca.

Somos –desde niños– conducidos, sumisos.

La vida, debería ser pura locura.

Deberíamos ser mas locos.

Deberíamos saber cuando despeinarnos.

Deberíamos enfrentar ese “arcaico” libro de estilo social.

Deberíamos adiestrarnos en la sinceridad.

Deberíamos rebelarnos cada día.

Pero como?

No es difícil hacerlo.

Requiere valentía, coraje, atrevimiento.

Requiere claridad de ideas.

Requiere amor propio.

Requiere enfrentar el miedo a ser “diferente”.

Requiere ser “uno mismo” y afrontar las consecuencias.

Seamos locos al menos una vez en la vida o,… toda la vida.

El tiempo y los momentos

El tiempo es la dimensión en la cual todo ocurre, en la que todo fluye continuamente, no podemos detener el tiempo.

Cuando referimos; “que lento se me está pasando este día”, no hacemos más que compartir una percepción sobre el discurrir del tiempo totalmente subjetiva y emocional.

No está a nuestro alcance manejar el tiempo, solamente vivimos a su merced o en el peor de los casos luchamos contra el.

Pero los momentos son otra cosa, los momentos son instantes, son nuestras marcas de vida, nuestras cicatrices, nuestros triunfos, nuestra vida real.

Los momentos pueden ser de felicidad, de tristeza, de victoria, de derrota, de amor, de pérdida o de cualquier emoción que podamos sentir.

Los momentos son lo que realmente importa, lo único que podrás llevarte contigo cuando el tiempo se dirija a ti de frente y te diga “hasta aquí hemos llegado”.

Es ahí cuando podrás recordar “tus momentos” y volver a disfrutarlos.

Si la cuenta de tu vida se basa en el “tiempo vivido” yo te diría que has desperdiciado tu tiempo porque no has conseguido llenarlo de vida, de amigos, de experiencias, de sentimientos,… de momentos.

En ese trance —si no has jugado bien tus cartas— te asaltará el recuerdo de las oportunidades perdidas, las veces que dijiste que no sin pensar, o las que dijiste que si —también sin pensar—, los amigos que dejaste atrás, las relacionas que no fueron, los lugares que no quisiste visitar, en resumen, lo que debería ser un repaso de momentos vividos se nos presenta como una constatación de cuánto tiempo hemos perdido sin vivir.

El tiempo no es mas que una caja vacía, un recipiente que llenar a medida que avanzamos hacia lo desconocido.

Colecciona momentos y vete guardándolos en tu particular caja pues es lo único que podrás llevarte contigo.

Si al recordar sonríes,...

Cuando amas —si amas de verdad— llegas a intercambiar tu alma, recibes casi sin percibirlo y sin solución de oposición un poco del alma de la otra persona y en esa correspondencia casi mágica, ella recibe algo de la tuya.

Rincones donde disfrutar y compartir

Es en esa circunstancia cuando —como se dice ahora— todo fluye, es ahí cuando todo parece encajar a la perfección y por las dos partes se dan —sin ellos percibirlo— las cesiones necesarias para que esa relación sea prácticamente perfecta, indestructible podríamos decir.

¿Y cuando el amor muere?

Si, por múltiples causas el amor puede despistarse de su camino, anquilosarse, aburrirse, traicionarse y consecuentemente acaba muriendo.

Es una triste realidad, pero realidad al fin y al cabo.

Cuando ocurre esto, cuando tu amor muere, una parte de ti —precisamente esa que habías intercambiado— muere con el y es por esto que duele tanto.

Pero sigue ahí, en lo más profundo de tu ser, ese pedacito que habías intercambiado sigue ahí y ya nunca lo podrás olvidar y tampoco prescindir de él.

De nada te servirá demonizarlo o intentar demostrar que no ocurrió pues de esta forma no podrás avanzar en tu vida.

Entiendo el miedo, el deseo y el amor, como nos protege, nos mejora nuestra vida y trae una nueva pero el dolor ¿en que nos beneficia? ¿Para que sirve el dolor?

Realmente no sabemos para que sirve, en que nos ayuda, pero de alguna forma siempre nos acompaña.

Lo que has vivido se ha de incorporar a tu ser, es lo que eres a partir de ese momento y para conseguir seguir adelante has de aprender a vivir con ello, aquí no hay fórmulas mágicas.

Todo nuestro pasado —esa famosa mochila que todos llevamos— tenemos que incorporarlo a nuestro ser como un cúmulo de experiencias que nos enseña lo que realmente es la vida.

Nunca, ese pasado, ha de suponer un lastre.

Es nuestra vida, es lo que nos hace ser como somos, lo que determina como encaramos nuestro presente —si, nuestro presente— ya que el futuro no existe, es una pura quimera.

Si al recordar sonríes —aunque sólo sea por algún detalle— habrá valido la pena lo vivido.

Crepúsculo

Si hay un momento mágico cada día, ese es el atardecer.

El sol acercándose al horizonte irremediablemente.

Si lo disfrutas a la orilla del mar veras que hay días en que pareciera ahogarse y, sin embargo en otras ocasiones lo vemos incendiar el mismísimo océano.

Es un momento que nos invita a la reflexión, al recogimiento con uno mismo si te encuentras solo ante el.

Pero un atardecer disfrutado en compañía de alguien especial es realmente sublime, no hay nada que se le compare.

Atardecer en la costa de Tindaya

La cantidad de matices que paladeamos pasando del rojo –que pareciera incendiar nuestro cielo– al anaranjado para desembocar finalmente en el amarillo son indescriptibles.

A medida que el horizonte devora nuestro sol consigue que todo ese despliegue de colores, esa paleta de sensaciones y sentimientos vaya desapareciendo y convierte nuestro majestuoso atardecer en un suave crepúsculo que nos obliga a deslizarnos lentamente hacia la oscuridad de la noche.

El crepúsculo suaviza al colorido atardecer y lo difumina, tornando los vigorosos colores rojizos en suaves tonalidades a medida que va desapareciendo la luz diurna y van ganando terreno las sombras.

El crepúsculo es un momento único –como única es su belleza– y esa lucha de gigantes entre la luz y la oscuridad fundiéndose como si de un eclipse se tratara nos depara un mágico ambiente, soñador, relajante, reflexivo y nos da la medida de lo insignificantes que llegamos a ser ante las maravillas de la naturaleza.

Es difícil que cualquier pintura o fotografía pueda trasladarnos esa mágica belleza y es por eso que debemos detenernos un breve momento cada día para amar y disfrutar de esa maravilla que es nuestro atardecer y si pueden compartirlo entonces estarán muy cerca de alcanzar su propio paraíso.

Un grito mudo

A veces la vida nos alcanza con golpes inesperados, golpes que creemos inmerecidos y –que en la mayoría de las veces– no vemos venir ¿o si?

Muchos de ellos no son mas que momentos concretos de fragilidad que propician nuestros errores y nos abocan a recibir una sonada advertencia sobre la realidad que estamos viviendo en ese preciso instante.

Estos golpes –aunque ruidosos– no son los importantes, pero si serán aprovechados por los que siempre están esperando para disfrutar de nuestros tropiezos.

Superar los momentos difíciles, las decisiones equivocadas o simplemente un revés fortuito nos obliga siempre a mantener la esperanza y por ende a ser pacientes.

Invocar la resiliencia –ese término tan de moda– es primordial.

El grito de Corleone tras la muerte de su hija.

Hemos de trabajar nuestra capacidad para superar las situaciones adversas, adaptarnos y recuperarnos.

Esa capacidad que tiene el ser humano de “rebotar” –volver a ponerse de pie– resulta esencial para salir adelante

Pero esto no se consigue solo con esperanza y paciencia, debemos mantener nuestra actitud optimista en todo momento, también será importante nuestra capacidad para adaptarnos a las nuevas situaciones.

El autocuidado y disponer de personas en las que confiar será otro de los pilares en los que apoyarse para ese resurgimiento que seguramente nos merecemos.

Pero hay golpes que –desde mi punto de vista– son insuperables.

Me refiero concretamente a la pérdida, ese es un momento que hace tambalear toda tu vida, arrasa tus creencias, tus cimientos personales y redibuja tu mundo para siempre.

Recomponerse –en estos casos– requiere de una fortaleza especial, pues has de comprender que intentar superar estos sucesos es un grave error y el camino para reordenar tu vida vendrá siempre de aprender a vivir con esa herida en tu alma o en tu corazón, si queremos expresarlo así.

Cuando sufres una pérdida tu brújula personal pierde cualquier punto de referencia, te encuentras rodeado de gente, mucha gente, y al mismo tiempo, solo, absolutamente solo.

Y la expresión de ese momento llega en forma de grito mudo, un alarido silencioso pues ningún sonido es capaz de expresar tanto dolor.

Nadie está capacitado para comprender tu dolor y nadie –a no ser que carezca de sentimientos– debería arrogarse el derecho de juzgar tus actos.

Los tiempos para comprender lo que ha ocurrido y conseguir volver a encontrar sentido a tu propia vida no se encuentran determinados en ningún manual de supervivencia y cada persona debe intentar comprender cuando ha llegado su momento para enfrentar otra vez el reto de la vida.

Para ello es importante –básico diría yo– agradecer siempre lo vivido, recordar con una sonrisa y dar un paso al frente cargando con tu particular bagaje de vivencias pero sin que estas supongan una losa que te sepulte a ti mismo.

Cada día merece la pena ser vivido intensamente.

Aceptar y disfrutar

Tenemos que aprender a disfrutar.

No sabemos recrearnos con los pequeños detalles que nos brinda nuestro día a día.

Para ser feliz no se necesita realizar un fenomenal viaje al otro lado del mundo, siempre puede ser igualmente gratificante compartir una velada con alguien ante una copa de buen vino.

Así mismo aceptarnos y aceptar lo que nos ocurra sin caer en la resignación es un buen ejercicio para seguir adelante, aceptando los procesos que se desencadenan en nuestra vida.

El ritmo –a menudo trepidante– de nuestra vida diaria nos lleva muchas veces a zanjar una conversación o una propuesta de alguien con un “no tengo tiempo”.

¿Es realmente cierta esta afirmación?

¿Realmente no tenemos tiempo?

Mas bien –me parece a mi– dejamos discurrir nuestra vida por la rutina de nuestras particulares listas de actividades diarias sin pararnos a pensar.

Si nos detenemos un momento y analizamos nuestro día a día seguramente encontraríamos que tenemos mas tiempo del que parece.

Si hoy se nos ha pasado poner una lavadora, ¿que pasa? Nada.

¿Realmente es tan importante acabar con la lista de tareas diaria?

Tenemos que ocuparnos mas de las relaciones y menos de las cosas, mas de nuestro desarrollo personal y nuestra vida emocional, y menos de –solamente– hacer cosas.

Aprender a disfrutar de las cosas pequeñas de la vida, como un buen libro, una caminata en la naturaleza o una conversación con un amigo, te ubica en la senda correcta para encontrar la felicidad y satisfacción en tu vida diaria.

Además, aprender a disfrutar nos ayudará a lidiar con los momentos difíciles de la vida, como la soledad, la pérdida o la ansiedad.

Cuando te enfocas en lo que te hace feliz y en lo que disfrutas, es más fácil superar los obstáculos y seguir adelante.

Aprender a disfrutar es una habilidad importante para vivir una vida plena y feliz.

Ella, la soledad

La soledad se asimila automáticamente a la tristeza sin ningún tipo de argumento que valide esta asociación.

Si la pérdida de un ser querido te hace encontrarte repentinamente solo y triste, es la pérdida la que te entristece, no el hecho de estar solo.

Cuando alguien –por la circunstancia que sea– comienza a vivir solo, se vive esta situación como una tragedia debido a que nuestra sociedad nos empuja , casi nos obliga a emparejarnos, agruparnos o unirnos de diversas maneras.

Esta forma de pensar ha provocado que la soledad del individuo se viva como un estigma, como algo indeseable, cruel incluso.

Pero la realidad es que vivir solo te enseña, te educa y te hace fuerte, indestructible como me han hecho ver últimamente.

Algo importante que debemos tener en cuenta es que “vivir” solo no significa “estar” solo, y a su vez, estar solo no significa ser un solitario.

La capacidad de estar solo es algo esencial para nuestro bienestar emocional.

La soledad –vivir solo– nos obliga a practicar activamente el autocuidado, dicho de otra forma, tenemos que vigilar y organizar nuestra vida en cuanto a cuestiones tan básicas como la realización de ejercicio, nuestra alimentación o la calidad de nuestro sueño. O como se ha dicho de toda la vida, “no dejarse ir” pues eres tu y solo tu quien va a cuidarte.

En el mismo sentido debemos olvidarnos de lo que piensen los demás –los que viven agrupados– y debemos seguir nuestro propio criterio, y en consecuencia aprender a decir NO y responsabilizarnos de nuestros pensamientos, emociones, acciones y relaciones.

Nadie sabe como se desarrolla nuestra vida mas que nosotros mismos y esto implica que las opiniones externas estarán siempre sesgadas por el desconocimiento de nuestra realidad.

La soledad –como concepto– no viene de vivir solo, viene de ser incapaz de comunicar las cosas que son importantes para ti.

Querer ser escuchado y que no haya nadie a quien le importe escucharte, lo cual ocurre muy a menudo en la vida de pareja, he ahí la ironía, vivir acompañado y sin embargo estar solo.

Hemos de tener en cuenta que las cosas que nos ocurren y que son verdaderamente importantes son siempre solitarias.

La vida en soledad no tiene nada que envidiar a cualquier otro modo de vida y nos permite tomar las riendas de nuestra propia existencia sin compromisos de ningún tipo que coarten nuestra forma de proceder.

Además si deseamos estar acompañados podemos elegir con quien queremos pasar nuestro tiempo y convertirlo así en tiempo de calidad, momentos inolvidables, viajes, etc,… lejos de la ansiedad que puede llegar a producirnos la rutina.

Cuando disfrutas y eres feliz viviendo solo, escoges mucho mejor a tus posibles acompañantes y esto se traduce en que verdaderamente amo mi soledad y a mis amigos.

La soledad es para los fuertes y crea almas libres.

Muchos autores han dedicado reflexiones a la cuestión de la soledad, yo quiero quedarme y plasmar aquí esta de Oscar Wilde,

“En un mundo lleno de ruido, la soledad es la canción mas hermosa”

Detalles…

Cuando surgió la idea de arrancar el proyecto de Casa Maida, originalmente con el nombre de La Casa de la Abuela Paca, pusimos el acento más en las relaciones personales que en lo meramente crematístico.

De esta forma, pasados los años, podemos afirmar que un importante porcentaje de nuestros visitantes se han convertido en nuestros amigos y cada vez que tienen un pequeño hueco en sus vidas se pasan a compartir algún momento con nosotros.

Al principio nos sorprendía el hecho de que quisieran repetir su experiencia en nuestra casa pues en estos tiempos en que prima la búsqueda de lo nuevo y las experiencias “únicas”, repetir lo conocido era, cuando menos, curioso.

Con el tiempo comprendimos que muchos de nuestros amigos no buscaban otra cosa que sentirse arropados y como en casa y eso lo encontraban junto a nosotros.

Hay realmente muchas anécdotas para relatarles que ya iremos contando en sucesivas publicaciones.

Abriremos con un pequeño grupo venido de Lanzarote allá por el año 2019 –si no recuerdo mal– y que estableció con nosotros una relación amistosa que perdura hasta el día de hoy.

Pasado tanto tiempo ya, echamos la vista atrás y me doy cuenta de que  hemos vivido muchas vicisitudes en estos años, sucesos compartidos, muchas alegrías y también alguna tristeza.

Y esto es lo que hace que merezca la pena seguir en el camino para profundizar cada día un poco más nuestro compromiso con nuestros amigos desde Casa Maida.

Algunas veces nos sorprenden con algún pequeño detalle que nosotros siempre llevaremos en el corazón.

En su última visita nos emocionamos al recibir una pieza única e intransferible que guardamos con gran cariño.

Siempre tenemos pendiente una última cita, una última conversación para ponernos al día de todo lo que nos ha ocurrido.

Ya en breve y alrededor de algún  buen vino lanzaroteño seguro nos contaremos historias hasta el amanecer.

Mi primer viaje

Mi primer viaje real escapa a mi recuerdo y no podría narrarlo aquí pues apenas contaba ocho meses de edad.

Solamente tengo referencias paternas del mismo y lo único que podría contar sin temor a equivocarme es que a tan corta edad me embarcaron –15 días de travesía– rumbo a Sudamérica y para cuando fui consciente de mi mismo me vi residiendo en el barrio de São Bernardo do Campo, en la ciudad de São Paulo, en ese maravilloso país que es Brasil.

Por eso para mi el primer viaje del que soy consciente fue mucho mas modesto y se circunscribe a ese desplazamiento de cien kilómetros que recorríamos algún fin de semana para recalar en las playas de Santos.

Para un niño de tres o cuatro años era un verdadero viaje, sobretodo porque la aglomeración del fin de semana convertían aquellos cien kilómetros subiendo la sierra, en una odisea de cinco horas de duración en algunas ocasiones.

En esa época no éramos mas que inmigrantes en un país desconocido, lejos de nuestra patria y aislados de nuestra familia, también es verdad que ese sentimiento se albergaba solamente en el corazón de mis padres pues yo no conocía otra realidad mas que aquella y vivía realmente como un brasileño mas.

No existía por entonces la posibilidad de la comunicación telefónica y para saber de nuestros seres queridos teníamos que recurrir a enviar cartas, si, de esas que se escribían en un papel, se metían en un sobre y podían tardar hasta un mes en llegar a destino.

¿Y si querías escuchar sus voces? Entonces había que recurrir a las cintas de grabación, pero las de rollo, nada de cassette.

Así era la vida por aquel entonces, mucho mas pausada, mas natural en sus ritmos y sin el frenesí que se vive hoy en día.

Pero volvamos a ese “viaje” que disfrutaba con apenas cuatro años, ese que comenzaba cuando nuestros amigos –unos portugueses afincados allí mucho antes que nosotros– pasaban a recogernos en su Land Rover –nosotros no teníamos coche– y comenzaba la aventura.

Los mayores, sentados delante y los niños en la trasera mezclados con las bolsas, las toallas, las cestas de comida para pasar el día y armando bulla.

Así recorríamos los cien kilómetros que nos separaban de una hermosísima playa.

Después de traspasar la sierra descendíamos a Santos y allí estaba “Praia Grande”, nada menos que 70 kilómetros ininterrumpidos de playa paradisiaca.

No se como será ahora pero en aquellos años poníamos nuestro Land Rover por la orilla del agua y a correr.

Cuando se abría la puerta trasera de aquel coche salíamos como un vendaval a ver quien era el primero en mojarse los pies.

Instantes de extrema felicidad pues la vida para nosotros era una colección de bonitos momentos que merecían la pena ser vividos y ahora recordados.

Una vez allí el resto del fin de semana no podía ser mas sencillo, todo se reducía a sol, arena y mar, nada mas y nada menos, de vez en cuando alguno de nuestros padres nos perseguían para obligarnos a comer algo y el resto del día lo consumíamos explorando la playa, haciendo castillos o revolcándonos en las olas del Atlántico.

Lo que suele decirse, una infancia feliz.

Pero como es lógico todos estos momentos tenían un final, así el domingo después de comer tocaba recoger y volver a la travesía que nos llevaría de nuevo a casa.

Claro que el camino de vuelta era muy distinto, cansados, decepcionados por lo rápido que se había acabado el fin de semana y sobretodo quemados por el sol.

Nuestras espaldas eran un brasero al rojo y en esas condiciones cualquier roce, cualquier leve toque entre nosotros se traducía en gritos de dolor.

Después del consiguiente atasco llegábamos por fin a casa y –al menos los pequeños– ya estábamos pensando en el próximo viaje. (Ilhabela)

Quédate conmigo

Vivimos con prisa, consumiendo días, horas y minutos que se convertirán en años.

Años de alegrías y tristezas, de triunfos y fracasos, en definitiva de experiencia acumulada.

En ese camino constante que es nuestra vida, creemos que nada ni nadie podrá frenar nuestro caminar diario.

Nos vamos rodeando de amigos, familia, y un sinfín de personas que se cruzarán en nuestras vidas en momentos diversos, que nos ayudarán y a los que ayudaremos a caminar sus propias vidas.

La vida se desarrolla implacable, sin pausa, y por momentos pareciera que nos arrastra sin control.

Pero con los años aprendemos a dominar nuestros tiempos, centramos nuestras metas, nos volvemos hacia los que nos rodean,… maduramos.

Es ahí –en ese justo momento– cuando llegamos a comprender que nuestras metas son fruto banal del condicionante social o laboral y nos damos cuenta de que lo más importante –lo verdaderamente importante– no es la consecución de un determinado reto.

El camino que has recorrido para llegar hasta ahí, las personas que te han acompañado y sobretodo si has sido feliz, eso es lo importante.

Ser feliz, esa es la razón suprema por la que vivir.

Si además consigues compartir tu felicidad con un ser querido,…

Pero la vida –aquella que iba deprisa y sin avisar– a veces –muchas veces– te pone a prueba y te verás a ti mismo intentando reconducir todas tus metas, tus anhelos y tus absurdos proyectos de futuro.

Hay un momento crucial en muchas de nuestras vidas, es cuando susurras ¡Quédate conmigo! y cuando ves que no surte efecto incrementas el volumen de tu voz y acabas gritando bajo las estrellas de cualquier lugar del mundo, pero no hay forma de volver atrás ni de retener ese momento.

Y ahí –justo ahí– te haces consciente verdaderamente del valor de cada momento, del valor de cada recuerdo y de lo absurdo de la vida.

Espero que nunca tengas que pronunciar esas malditas dos palabras.

No olvides ser feliz.

Atrévete.


Cerrando el círculo

Cuando nuestra vida se tuerce solemos refugiarnos en el ayer y pensar que nada volverá a ser lo mismo.

Y básicamente es verdad, nada volverá a ser lo mismo.

Todo aquello que comenzó, que se gestó, en una pequeña isla del archipiélago canario ha saltado por los aires.

La Graciosa

La Graciosa

Hoy volvemos a estar aquí, en La Graciosa, cerrando el círculo.

Un círculo virtuoso al que no hay nada que objetar, recuerdos que me acompañarán toda la vida y vivencias de las que extraer lecciones de vida que compartir con la familia y los amigos cuando venga al caso, sin melancolía.

Se cierra aquí y en este momento un capítulo de ese libro que llamamos vida, hasta ahora el capítulo más importante y aunque hemos de afrontar nuevos retos, arriesgar nuevas amistades, aprender nuevas formas de avanzar, siempre tendremos ese rincón de nuestro corazón en donde atesoramos todos esos recuerdos y vivencias eternas.

Como bien nos recuerda Benedetti: “Cuando creíamos que teníamos todas las respuestas, de pronto, cambiaron todas las preguntas.”

Ahora se nos presenta una nueva vida llena de nuevas preguntas e incógnitas a las que dar respuesta, y así una y otra vez en un círculo de vida que en algún momento tendrá también su final.

En este libro tan personal que todos llevamos bajo el brazo tendremos capítulos tristes, capítulos de extrema felicidad –como este que cierro ahora– capítulos excitantes, pero has de saber que siempre tienes que estar dispuesto a “escribir-vivir” el siguiente capítulo, tomar decisiones –a veces arriesgadas– sin que te coarte lo que los bien pensantes puedan decir de ti.

Solo en los momentos en que te conduzcas con absoluta libertad podrás ser feliz, normalmente esto solo ocurre en nuestros mas ambiciosos sueños, trasladarlo a nuestra vida, a nuestro día a día es un reto magnífico y digno de ser afrontado.

La vida puede depararnos muchas alegrías, solo hay que estar atento a lo que se desarrolla a tu alrededor y aprovechar el momento (Carpe Diem).

Porque como también nos recuerda Cortázar: “La vida es como una sala de espera , de repente abren la puerta, y te dicen: ¡Su turno!”

Paris, un inicio

El calendario suele ser el guardián de los recuerdos, el guardián de las casualidades, de esas casualidades en las que uno repara solamente al repasar sus vivencias y tener que situarlas en un contexto de tiempo y lugar.

Nos hacemos con nuestro particular calendario –ese que solamente conocemos nosotros– ese en el que se esconden nuestros sentimientos, nuestros sueños, nuestros deseos y algunas veces también nuestras propias frustraciones.

Todos tenemos “ese” particular calendario, todos tenemos ese lugar, ese instante, esa canción que, llegado el momento, nos evoca toda una vida.

Estamos en agosto, año 2004,… Paris.

Nos sumergimos en sus calles, en su aroma, en su sencillez y nos conquistó para siempre, allí aprendí a decir “mi niña linda” con fundamento, allí me enamore de sus rizos pelirrojos traspasados por esa luz parisina que no encontrarás en ningún otro lugar del mundo.

París te embriaga, te arrebata y te acoge de una manera tal que aun totalmente rodeado por la gente en la calle la sensación es que solamente existíamos nosotros dos.

Un beso en las calles de París es algo tan natural y al mismo tiempo tan especial que no se puede explicar con palabras los sentimientos que te atraviesan.

No necesitas nada más que esas calles y callejuelas para sentirte en otro mundo, para sentirte de verdad iniciando un sencillo y maravilloso cuento de hadas.

Y después están todos esos lugares de obligada visita, la torre Eiffel, el río Sena, los Campos Elíseos, el Sagrado Corazón y a sus espaldas Montmartre.

Como decía antes todos tenemos un lugar al que volver una y otra vez y el nuestro era Montmartre, su plaza repleta de pintores –de donde nos trajimos un retrato suyo hecho a vuela pluma–, sus callejones empedrados, la Casa Rosa, sus jardines.

Era aquí donde respirábamos la esencia de ese París añejo que te impregna de amor y hace aflorar todos esos sentimientos que por momentos te sorprenden a ti mismo.

Un paseo por el Sena en sus “bateaux” a la luz de la luna es algo indescriptible.

Enamorarse de París es sencillo y enamorarse en París es sublime y nosotros tuvimos esa suerte, tuvimos la suerte de comprender que tal como nos decía una de nuestras canciones de esa época, “éramos solo dos extraños concediéndonos deseos como dos enamorados, que vaciamos nuestras manos de desengaños y miedos y las llenamos de afecto”, de amor en este caso.

Y volvimos a París varias veces, y volvimos a Montmartre y seguíamos sintiendo las mismas mariposas revoloteando en nuestro interior.

Quince años después, 2019 volvimos a París por última vez sin saber que cerrábamos un ciclo.

Fue especial, como siempre y sincero como toda nuestra vida juntos.

Y después se presentó nuestro particular calendario, nuestro guardián de las casualidades y un mes de agosto como aquel de 2004 todo se acabó, porque si, porque los cuentos de hadas también tienen final, no son eternos.

Alguna lagrima se ha derramado sobre estas palabras que espero que les inspire algo bonito.

Así comenzó todo con un simple y maravilloso viaje a París, si pueden todavía están a tiempo, la Ciudad del Amor les espera y les puedo asegurar que vale la pena.

Besitos.

Un cuento de hadas

Hoy en día nadie cree ya en los cuentos de hadas.

Pero de vez en cuando la vida te sorprende y te ofrece una segunda oportunidad que hay que saber aprovechar.

Una oportunidad perfecta, encantadora, atractiva, un poco alocada y con una nobleza de espíritu difícil de igualar.

17 años después estoy totalmente convencido de haber vivido inmerso en un cuento de hadas todo este tiempo.

Han sido años de felicidad absoluta, ni siquiera podría hablar de altibajos.

Años de vida sencilla, de amor compartido y apoyo mutuo.

Una sintonía difícil de conseguir para dos personas –en principio– tan dispares. Quizás esa fue una de las claves de esta gran historia de amor.

Nos comprometimos en todos los aspectos de nuestra vida, pero fundamentalmente con nuestras hijas intentando educarlas y servirles de apoyo en todo momento.

Afrontamos con mucha ilusión y esfuerzo proyectos conjuntos como el de “La Casa de la Abuela Paca” ahora rebautizado “Casa Maida”.

Recorrimos medio mundo siempre de la mano, compartiendo las experiencias y aprendiendo juntos una nueva forma de vivir.

Y todo comenzó en París –la ciudad del amor– donde mejor?

Pero esa es otra historia de la que hablaremos otro día.